Recuerdo que me impresionó la diferencia de los autobuses urbanos con los de Zaragoza o Barcelona, por ejemplo. No sólo por la limpieza y el estado de los vehículos, muy viejos y desgastados, sino por los viajeros que suben y bajan. Quienes viajan en transporte público, además de algún turista al que no le gusta viajar con "pulserita todo incluido", son los habitantes porteños más desfavorecidos; percibí una sensación de rotura clasista. Si en Montevideo vi miseria y decadencia, en la ciudad de Buenos Aires es lo mismo pero elevado al cuadrado. Me desasosiega ese viaje en bus tanto como el calor que hace y que entra por las ventanillas, azotando los cuerpos sudados y castigados de hombres y mujeres. Y me siento insegura, quizás más todavía que en Montevideo, percibo que nos observan, nos delata la ropa que llevamos, las gafas o el acento "gallego". También bajamos al metro y la sensación es parecida, pero prefiero el bus al subte, que resulta incluso más inseguro y, aunque sea más rápido, no permite disfrutar de las calles y los edificios mientras vamos de un lugar a otro.
miércoles, 28 de agosto de 2024
Viaje a la ficción en el hemisferio sur (VIII)
Recuerdo que me impresionó la diferencia de los autobuses urbanos con los de Zaragoza o Barcelona, por ejemplo. No sólo por la limpieza y el estado de los vehículos, muy viejos y desgastados, sino por los viajeros que suben y bajan. Quienes viajan en transporte público, además de algún turista al que no le gusta viajar con "pulserita todo incluido", son los habitantes porteños más desfavorecidos; percibí una sensación de rotura clasista. Si en Montevideo vi miseria y decadencia, en la ciudad de Buenos Aires es lo mismo pero elevado al cuadrado. Me desasosiega ese viaje en bus tanto como el calor que hace y que entra por las ventanillas, azotando los cuerpos sudados y castigados de hombres y mujeres. Y me siento insegura, quizás más todavía que en Montevideo, percibo que nos observan, nos delata la ropa que llevamos, las gafas o el acento "gallego". También bajamos al metro y la sensación es parecida, pero prefiero el bus al subte, que resulta incluso más inseguro y, aunque sea más rápido, no permite disfrutar de las calles y los edificios mientras vamos de un lugar a otro.
viernes, 16 de agosto de 2024
Un clásico arriesgado
Quentin, uno de los personajes de El ruido y la furia (William Faulkner, 1929) recibe de su padre un reloj que había recibido a su vez del suyo, y que le entrega: “el mausoleo de toda esperanza y deseo; casi resulta intolerablemente apropiado que lo utilices para alcanzar el reductu absurdum de toda experiencia humana adaptándolo a tus necesidades (…). “Te lo entrego no para que recuerdes el tiempo, sino para que de vez en cuando lo olvides durante un instante y no agotes fuerzas intentando someterlo”
Llego al final del libro, he comprendido algunas pistas y me sorprende mucho la forma narrativa, el desorden aparente. El autor deja al lector libertad de interpretación en el avance de la lectura, no se explica todo, hay que interactuar, pensar, recorrer las páginas, volver atrás. Es como el desorden mental de Benji, una realidad sin medida en el tiempo, y los hechos narrados desde cuatro prismas diferentes. Y entonces el Epílogo, donde ahora sí, hay una explicación a lo que muchos llamarían “razonable”. No se publicó en la primera edición, sino treinta años después, en que Faulkner aceptó la propuesta.
Y me vuelvo al inicio con enormes ganas
de recorrer de nuevo los párrafos y admirar la maestría y la narrativa de
este autor inabarcable en su sabiduría literaria. Arriesgado, innovador,
inteligente. Es como los cristales de una ventana rota, que intentamos reconstruir
para ver al otro lado y cuando llegamos a la última página con el cristal ya
restaurado admiramos el paisaje que nos ofrece su nitidez.
Hay libros que al llegar a la última página te llevan de
nuevo a la primera, en el final está el principio. El desorden se ordena. El
ruido y la furia se serenan. En esa
segunda lectura el desconcierto se torna admiración. Olvidar el reloj
para no someter el tiempo y volver a empezar.
sábado, 3 de agosto de 2024
Hojas de otoño en verano
Escribir sobre películas que he visto siempre me produce una doble satisfacción: por un lado, me ayuda a asentar imágenes y conceptos, y por otro supone un nuevo visionado, esta vez no en la pantalla de cine o televisión, sino en mi propia sala de proyección, íntima y personal, esa que todos llevamos en nuestro pensamiento. Si luego publico lo escrito, la dicha es además compartida.
Hace tiempo que no he colgado ningún post cinéfilo y no es por que no haya visto películas, sino por que, como sabéis los que a menudo visitáis este blog, mis reseñas y críticas suelen ser favorables y positivas. Escribo sobre lo que me gusta, lo que creo que vale la pena destacar. Si algo no me produce un enriquecimiento o distracción o enamoramiento o guiño de algún tipo, lo dejo ahí. Para qué criticar o desmoronar un producto (libro, película, obra de teatro, etc) en el que el autor ha invertido su tiempo, su creatividad y su ilusión, ¿no?. Si no vale la pena destacarlo, pues silencio y a otra cosa.
Hoy vengo a recordar una película que vi hace unos meses y considero una joya del cine: Fallen leaves (Aki Kaurismäki, 2023). La traducción al español sería Hojas de otoño. Esta cinta finlandesa trata, desde una realidad y una delicadeza visual, el tema del alcoholismo y conceptos como la soledad, el amor, las expectativas vitales y la justicia sociolaboral. Las imágenes y la narrativa que usa Kaurismäki son poesía visual, es la plasmación del arte en el cine (aunque para él el cine no es arte) aplicado a la comedia romántica, ese género tan devaluado por su banalización al servicio del entretenimiento más comercial. En este caso, la sonrisa que nos arranca la película es tan divertida como reflexiva.
El problema del alcoholismo ya lo vimos desde otro punto de vista en Druk (Thomas Vinterberg, 2020), con un enfoque ingenioso, pero aquí, más allá del problema sociocultural, la perspectiva de salida que se propone es a través del amor, el que otorga la fuerza y motivación para salir de la adicción etílica.
Kaurismäki. desde la sencillez, nos regala una película visualmente excepcional, con una composición de planos donde nada sobra y nada falta, todo expresa y todo transmite. Si la imagen se convierte en emoción, eso es puro cine; si en la pantalla el espectador ríe y llora y al acabar la película es capaz de recordar esa sonrisa y esa lágrima, eso es puro cine. No hay diálogos superfluos; a veces el silencio transmite más que cualquier palabra sobrante o una música que no aporta diégesis a la propia historia.
Está disponible en varias plataformas, Filmin, Movistar+, AmazonPrimeVideo. Estas tardes de calor tórrido que no se puede salir a la calle, ventilador y película. Fallen leaves (Hojas de otoño) es muy buena elección. Aquí el trailer: