domingo, 28 de noviembre de 2021

De nombres, literatura y vida

Hoy todos hablan y escriben sobre la muerte y la desolación. Almudena Grandes ha fallecido. Ya no está con nosotros. Sus familiares, sus amigos, quienes compartían la vida con ella, van a echarla mucho de menos. Un abrazo para todos ellos.

También somos muchos los lectores que la amábamos. No vivíamos con ella, pero ella vivía con nosotros a través de sus miles de páginas escritas. Y nos hemos quedado vacíos, con los corazones helados, en medio de estos aires tan difíciles.

Me duele y me cabrea que se haya ido demasiado pronto. La vida, esta vida que tenemos, es importante para poder seguir escribiendo. Su muerte nos roba muchas historias que todavía podría haber escrito.

He leído varios de sus libros. Quizás la admiración y la magia teclearon en mí una certeza inconsciente y la protagonista de mi primera novela se llamó Malena. Sin embargo, yo no había leído entonces Malena es un nombre de tango. El título era también conocido por una película, que yo tampoco había visto. Mi personaje tenía raíces argentinas, así que no dudé. También el título y el nombre de la autora, Almudena Grandes, aparecieron en mi texto como un guiño a esa admiración por su escritura. Por otra parte, bauticé a uno de los personajes masculinos como Santiago. Cuando terminé la escritura pensé que debía leer el libro de Almudena. No tenían nada que ver ni los protagonistas, ni la trama, ni nada. Lo mío era un intento de escribir. Lo que ella hace es pura literatura. La comparativa me resulta ahora incluso ostentosa. No es mi intención ni mucho menos. Pero observé que su protagonista masculino se llamaba Santiago. ¡Madre mía!, exclamé. No puede ser tanta casualidad. Lo cambié, claro. Mi Santiago se convirtió en Carlos. 

Almudena Grandes iba a venir a Zaragoza el 19 de marzo de 2020 para presentar su última novela, La madre de Frankestein. Pero explotó la pandemia. Se suspendió el acto. Ya no vino. Yo leí el libro. Me encandiló, como todo lo que ella escribía. La España y la realidad social de los años cincuenta están allí. La vida y la muerte. La locura y la inteligencia. Despertó en mi la curiosidad para leer más sobre Hildegart Rodríguez, qué nombre tan foráneo y qué apellido tan español. Adquirí algunos de sus escritos. Y de María Domínguez, con la que coincidió en el tiempo, en los años treinta, aragonesa que fue la primera alcaldesa en España. También vi la película de Fernando Fernán Gómez que narra como Aurora Rodríguez asesinó a su joven hija. Me impactó saber que alguien con mi nombre había cometido semejante atrocidad. Pero los nombres no son lo importante. La vida sí que lo es. Para escribir, para hablar, para gritar que estoy muy enfadada hoy. Se ha ido Almudena Grandes, demasiado pronto. Me he quedado huérfana, sin maestra. Ya no podré explicarle la anécdota de los nombres ni decirle en persona cuanto la admiro. Las palabras se quedan mudas hoy perdidas entre tanto dolor.

Me quedan todavía algunos libros por leer de sus Episodios de una guerra interminable y espero ver publicada su obra póstuma pues trabajó hasta el final en la última novela de la sextología. Me aferro a esa literatura, a todo lo que nos ha dejado escrito, donde su presencia será siempre eterna. Gracias por el legado que nos dejas, Almudena.