La palabra galera tiene, nada mas y nada menos, que quince acepciones en el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española; es lo que podríamos
considerar multisémica (este
palabro no aparece en el mencionado diccionario), sí polisémica que sería la manera correcta. Yo me he permitido cambiar el poli por multi: quince son muchos significados para una misma palabra.
La primera definición que aparece es “embarcación de vela y remo…”, quién no recuerda a Charlton
Heston remando en Ben-Hur en aquellas galeras romanas, imagen icónica de la
Historia del Cine.
La segunda refiere un
“carro grande de cuatro ruedas para transportar personas….”. Mi memoria trae al
pensamiento una galera carro en el jardín de casa de una amiga, bajo su ventana, y a
la que nos subíamos para acceder a la habitación cuando llegábamos de madrugada,
dos adolescentes furtivas que se esforzaban por no hacer crujir la antigua
madera de “sa galera” y que sus padres se despertasen y nos echasen la bronca.
Quizás en este punto os preguntéis a dónde voy a ir a parar con todo esto que no tiene ninguna relación. Sigamos y lo vemos.
La tercera acepción me traslada a la pandemia: “En los hospitales, fila adicional de camas”. La cuarta tiene que ver
con una herramienta de carpintería, desconocida para mí. Hasta ahora, seguimos sin encontrar nexos más allá del significante común.
Y llegamos a la quinta, que copio íntegra. “Tabla guarnecida por
tres de sus lados de unos listones con rebajo, en que entra otra tablita
delgada que se llama volandera. Servía para poner las líneas de letras que iba
componiendo el oficial cajista, formando con ellas la galerada: la sexta
definición se refiere precisamente a galerada,
“prueba de composición”.
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Página de la galerada |
La semana pasada me llegaron las
galeradas de mi primera novela. Una emoción, sí, enorme. Y también una reflexión. Imaginé la
tarea ingente del “oficial cajista” colocando líneas de letras de cada una de las palabras de cada una de las frases de cada
uno de los párrafos de cada una de las páginas de cada uno de los capítulos…¡Qué emocionante, qué significado más bonito, cada una de
las letras! Imaginé esa cajetilla y luego la tinta embadurnándolas y la página de prueba de composición. Hoy es todo mucho más rápido. La
digitalización ha cambiado modos y tareas. Dígito, del latín digitus (dedo), se ha convertido en paradoja semántica a la hora de componer esas volanderas, pues en esta nueva era no es el oficial
cajista quien coloca cada una de las letras en la volandera sino programas informáticos. Quiero conservar el
romanticismo e imaginar esas manos y esos dedos artesanos para saborear este momento, tiempo de expectación tras la última corrección. Una espera hasta ver materializado,
impreso en papel, el trabajo y la ilusión de mi primera novela.
Por cierto, el resto de
acepciones de la palabra galera hasta llegar a la decimoquinta tienen que ver con la
ingeniería, las matemáticas o la zoología; incluso hay una que refiere una
cárcel para reclusos o mujeres y otra a la pena de castigo, “a galeras”, en que
se obligaba a los presos a remar en las galeras reales.
Nada que ver con la
historia que yo he escrito y que ocurre en el siglo XXI. Un relato donde no hay barcos
pero sí océano, mar, mares de ida y vuelta, delitos silenciados y dos faros
que alumbran la tempestad. No hay esclavos como en Ben Hur pero sí hostigamiento, no hay carros pero sí viajes, no hay hospitales pero sí enfermedad, no hay carpinteros pero sí lienzos. Galeras y galeradas. Y un neologismo para el título, Cuestairse, no es un error, se escribe todo junto. Os explicaré de donde surge y más cosas sobre la historia y sus protagonistas el día de la presentación que anunciaré cuando llegue el libro a las
librerías. Ya no queda nada.
¡Ah! Y veréis también que hay un precioso gato negro que acompaña y mima la edición.