viernes, 30 de septiembre de 2022

Blonde, desmitificar al mito

Se estrenó esta semana, no en salas de cine sino directamente en plataforma de televisión de pago.  Y mucho se habla y escribe estos días sobre Blonde (A. Dominik, 2022): unos alaban la película y otros echan pestes. En lo que sí está de acuerdo todo el mundo, es en que Ana de Armas (Santa Cruz del norte, Cuba, 1988) está sublime en su interpretación y que apunta a Oscar. Yo también coincido. Hay momentos en que parecía que Marilyn Monroe había resucitado y fuese ella misma la que estaba al otro lado de la pantalla.

Fotograma de Blonde

La mezcla de ficción y realidad siempre suscita la duda de hasta dónde es cierto lo que cuenta porque al final siempre nos queda en la retina lo que vemos en pantalla y la ficción se apodera de lo que en verdad ocurrió. Al hilo de esto, no creo que la familia Kennedy esté muy satisfecha con lo que muestra pero no quiero hacer spoiler.

Mi opinión en cuanto al resto es dispar. Por un lado, el film me atrapó como espectadora y, a pesar de que el metraje es excesivamente largo, llegué al final. Eso sí, he de confesar que lo vi en dos veces, como si de una serie capitular se tratase. ¿Cuándo realicé el corte para continuar al día siguiente? Pues por si alguien le sirve de orientación, casi justo en la mitad, cuando Marilyn conoce al escritor Arthur Miller, el que sería su tercer marido.

Más allá del recorrido sentimental de la actriz, la historia se centra sobre todo en los traumas y tormentos de Norma Jeane, la mujer que había detrás del personaje, al que ella misma tanto odiaba pero que había consentido en construir para pasar de ser modelo a ser actriz. El film arranca cuando siendo niña fue llevada a un orfanato por tener una madre desquiciada y un padre ausente y pronto muestra los abusos que sufrió (algunos dicen que consintió) para conseguir su objetivo de ser actriz. La película presenta una mujer débil pero también una mujer apasionada, libre en su sexualidad (su entrega a la propuesta de Cass Chaplin y Eddy G., los hijos de Charles Chaplin y Edward G. Robinson todavía se tilda de pura ficción), cuyo principal objetivo es que la valoren por lo que es y no por la imagen que se ha creado de ella. Repite muchas veces «no quiero ser Marilyn», ese sex symbol que enloquecía a los hombres y era admirado e imitado por las mujeres. Ella era Norma Jean, según quiere destacar el director Andrew Dominik (Wellington, Nueva Zelanda, 1968), una mujer sensible, inteligente, que leía desde Chèjov a Camus o Joyce (se dijo que dejó una biblioteca particular poblada de cientos de libros), que pretendía conseguir papeles acordes a ese perfil, descubrirse a sí misma en ellos y no quedarse en la imagen rubia, frívola, tontina y provocadora.  

No sé hasta qué punto fue ella la inspiradora del estereotipo chica rubia y guapa igual a tonta que durante décadas se extendió por doquier pero estoy convencida de que su aparición en Los caballeros las prefieren rubias (Howard Hawks, 1953) fue el detonante. Y ella se convirtió en icono sexual, en objeto de deseo que durante el rodaje de La tentaciónvive arriba (Billy Wilder, 1955) desató la ira de Joe DiMaggio, su marido entonces, celoso de que tantos mirones se deleitaran «viendo la entrepierna» mientras su falda blanca volaba al ritmo del chorro del aire del metro en una acera de Lexington Avenue en Nueva York.

Marilyn Monroe en 1955 durante el rodaje de La tentación vive arriba

Provocación es lo que Andrew Dominik utiliza como recurso en la película. Su propuesta estética combina el blanco y negro con el color, cambia el formato de tamaño de pantalla, e inserta planos con puntos de vista que suscitan una situación incómoda para el espectador, obligándole a reconsiderar su capacidad de contener la náusea.

Aquella Marilyn de Con faldas y a lo loco (Billy Wilder, 1959), la que hemos visto cantar Happy birthay al Presidente de los EE.UU, la que luego Andy Warhol coloreó a partir de una imagen de Niágara (Henry Hathaway 1953),  aparece en Blonde vulnerable, sola, atormentada y víctima de su propio personaje hasta caer en picado por la rampa del alcohol y las drogas. 

Existen muchas biografías y documentales que intentan averiguar y mostrar como Norma Jeane se convirtió en Marilyn Monroe. Con motivo del 60 aniversario de su muerte, se estrenó Descubriendo a Marilyn ( Michèle Dominici, 2021), que analiza esa transformación y denuncia el abuso de la industria sexista que dominaba el cine en los años 50.

Qué me gusta de la película Blonde: como he dicho ya, la magnífica interpretación de Ana de Armas. La fotografía es espectacular, aunque me despista y todavía no he comprendido el criterio para la elección del director del blanco y negro o el color, ya que a veces son las mismas secuencias que combinan ambos. Quiero interpretarlo como una cuestión de concepto, de mostrar la estética de los años 50 y 60.

Qué no me gusta: los excesos, aunque en Marilyn hubo muchos. Exceso de asco, vómito, sangre, naúsea. Pero sobre todo el exceso de llanto, el exceso de infantilización de la mujer y el exceso de debilidad, casi como una mirada masculina sobre el personaje.

Claro que en el fondo, el mito, la fotografía que todavía persiste de Marilyn, lamentablemente es eso. Y los mitos siempre tienen alrededor un aura de polémica. Como Blonde, que desmitifica a Marilyn para mostrar a Norma Jean y desmitificar el mito es quizás lo que más molesta. Disponible en Netflix.




jueves, 29 de septiembre de 2022

Tenéis que venir a verla

Cuando en  el inicio de una película los primeros cuatro planos son fijos y duran más de un minuto cada uno, enfocando el rostro, uno a uno de los protagonistas, sin diálogos y con un concierto de piano como fondo musical ya tiene un arranque desafiante. 

Cuando el título es tan provocativo como Tenéis que venir a verla, ya es una declaración de intenciones en sí mismo y promete algo diferente, algo nuevo.

Cuando el director, Jonás Trueba (Madrid, 1981), finaliza la película del modo que lo hace (no quiero hacer spoilers) la provocación y el desafío dejan de serlo y con la sencillez del buen gusto el espectador se queda con la sensación de que ha visto Cine, en mayúscula en todo su sentido como una pieza de arte. Y vida. 

Ese “algo diferente, nuevo” a lo que me refería antes, esa provocación, esa sencillez en el planteamiento y esa elegancia en la ejecución me retrotraen a la Nouvelle Vague, al recientemente desaparecido Godard y a Truffaut. Estructurada en secuencias con diálogos abundantes en la película vive también  la poesía con versos de Olvido García Valdés. Y tiene una fotografía muy cuidada de la mano de Santiago Racaj. Como curiosidad, el cameo de Fernando Trueba y Cristina Huete, padres de Jonás en la vida real. "Lo real: los seres, el mundo", se escucha en uno de los versos. 


Fotograma de Tenéis que venir a verla


El director se nutre de lo cotidiano para convertirlo en pura filosofía de vida a través de dos parejas jóvenes que se encuentran y comparten veladas de amistad. Excelente y natural interpretación de Vito SanzItsaso Arana, Irene Escolar Francesco Carril. Las dudas existenciales, el futuro, el modo de vivir, la incertidumbre ante la falta de recursos naturales son temas que sobrevuelan el núcleo de la película, siempre desde el humor sutil, desde la sugerencia elemental y desde la sencillez aparente. Trueba retrata "lo real" de una generación que se enfrenta al reto de la contradicción entre lo que vive y lo que desea, elegir o renunciar, la imperfección de la vida misma. Lo real.

Jonás Trueba ha hecho una gran película a pesar de su corta duración (poco más de una hora) y tenéis que ir a verla; aunque no está ya en la cartelera de las salas de cine, la tenéis disponible en Filmin


Trailer de Tenéis que venir a verla


miércoles, 28 de septiembre de 2022

Puente de Hierro

Miguel Mena (Madrid, 1959) cuyo segundo apellido es Hierro, como el puente que da nombre a su novela Puente de Hierro (Pregunta, 2022), nos lleva a través de las palabras por un recorrido que va mucho más allá de cruzar el río Ebro. 

Los puentes son lugares de tránsito y en este libro el autor nos brinda idas y venidas por el tiempo, los espacios y los hechos.



Con tintes de crónica literaria y de la mano de una protagonista testigo, Maricarmen, he vuelto a vivir en dos tardes los hechos más significativos del último cuarto de siglo XX y principios del XXI. Condensado, sí, pero destacando lo que marcó a esa sociedad de clase trabajadora, mujeres y hombres que lucharon por mejorar las condiciones de vida de sus hijos, en un tiempo en que el miedo y el color gris tendieron sus propios puentes de supervivencia. Quizás porque nací el mismo año que Maricarmen he devorado cada uno de los capítulos avanzando en el tiempo y en su propia madurez.

Lenguaje cercano, ritmo ágil y estructura natural al tempo de la novela, invitan a una lectura que se disfruta en cada página, sin estridencias ni gongorismos, con dosis precisas de emociones que animan a descubrir el capítulo siguiente. Como una crónica, Miguel Mena narra los hechos reales, con rigor periodístico, en el orden cronológico que la Historia marca; los encaja entonces en la ficción que recrea la mirada literaria otorgando categoría de novela al relato en tono realista.

Cuestión que me ha entusiasmado: la posibilidad de ver (reseño el verbo, ver) a través de descripciones escuetas pero justas los cambios de la ciudad de Zaragoza en sus calles, plazas, edificios y barrios. Todo aquello que me llegaba por la televisión a la Barcelona donde crecí y al pueblo donde vivía luego (el incendio, el atentado, el otro incendio, el descubrimiento de ruinas romanas) he podido ahora verlo de cerca, narrado por Maricarmen, que sí vivió en la ciudad del cierzo y que lo escribe en primera persona, en un pasado directo que es todavía presente en la memoria de muchos zaragozanos.

Ahora que resido a menudo en esta ciudad, recomiendo la lectura de Puente de Hierro a los jóvenes que no vivieron el fin de siglo; conocerán los cimientos y entenderán mejor la estructura actual (no solo urbanística sino también emocional) de su entorno. Y además enriquecerán mejor la base histórica reciente, la que se escribe en minúscula y no aparece en los libros de texto, la que conforman nuestros padres y abuelos, los que con su esfuerzo y silencio en un tiempo gris y oscuro, sentaron lo que ahora somos. Pero recomiendo también la novela a los que nacieron, como yo, en el siglo pasado porque la lectura se convertirá en una ruta a través de la memoria, emociones, semejanzas familiares, hechos compartidos y lugares comunes.

Puente de Hierro no es sólo Zaragoza. Logroño, Madrid, Bilbao y Barcelona dibujan en el libro una red que teje la vida de los personajes, que son también nuestros primos, tíos y abuelos, hilos de lana y seda que la emigración tendió en busca de trabajo y mejores oportunidades. El lector verá (insisto en el verbo ver) fotografías de barrios periféricos y edificios solitarios en medio de solares despoblados, sea en el Carabanchel madrileño o en el Actur zaragozano. Por eso, Puente de Hierro es un puente hacia el pasado reciente de la España de la transición y el asentamiento de la democracia. Y sobre todo, de los sentimientos que experimentaron los que vivieron los hechos. Una crónica desde dentro, sin sensiblerías ni nostalgia, con rigor literario y periodístico.