jueves, 31 de enero de 2019

Instrucciones para escribir una novela, según Muñoz Molina.


“Lo principal para escribir es dejarse llevar” afirmó ayer Antonio Muñoz Molina (Úbeda,1956)  en el salón de actos del Patio de la Infanta Ibercaja en Zaragoza en la conferencia bajo el título Instrucciones para escribir una novela. El autor de El invierno en Lisboa (1987), Plenilunio (1997),  Ventanas de Manhattan (2004) o La noche de los tiempos (2009) entre otros, fue presentado por Antón Castro, escritor también, poeta y periodista: "Es más que un escritor, es un intelectual", afirmó Castro, destacando también  la condición de insuperable elegancia literaria y honestidad escritora de Muñoz Molina. Antón lo describió como “un contador de historias y observador que piensa” y condujo el coloquio posterior formulando además las preguntas de los numerosos espectadores que llenaron la sala.  




Muñoz Molina hizo un recorrido por su trayectoria como escritor y confesó que la máxima lección que podría dar es la “experiencia de la incertidumbre” pues en la tarea de escribir es la propia experiencia la que te enseña. “En cada caso el libro nace de una manera distinta, a veces inesperada”. El escritor explicó que no ejecuta una estructura previa ni un perfil de los personajes. Trabaja mucho las ideas, les da vueltas y vueltas, incluso a veces algunos proyectos deben dejarse reposar hasta “encontrar el hilo narrativo”.  Porque “escribir es dejar a uno le influyan las circunstancias”. Muñoz Molina reconoce sus influencias primeras, cuando escribió Invierno en Lisboa: "el cine negro, las películas de Hitchcock y el  libro que este escribió tras sus conversaciones con Truffaut. Y reconoció haber admirado a Faulkner, en su estilo narrativo.

El autor explico que aprendió “la disciplina y los límites” cuando comenzó  a publicar sus primeros artículos, donde le exigían que debía ceñirse a un número de palabras, ni más ni menos. Y confesó: “tenía terror a que no se me ocurriera nada para el siguiente artículo” cada vez que lo entregaba.
Y sin pretenderlo, al contar su experiencia, no dejó de dar consejos para escribir. Sondear antes de comenzar a hacerlo, por ejemplo: “Si hay alguien que quiere leer lo que quieres escribir es posible que lo hagas”. Para Muñoz Molina, “la clave de la novela es encontrar el arranque” y el punto de vista. La primera frase. El narrador. Previamente hay un proceso de preparación y documentación. A veces una novela tarda años en salir, algunas ni siquiera llegan a ver la luz, afirmó. “Sentir que la escritura tiene de ti, que te importa lo que cuentas”. Cree imprescindible “dejarse llevar” en la primera parte, tanto en la extensión como en la propia escritura, en un “proceso de abundancia”. Después “hay  que enfrentarse a lo escrito” como un lector exigente y en el proceso de corrección ha de primar la economía: “controlar palabra por palabra, frase por frase”.  Luego contar con alguien que lo lea, “personas cualificadas”  porque “el texto es un material de trabajo” y habrá que corregir, casi siempre eliminar pues el escritor suele pecar de extenso.
“El lenguaje del campo es preciso”, afirmó. Y por eso su lenguaje no tiene "florituras", aunque sí una corrección y pulcritud excepcional. Muñoz Molina no reniega de sus orígenes, de haber aprendido a contar historias a través de la tradición oral de su círculo más íntimo en la niñez. Y también reconoce que el haber vivido en EE.UU le aportó concreción en el lenguaje ya que “la lengua inglesa es menos propensa a la retórica”.

De La noche de los tiempos dijo que era una gran superproducción, pero a diferencia del cine, escribir resulta mucho más barato. Que cuando ya llevaba casi 500 páginas escritas se dio cuenta que para tener rigor histórico al narrar aquello que directamente no ha conocido debía introducir en el narrador la incertidumbre. Maestría de pinceladas en alguno de los capítulos, de un libro que yo llevaba en el bolso para que me firmase.

Muñoz Molina confesó también que no le interesa la novela histórica y que trabaja mejor por las tardes y que todavía le encanta escribir en cuadernos y que se ha enamorado de algunos personajes femeninos que ha creado y que “la novela tiene que fluir, suceder en el tiempo; para eso sirven las comas, las frases, los capítulos”.
Y como prueba de ello, leyó en primicia el primer capítulo de su nueva novela (todavía no publicada)  que se titulará Tus pasos en la escalera, cuya primera frase, esa que es tan importante para él, comienza con algo así de “Me instalé en esta ciudad (...) el fin del mundo..." 

Salí de la sala con mi libro sin firmar. Me pareció que no era el momento, que era un atropello.  Caras conocidas le saludaban y no quise interrumpir. Y ese fetichismo de tener el ejemplar con la firma del autor me pareció menos importante que haber disfrutado de sus palabras. Gracias maestro por su sinceridad, su cercanía, su sencillez y su sabiduría. Pero sobre todo por sus libros. 



miércoles, 16 de enero de 2019

Ordesa, un lugar para encontrarse




Me lo regalaron para mi cumpleaños, en julio, y hasta hace una semana no había comenzado a leerlo. En estos seis meses (nací a finales de mes) mucho he escuchado y leído sobre Ordesa, de Manuel Vilas. Y sin embargo, más allá del éxito por las nuevas ediciones (hasta catorce) he pasado de largo por todas las críticas y comentarios, para llegar “virgen”  a la lectura. Lo tenía sobre la mesa y veía cada día lo de: “ESTA HISTORIA TE PERTENECE. Todo el mundo está leyendo Ordesa”. Y aunque pensaba que eso era demasiado pretencioso por parte de la editorial  Alfaguara y que era solo una estrategia de venta, me hacía sentir culpable porque yo no lo estaba leyendo. Pasaban los días y no encontraba el momento. Llevaba otras lecturas entre manos. Pero yo era también parte de ese mundo, ¿o no?.

El caso es que llegado el momento he devorado el libro en poco más de cuatro días. Confieso que el segundo estuve a punto de abandonar: desgarro, perturbación... Pero no lo hice. Hipnotizada por el estilo narrativo directo, sincero y tan hilado con la realidad seguí adelante. En el fondo, a todos nos encanta sentarnos en La ventana indiscreta, porque en la vida de los otros nos reflejamos a nosotros mismos desde afuera. Así duele menos.

Y me encontré con un libro que arroja sentimientos sin ñoñería, que habla de amor en prosa poética vomitada desde las entrañas del autor, que se confiesa desnudo en la intimidad de las palabras. Ese acto de escritura profundo y privado que como indica Miguel Angel Furones en Yorokobu"Escribir debe ser un acto íntimo. Aunque luego ese texto se convierta en un best seller o en el último episodio de Juego de tronos, ha de nacer de un ejercicio de introspección en el que nos encontramos a solas con nosotros mismos. Y eso es, precisamente, lo que lo hace tan interesante

Y hemos de agradecer a Manuel Vilas que lo haya hecho. Y que lo haya publicado para compartirlo. La reflexión es mucho más que eso. Vilas muestra la historia de la segunda mitad del siglo XX en una España donde los pobres soñaban con ser ricos trabajando a destajo y todo quedó en un sueño porque la clase media siguió siendo media y los hijos de la clase media como mucho consiguieron ser de medianía un poco más alta. Algo hemos mejorado, claro, pero ningún pobre (a excepción del gallego creador de la cadena textil que triunfa en todo el mundo y algún otro afortunado) dejó de serlo por trabajar a conciencia.   

Vilas habla de amor desde la materialidad de los objetos y eso hace que cobren vida, que la realidad del recuerdo los mueva y sean presente, emoción, ternura, ironía, dolor, mucho dolor. Los colores también tienen vida, el azul, el amarillo son más que tonalidades, son vida y muerte.
La familia es el hilo conductor, ese núcleo al que pertenecemos sin elegir y que nos marca, que es nuestro origen y que cuando crecemos es también nuestro futuro, el amor filial, paternal, maternal es felicidad pero también de dolor. Los personajes son músicos que intentan componer una sinfonía sin pentagrama.

A veces irreverente pero paradójicamente respetuoso, Vilas teje los textos de Ordesa. Implacable consigo mismo, el libro es un acto de amor hecho público, desde el dolor de la propia vida cuando el abismo de la reflexión muestra la soledad íntima del ser humano.

En uno de los capítulos Vilas confiesa que quería ser escritor para ser estimado como tal. Y él cree que no lo es todavía. Yo pienso que está equivocado. Ordesa no es una novela. No es un diario. No es un ensayo. Es literatura. Innovadora.
Aunque mi opinión no sea relevante, más allá de la de una lectora más, el reconocimiento se materializa en las catorce ediciones que lleva el libro en solo un año. El hashtag @Granvilas te va como anillo al dedo y creo que ya puedes darte un baño de vanidad merecida, Manolito.