Donde habita el olvido
Literatura, cine, pensamiento...cultura al fin y al cabo.
lunes, 21 de octubre de 2024
Por encima de todo, cine
domingo, 6 de octubre de 2024
Luz que traspasa
Miércoles 2 de octubre. No conocía al autor, Juan Trejo (Barcelona, 1970), aunque obtuvo el Premio Tusquets de novela en 2014 por La máquina del porvenir. Presentaba su nuevo libro en Zaragoza de la mano de María Angulo, a quien sigo y admiro, profesora de Periodismo e investigadora en el proyecto Transficción, en el que se enmarcaba el evento. Sólo por eso ya aportaba un sello de garantía y decidí acudir a la presentación de Nela 1979 (Tusquets, 2024). Llovía a chuzos, el autobús se demoraba más de veinte minutos y no había ningún taxi a la vista, así que fui caminando, llegué tarde y empapada, y me perdí la intervención de María. Pero escuché con atención al autor que, vehemente y emocionado, fue desgranando algunos aspectos de su novela. No había ido con intención de comprarla pero me convenció y así se lo dije mientras me la firmaba con una preciosa dedicatoria, un "gesto de amor".
Juan Trejo con María Angulo en la presentación. Fotografía de Laureano Debat |
Tenía yo otras lecturas pendientes y planificadas pero, no sé si por su exposición o por que la historia se localiza en la Barcelona de los setenta que yo conocí o por el título del primer capítulo, Donde habita el olvido (el mismo de este blog), o por la foto de la cubierta, comencé a leerla el viernes.
Viernes 4 de octubre. Miro esa foto de la cubierta una y otra vez, durante la lectura, me detengo, vuelvo a las páginas, regreso a la foto y siento que he encontrado una nueva amiga, Nela.
Dos días, los mismos que ella estuvo en el hospital
hasta que murió, me ha llevado leer el libro que ha escrito su hermano, Juan
Trejo. Tan solo dos días y ya la conozco un poco, es mi nueva amiga, me ha traspasado su luz, como desearía el autor.
Nela 1979 (Tusquets, 2024) es la historia de su revelación, como escribe Trejo, no para desenterrarla, sino para poner nombre en su tumba, para otorgarle la dignidad que le robó el silencio y el olvido.
"Tengo claro lo que deseo, más que desenterrar a Nela es darle la sepultura que merece, no dejarla tirada, apartada en un rincón de la historia, sino precisamente cerrar su tumba y colocar encima una lápida en la que pueda leerse su verdadero nombre y el año de su muerte. Quiero que se sepa que existió, que vivió en un momento y en un lugar concretos, y que compartió su suerte, o su infortunio con un motón de jóvenes que, al igual que le ocurrió a ella, han sido borrados injustamente de la versión oficial, pero merecen ocupar su propio lugar en el pasado" (página 200)
Domingo 6 de octubre. Después de leer el libro siento a Nela muy cerca, quizás porque yo también vivía en Barcelona en aquellos años, aunque no me embarqué en la contracultura ni estuve en las jornadas libertarias del Parc Güell, ni fui de la plaza San Felip Neri. Pero reconozco algunas de sus picardías que yo también hice, como ir andando al instituto y guardar las monedas del autobús para con ellas comprar tabaco. O irse de casa: "una hija que quería irse de casa en esa época tenía que hacerlo a las bravas, cerrando la puerta al salir" (pág. 160". Yo tengo tres años menos, soy de la primera generación del BUP, como su hermana Carmen, y aunque recuerdo bajar a las Ramblas y correr delante de "los grises" en más de una ocasión huyendo de sus porras o bailar sardanas en la Plaza de la Catedral, mi inocencia se movía por encima de la Diagonal, en Sant Gervasi y la Bonanova. "En esa época, Barcelona era varias ciudades en una, tenía diferentes capas de realidad en las que desarrollarse" (pág. 167). Y se percibían las diferencias de clase que menciona el autor, aunque se disfrazaran en una igualdad descafeinada. Como he dicho, yo vivía en la parte alta de la ciudad, en un barrio pijo y curse los dos últimos años de BUP en el colegio más pijo de Barcelona, pero ni mi familia ni yo podíamos aspirar, ni yo lo quise nunca, pertenecer a esa clase: mis padres no eran ni burgueses ni nacidos en Barcelona, ella de un pueblo aragonés y él de L´Hospitalet, así que algunas veces noté un poco lo que un maleducado le respondió a Juan cuando le preguntó si recordaba a su hermana, la indiferencia.
Me ha traspasado la lectura, no solo por los espacios (mi primera comunión se celebró en un restaurante de la República Argentina y mi mejor amiga vive, todavía hoy, al otro lado del Puente de Vallcarca que cruzo a menudo cuando visito Barcelona), sino por el acercamiento a la personalidad de la protagonista y la narrativa sincera del autor. Siento que Nela y yo tuvimos en común algo más que los espacios, una época que pasaba del gris al color, un afán de libertad y de conocimiento, una rebeldía contra las reglas y contra el mundo preestablecido que queríamos cambiar.
No me gustan las fajas de los libros (aunque, como vivo en una eterna paradoja, las guardo
todas y las vuelvo a colocar cuando los he leído), me parecen un signo
pretencioso y publicitario, que lo son a partes iguales, lo primero por parte del autor y
lo segundo por parte de la editorial, pero en este caso contienen frases de dos de mis
autores preferidos: Manuel Vilas y Sergio del Molino, y de Agustín Fernández Mallo, del que tengo pendiente Madre
de corazón atómico (Seix Barral, 2024). Los tres elogios que figuran en la faja
son en este caso muy certeros, no son hipérboles ni aderezos superfluos, sino
que aportan aspectos y puntos de vista, positivos de la novela: relato
hipnótico, historia de amor, proeza íntima y generosa, contado con precisión y
emocionalidad, llena de ternura, que nos interpela a todos. He mezclado las
frases y los adjetivos de los tres autores y suscribo todo; en este caso, la
faja no oprime.
Juan Trejo comienza la narración en primera persona y ya en el planteamiento el lector (o por lo menos a mí me ha ocurrido) empatiza con él, quiere continuar leyendo y acompañarle en esa búsqueda para conocer a Nela, su hermana muerta cuando él era un niño, una chica de 21 años cuyo nombre y recuerdo fueron silenciados en la familia, tanto para olvidar el dolor como la escasa y corta vida de Nela, su rebeldía y su búsqueda de libertad.
El libro arranca y discurre trepidantemente pero paso a paso, sin tregua ni concesiones que permitan al lector abandonar la lectura. De prosa ágil, reflexiones ubicadas con tanto acierto que la trama no se interrumpe, personajes que van apareciendo y se van describiendo en la propia acción. El narrador, en presente, nada a veces en la metaliteratura y cuestiona el sentido de la propia obra. Como una crónica Juan comparte cada paso que le acerca a su hermana, cada pista y cada desánimo, colorea esa tristura que le va tiñendo, pero también el amor que crece a medida que conoce un poco más a esa hermana mayor que vivió y murió demasiado deprisa. Trejo va trazando el proceso de construcción narrativo y el descubrimiento del personaje. Una narrativa literaria que traspasa la realidad para llevarla a la ficción con elegancia y sutileza. De nuevo y siempre, ficción y realidad entrelazados en la vida y en los libros.
¡Qué descubrimiento, la libertad en mayúsculas, eso quería Nela! El hedonismo sin reglas establecidas, la rebelión contra el mundo que por herencia le esperaba: convertirse en una mujer que entonces todavía pasaba de la tutela del padre a la de un marido, eso no quería ella que se fijó una visión más abierta de la existencia. Pero la vida alternativa que eligió le presentó nuevos protagonistas, entre ellos, la heroína.
De todas maneras, Nela 1979 no va de drogas. El libro va de la joven Nela, soñadora, alegre, rebelde e ingenua, y de una época y una sociedad que perseguía abrir nuevas formas de vida, más en común y con menos normas, de la contracultura barcelonesa en la segunda mitad de los años setenta, con Franco agonizante y muerto pero no enterrado del todo. En esa época, esos cinco años, que se recogen en el documental Barcelona era una fiesta (Vila San Juan, 2010), Nela fue víctima de ese "exceso de inocencia y exceso de transgresión" que Pep Bernardas describe al autor en una entrevista que el autor menciona en la página 179.
En esos tres años de diferencia que me llevo con Nela quizás ya el miedo hacia la droga estaba más extendido, digamos que no fui de las pioneras, había un poco más de información, aunque intuyo que algunas de mis compañeras de colegio caerían también en la trampa de la heroína. Siempre tuve mucho miedo, no sé si por el libro que leí con 15 o 16 años, Pregúntale a Alicia publicado en 1970 como anónimo, el diario de una chica que se va de casa y es adicta al LSD, o por la cantinela constante en casa y en el colegio. Los porros circulaban, sí, pero los alejé de mi.
El autor dosifica muy bien la información así como la estructura del relato de manera que el interés en la lectura va in crescendo. Sabemos el final desde el principio, pero queremos conocer a Nela. El libro es la declaración de amor de un hermano que desnuda parte de su vida familiar y, sobre todo, muestra una verdad muy sincera. Es un atrevimiento arriesgado.
Hay sonrisas y lágrimas en el libro, hay un cine que yo frecuentaba, el Atenas, hay un primer capítulo que se llama como este blog. Todo me atrajo desde el principio y ahora que he llegado al final no puedo más que recomendar su lectura, por la forma, por el contenido y, sobre todo, por la verdad y la emoción que el autor nos obsequia. Una historia marcada "en un principio por el dolor y la tristeza, también por la incomprensión y la nostalgia, pero teñido ahora por la serena alegría y la consciente satisfacción que ofrece el haber optado por el recuerdo para honrar unas vidas que, sin duda, acabaron demasiado pronto" (pág.313). La de Nela y la de muchas y muchos jóvenes de su generación.
Por ello quiero mostrar públicamente mi agradecimiento por presentarme una nueva amiga, su hermana Nela, que veo una y otra vez en esa foto de la cubierta y contracubierta, con toda su luz y su alegría.
Me queda pendiente ver la película Sonrisas y lágrimas, y quizás también llorar sin saber muy bien por qué. Tal vez porque sí.
Para Nela, de mi rosal, que todavía florece en este otoño cálido |
lunes, 30 de septiembre de 2024
Vayan al cine en el 47
El cine, además de arte, es un medio de comunicación que permite transmitir emociones contando historias reales, como la literatura, o denunciar hechos que el paso del tiempo ha arrinconado, o todo lo contrario, inventar mundos diferentes en los que volcar nuestros sueños. Construir ficción, con lo real con lo inventado, lo ocurrido y lo recreado, lo que no ha existido jamás y lo que sí, fantasía versus realidad.
Hubo una época en que las películas que denunciaban o contaban historias de injusticias o hechos ocurridos en la realidad mostrando la parte desfavorecida se denominó cine social. Tiene muchos detractores, los que opinan que el cine, como arte, es algo que va más allá, o los que defienden la postura que el cine es un espectáculo y como tal está destinado a entretener, divertir.
La cartelera ofrece en las pantallas estos días una película que cumple todas esas premisas: podría ser cine social, podría ser una obra de arte, podría ser una pieza que entretiene y divierte, y además, y sobre todo emociona. El 47.
Vayan a verla. La trama desarrolla una episodio que ocurrió en Barcelona en los años 70, en el barrio de Torre Baró, una zona de infraviviendas que los inmigrantes (extremeños y andaluces sobre todo) construyeron con sus propias manos. NO quiero desvelar mucho, porque cada una de las secuencias ofrece muchas capas de lectura, pero el guion está muy bien estructurado y narra desde la llegada de esos trabajadores a la ciudad condal, a finales de los 50, hasta la reivindicación de mejoras básicas (agua, luz, y transporte urbano). Así, Manolo Vital, un conductor de autobús que vivía en el barrio, cansado de recorrer oficinas y despachos con solicitudes y demandas, opta por secuestrar un autobús de la línea 47, algo tan sorprendente como arriesgado.
La magnífica interpretación de Eduard Fernández llena la sala de cine de veracidad y emoción, y la planificación del director, Marcel Barrena, ofrecen al espectador la impresión de que aquello que ve en pantalla es real, trasladándole a la Barcelona de los años 70. Yo, que entonces vivía allí, reconozco la ciudad en esas imágenes documentales que salpican la historia y en cada detalle que una magnífica dirección de arte ofrece,
El 47. Emoción con elegancia y sencillez, una narración honesta de la realidad pero con esas dosis de ficción que atrapan al espectador. De lo mejor que ha hecho hasta ahora Marcel Barrena. Y yo, sin necesidad de ver ninguna otra película, le daría el Goya a mejor actor a Eduard Fernández.
domingo, 29 de septiembre de 2024
Viaje a la ficción en el hemisferio sur (IX)
Termino con este post la serie de crónicas viajeras al hemisferio sur.
3 febrero San Blas. Vamos en el bondi (autobús en porteño) hasta el centro y callejeamos a pesar de la ola de calor. Sigo encontrando tiendas decadentes por todas partes, galerías oscuras con garitos que podrían ofrecer cualquier cosa. Y muchos vagabundos, miseria. Es sábado y hay menos actividad en la ciudad. En el centro huele a orines y a tristeza. Hay grafitis en todas las puertas. Muchas cerradas. Muchos candados y rejas. Y sin embargo sentimos la inseguridad de sentirnos observados por el caco, el carterista, el atracador que roba para cenar esa noche o para pagarse la dosis de droga. Mi imaginario de la Barcelona de cuando era niña, en los setenta establece una comparación inevitable.
miércoles, 28 de agosto de 2024
Viaje a la ficción en el hemisferio sur (VIII)
Recuerdo que me impresionó la diferencia de los autobuses urbanos con los de Zaragoza o Barcelona, por ejemplo. No sólo por la limpieza y el estado de los vehículos, muy viejos y desgastados, sino por los viajeros que suben y bajan. Quienes viajan en transporte público, además de algún turista al que no le gusta viajar con "pulserita todo incluido", son los habitantes porteños más desfavorecidos; percibí una sensación de rotura clasista. Si en Montevideo vi miseria y decadencia, en la ciudad de Buenos Aires es lo mismo pero elevado al cuadrado. Me desasosiega ese viaje en bus tanto como el calor que hace y que entra por las ventanillas, azotando los cuerpos sudados y castigados de hombres y mujeres. Y me siento insegura, quizás más todavía que en Montevideo, percibo que nos observan, nos delata la ropa que llevamos, las gafas o el acento "gallego". También bajamos al metro y la sensación es parecida, pero prefiero el bus al subte, que resulta incluso más inseguro y, aunque sea más rápido, no permite disfrutar de las calles y los edificios mientras vamos de un lugar a otro.
viernes, 16 de agosto de 2024
Un clásico arriesgado
Quentin, uno de los personajes de El ruido y la furia (William Faulkner, 1929) recibe de su padre un reloj que había recibido a su vez del suyo, y que le entrega: “el mausoleo de toda esperanza y deseo; casi resulta intolerablemente apropiado que lo utilices para alcanzar el reductu absurdum de toda experiencia humana adaptándolo a tus necesidades (…). “Te lo entrego no para que recuerdes el tiempo, sino para que de vez en cuando lo olvides durante un instante y no agotes fuerzas intentando someterlo”
Llego al final del libro, he comprendido algunas pistas y me sorprende mucho la forma narrativa, el desorden aparente. El autor deja al lector libertad de interpretación en el avance de la lectura, no se explica todo, hay que interactuar, pensar, recorrer las páginas, volver atrás. Es como el desorden mental de Benji, una realidad sin medida en el tiempo, y los hechos narrados desde cuatro prismas diferentes. Y entonces el Epílogo, donde ahora sí, hay una explicación a lo que muchos llamarían “razonable”. No se publicó en la primera edición, sino treinta años después, en que Faulkner aceptó la propuesta.
Y me vuelvo al inicio con enormes ganas
de recorrer de nuevo los párrafos y admirar la maestría y la narrativa de
este autor inabarcable en su sabiduría literaria. Arriesgado, innovador,
inteligente. Es como los cristales de una ventana rota, que intentamos reconstruir
para ver al otro lado y cuando llegamos a la última página con el cristal ya
restaurado admiramos el paisaje que nos ofrece su nitidez.
Hay libros que al llegar a la última página te llevan de
nuevo a la primera, en el final está el principio. El desorden se ordena. El
ruido y la furia se serenan. En esa
segunda lectura el desconcierto se torna admiración. Olvidar el reloj
para no someter el tiempo y volver a empezar.
sábado, 3 de agosto de 2024
Hojas de otoño en verano
Escribir sobre películas que he visto siempre me produce una doble satisfacción: por un lado, me ayuda a asentar imágenes y conceptos, y por otro supone un nuevo visionado, esta vez no en la pantalla de cine o televisión, sino en mi propia sala de proyección, íntima y personal, esa que todos llevamos en nuestro pensamiento. Si luego publico lo escrito, la dicha es además compartida.
Hace tiempo que no he colgado ningún post cinéfilo y no es por que no haya visto películas, sino por que, como sabéis los que a menudo visitáis este blog, mis reseñas y críticas suelen ser favorables y positivas. Escribo sobre lo que me gusta, lo que creo que vale la pena destacar. Si algo no me produce un enriquecimiento o distracción o enamoramiento o guiño de algún tipo, lo dejo ahí. Para qué criticar o desmoronar un producto (libro, película, obra de teatro, etc) en el que el autor ha invertido su tiempo, su creatividad y su ilusión, ¿no?. Si no vale la pena destacarlo, pues silencio y a otra cosa.
Hoy vengo a recordar una película que vi hace unos meses y considero una joya del cine: Fallen leaves (Aki Kaurismäki, 2023). La traducción al español sería Hojas de otoño. Esta cinta finlandesa trata, desde una realidad y una delicadeza visual, el tema del alcoholismo y conceptos como la soledad, el amor, las expectativas vitales y la justicia sociolaboral. Las imágenes y la narrativa que usa Kaurismäki son poesía visual, es la plasmación del arte en el cine (aunque para él el cine no es arte) aplicado a la comedia romántica, ese género tan devaluado por su banalización al servicio del entretenimiento más comercial. En este caso, la sonrisa que nos arranca la película es tan divertida como reflexiva.
El problema del alcoholismo ya lo vimos desde otro punto de vista en Druk (Thomas Vinterberg, 2020), con un enfoque ingenioso, pero aquí, más allá del problema sociocultural, la perspectiva de salida que se propone es a través del amor, el que otorga la fuerza y motivación para salir de la adicción etílica.
Kaurismäki. desde la sencillez, nos regala una película visualmente excepcional, con una composición de planos donde nada sobra y nada falta, todo expresa y todo transmite. Si la imagen se convierte en emoción, eso es puro cine; si en la pantalla el espectador ríe y llora y al acabar la película es capaz de recordar esa sonrisa y esa lágrima, eso es puro cine. No hay diálogos superfluos; a veces el silencio transmite más que cualquier palabra sobrante o una música que no aporta diégesis a la propia historia.
Está disponible en varias plataformas, Filmin, Movistar+, AmazonPrimeVideo. Estas tardes de calor tórrido que no se puede salir a la calle, ventilador y película. Fallen leaves (Hojas de otoño) es muy buena elección. Aquí el trailer: