domingo, 29 de septiembre de 2024

Viaje a la ficción en el hemisferio sur (IX)

Termino con este post la serie de crónicas viajeras al hemisferio sur. 

3 febrero San Blas. Vamos en el bondi (autobús en porteño) hasta el centro y callejeamos a pesar de la ola de calor. Sigo encontrando tiendas decadentes por todas partes, galerías oscuras con garitos que podrían ofrecer cualquier cosa. Y muchos vagabundos, miseria. Es sábado y hay menos actividad en la ciudad. En el centro huele a orines y a tristeza. Hay grafitis en todas las puertas. Muchas cerradas. Muchos candados y rejas. Y sin embargo sentimos la inseguridad de sentirnos observados por el caco, el carterista, el atracador que roba para cenar esa noche o para pagarse la dosis de droga. Mi imaginario de la Barcelona de cuando era niña, en los setenta establece una comparación inevitable.



En la fachada de la Biblioteca nacional pende un enorme cartel de Julio Cortázar. Los símbolos visuales me llaman la atención, como una enorme pintura  de Eva Perón en la fachada de un rascacielos que hemos visto desde el autobús. 
 

En la Plaza del Congreso todavía se aprecian los efectos de las manifestaciones, ya lo expliqué en el post VII de esta serie, las protestas por la Ley de Milei han arrancado adoquines. La policía vigila las calles con chaleco antibalas por toda la ciudad y cuando se prevé alguna concentración se agrupan "tocineras" que me recuerdan los años setenta en Barcelona, las manifestaciones y los grises esperando con sus porras en las Ramblas y aledaños. 


En la Plaza de Mayo una rata cruza a pleno sol por delante de nosotros. Son las 13 horas. La enorme bandera argentina ondea en medio de los jardines y sobre la Casa Rosada. Imagino a Eva Perón asomada a esos balcones. 

Imagino también a las madres y a las abuelas de tantos desaparecidos, girando alrededor del centro de la plaza, con sus pañuelos blancos y las fotos de sus hijos y nietos, jóvenes, de los que todavía quedan muchos por descubrir el paradero de sus restos. Silencio y mentiras, dictadura, torturas e injusticias. Federico Bianchini escribió el proceso de una víctima, secuestrada cuando era un bebé, entregada a un militar que la educó y engañó como si fuese su hija, y que descubrió que Tu nombre no es tu nombre. (Libros del KO). También la película Argentina, 1985, con un magnífico Ricardo Darín interpretando al fiscal Julio Strassera que se atrevió a llevar a los tribunales a la cúpula militar por esos crímenes y atrocidades. El film obtuvo, entre otros premios, el Goya a mejor película iberoamericana y está basada en las grabaciones reales del juicio que se puede ver íntegro en Filmin. No pude visitar los espacios sobre la memoria que se han habilitado en lugares donde se torturaron y detuvieron a tantas personas, pero queda pendiente para el próximo viaje, como el ex ESMA (Escuela de Mecánica de la Armada).


En uno de los laterales de la enorme Plaza de Mayo se encuentra la Catedral. Nos acercamos a ver el cambio de guardia que por casualidad se está llevando a cabo (en realidad lo hacen cada dos horas) y es el relevo de los dos guardas que custodian el mausoleo del general San Martín, libertador y padre de la patria Argentina, que se encuentra en el interior de la iglesia. Desfilan firmes y ajenos a los curiosos que observamos y disparamos nuestras cámaras móviles.



En la catedral encontramos también la referencia al actual Papa Francisco (Jorge Mario Bergoglio), que fue obispo en esa diócesis antes de viajar a Roma definitivamente. 

No lejos de allí, a diez minutos caminando, llegamos a Puerto Madero. Me llama la atención lo viejo y lo nuevo, lo menesteroso y lo abundante, los contrastes de encontrar nuevos edificios y rascacielos ostentosos. Cruzamos el Puente de la Mujer sobre el Río de la Plata, diseñado por el español Santiago Calatrava y que según la perspectiva me recuerda un poco a la pasarela sobre el río Ebro en Zaragoza . 


Se nota que es febrero, como nuestro agosto, época vacacional. En zonas que no son turísticas están las calles desiertas, adormecidas. El sol ilumina implacable y proyecta las sombras alargadas de los edificios sobre el vacío del asfalto.


Por la tarde nos acercamos a la Calle Florida, que es peatonal, calle de shopping le llaman allí. De nuevo, contraste. Huele a Chanel y Christian Dior. Las tiendas imitan a Europa. 

Se escuchan constantemente voces y susurros de “cambio, cambio”. Hay tráfico de pesos y dólares y hombres delgados ofrecen incansables el mejor precio para el cambio. En algunos establecimientos se admiten, e incluso prefieren, dólares. Pero hay varias tipologías, como el dólar blue, un beneficio para los turistas que aporta un precio al cambio mejor. Nosotros cambiamos nuestros dólares en oficina de Western Union, que abundan y ofrecen más seguridad que los estraperlistas callejeros.

Como ocurre en Madrid o Barcelona en que los edificios de solera se transforman en centros Primark o HM, aquí hay un centro comercial llamado Galerías Pacífico al que entramos, no para comprar, sino para admirar sus murales en las bóvedas interiores y su espectacular arquitectura. 
Está en la esquina de las calles Florida y Córdoba y al salir, se nos acercó un matrimonio mayor y nos dijo que nos estaban siguiendo, que tuviésemos cuidado, que habían notado que unos cacos nos habían echado el ojo para robarnos y venían detrás de nosotros. No percibimos a nadie que nos siguiera pero aceleramos el paso y huimos de la zona apresuradamente. Luego en el apartamento nos dijeron que los que nos habían avisado, en realidad, estaban dando la seña a sus cómplices para señalar que éramos buen objetivo, se nos veía turistas a los que robar. Aunque lo hubiesen conseguido, no llevábamos más que los móviles, las tarjetas del omnibus, poco efectivo y nuestras tarjetas de crédito. Pero vaya, que constatamos la inseguridad latente, esa que venía percibiendo desde Montevideo y que ya expliqué en los posts anteriores.


Más cosas a destacar, agradables, que me llamaron la atención, o que me enamoraron de Buenos Aires. 

La primera librería que se instaló en Buenos Aires, frente a la Iglesia de San Ignacio, en la manzana de las luces. Le llaman la Librería del Colegio pues los jesuitas, además de esa iglesia, construyeron al lado el Real Colegio de San Carlos. Es domingo y está cerrado, pero a través de las rejas y en el escaparate observo algunos ejemplares de viejo que de buen gusto me hubiese llevado. 


 
Buenos Aires está poblada de mausoleos, esculturas y banderas. Símbolos. Nos acercamos también al  de Manuel Belgrano, que fue el diseñador del sol y las rayas celeste y blanco de la bandera argentina.

Percibo un nacionalismo que sobrevive a la miseria, un orgullo de pertenencia que dignifica al porteño. Y persisten también muchos edificios mastodónticos, como por ejemplo la estación de tren y otros que imitan a Europa de principio de siglo y son la prueba del auge que Argentina vivió a principios del siglo XX. Luego pasó de ser el granero de Europa a no se sabe muy bien que. Pero adora a sus símbolos: la Bombonera y el fútbol, Maradona, Evita, Mafalda. Y los mantiene vivos en el recuerdo y en las calles. 

Me enamoro del Mercado San Telmo y de todo el barrio, centro antiguo de la ciudad que conserva sus calles y sus casas, y es un hervidero de paseantes y mercadillos, artesanos y músicos callejeros, tango, mate, pizza y asado argentino. Y Mafalda.

Me sorprende, de nuevo, la carne deliciosa que comemos en barrio San Telmo. El solomillo no lo cortan con cuchillo, sino con cuchara. Me acuerdo de los cochinillos segovianos cortados con el plato. El restaurante, como es habitual, refleja el futbol omnipresente en la sociedad. 


Me enamora el tango callejero, aunque esté destinado a turistas como nosotros. Tango. Sensual. A ritmo de calle. Sombrío. Seductor y popular. 





Buenos Aires baila y recuerda su época de esplendor, pero la realidad actual es muy dura. Como los bancos callejeros.  Tienen la apariencia de acolchado pero sólo con tocarlos uno se percata de que es pura piedra, un engaño. Están poco cuidados y sucios. El paseante sigue caminando y no se sienta.


Por la noche estamos agotados, física y emocionalmente. Buenos Aires es una gran urbe, rebosa vida y pobreza, contrastes. arte y, estos días, mucho calor. Nos acercamos hasta la zona donde estamos alojados y en Talcahuano encontramos una pizzería que todas las noches tiene unas colas larguísimas. El cuartito, se llama. Intentamos ver si hay una mesa (la cola es de los que se llevan la pizza a casa) y tenemos suerte. Ya no es la pizza, que también, es al ambiente, todo el espacio decorado con motivos futbolísticos, todo muy porteño. Enorme también la pizza, como es todo aquí en Buenos Aires. Nos sobra la mitad, así que nos la llevamos para el apartamento. Cena para mañana. 
 




El día que regresamos a España, en el aeropuerto Ezeiza, el funcionario que revisa nuestros pasaportes en el control de la aduana nos pregunta: ¿Cómo les trataron en Argentina? . Muy bien, respondemos, Los argentinos sois muy amables y cariñosos, muy risueños y acogedores. "Pero que mal tenéis el país, me atrevo a añadir.  Solo con ver la capital una ya se imagina el resto.

Entonces él me explica que su abuelo era español, que llegó allí desde Valencia en el 36. Y yo pienso en el abuelo Joan, de mi novela Cuestairse.  Nos sigue contando que ahora, la bisnieta es decir, su hija, se vuelve para España por que no hay quien sobreviva con dignidad y esperanza de prosperidad en Argentina. 


 
Y pienso en Cuestairse, en Joan, Claudia y Malena, en esos viajes de ida sin vuelta o de vuelta sin ida, y en lo que cuesta irse. De la ficción a la realidad, al abuelo del funcionario y su hija. Y pienso en los ciclos de la vida que por décadas parece que todo regrese al punto de partida, como si los hombres y las mujeres no aprendiesen de la experiencia vivida. Y en el mar y los vientos marinos, que vienen y van. y en el corazón del que habla Alfonsina Storni.

Golpe de viento
lo llevó de nuevo;
lo llevó a tumbos 
por la inmensidad.
Rodando aún está.
Se enreda en cadenas 
que golpean los flancos
de los buques...¡ay!...

Vientos marinos. Alfonsina Storni, Hacia el mar


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