lunes, 30 de septiembre de 2024

Vayan al cine en el 47

El cine, además de arte, es un medio de comunicación que permite transmitir emociones contando historias reales, como la literatura, o denunciar hechos que el paso del tiempo ha arrinconado, o todo lo contrario, inventar mundos diferentes en los que volcar nuestros sueños. Construir ficción, con lo real con lo inventado, lo ocurrido y lo recreado, lo que no ha existido jamás y lo que sí, fantasía versus realidad.

Hubo una época en que las películas que denunciaban o contaban historias de injusticias o hechos ocurridos en la realidad mostrando la parte desfavorecida se denominó cine social. Tiene muchos detractores, los que opinan que el cine, como arte, es algo que va más allá, o los que defienden la postura que el cine es un espectáculo y como tal está destinado a entretener, divertir.

La cartelera ofrece en las pantallas estos días una película que cumple todas esas premisas: podría ser cine social, podría ser una obra de arte, podría ser una pieza que entretiene y divierte, y además, y sobre todo emociona. El 47


Vayan a verla. La trama desarrolla una episodio que ocurrió en Barcelona en los años 70, en el barrio de Torre Baró, una zona de infraviviendas que los inmigrantes (extremeños y andaluces sobre todo) construyeron con sus propias manos. NO quiero desvelar mucho, porque cada una de las secuencias ofrece muchas capas de lectura, pero el guion está muy bien estructurado y narra desde la llegada de esos trabajadores a la ciudad condal, a finales de los 50, hasta la reivindicación de mejoras básicas (agua, luz, y transporte urbano). Así, Manolo Vital, un conductor de autobús que vivía en el barrio, cansado de recorrer oficinas y despachos con solicitudes y demandas, opta por secuestrar un autobús de la línea 47, algo tan sorprendente como arriesgado. 

La magnífica interpretación de Eduard Fernández llena la sala de cine de veracidad y emoción, y la planificación del director, Marcel Barrena, ofrecen al espectador la impresión de que aquello que ve en pantalla es real, trasladándole a la Barcelona de los años 70. Yo, que entonces vivía allí, reconozco la ciudad en esas imágenes documentales que salpican la historia y en cada detalle que una magnífica dirección de arte ofrece, 

El 47. Emoción con elegancia y sencillez, una narración honesta de la realidad pero con esas dosis de ficción que atrapan al espectador. De lo mejor que ha hecho hasta ahora Marcel Barrena. Y yo, sin necesidad de ver ninguna otra película, le daría el Goya a mejor actor a Eduard Fernández.



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