Donde habita el olvido
Literatura, cine, pensamiento...cultura al fin y al cabo.
domingo, 21 de septiembre de 2025
Ilustradores ilustrados
martes, 16 de septiembre de 2025
Mi gemela literaria
Comencé a leer Una noche de Reyes (Destino, 2025) gracias a Eva Cosculluela (@portadoresdesuenos) y su club de lectura feminita Sin género de dudas que lleva ya cuarenta sesiones en colaboración con el Vicerrectorado de Cultura y Patrimonio de la Universidad de Zaragoza. Ayer, la autora Noemí Trujillo (Barcelona, 1976), compartió palabras y pensamientos con lectoras y lectores. Fue una tarde estupenda.
Ella se define como poeta, más que como escritora, pero con esta obra queda evidente su capacidad para transmitir a través de la narrativa. Y digo narrativa porque Noemí narra, relata, escribe, atrapa al lector, en un libro de difícil catalogación. Una noche de Reyes se presenta como una novela de autoficción y, sin embargo, es mucho más que eso. Hay, además de magia y fantasía, un riguroso estudio sobre nueve autoras que ganaron el Premio Nadal en el pasado siglo XX. Carmen Laforet, Elena Quiroga, Dolores Medio, Luïsa Forrellad, Carmen Martín Gaite, Ana María Matute, Carmen Gómez Ojea, Rosa Regás y Lucía Etxebarría, la única que sigue viva de todas ellas y que no se presenta como un fantasma.
¿Fantasmas? Sí, pero fantasmas que traspasan la inmaterialidad: conversan con Noemí, fuman, beben e incluso le dan obsequios. Un diálogo sobre sus obras, sus personajes, sus procesos creativos que discurre la noche de Reyes, la misma en que se entrega el Premio Nadal. Esa magia fantasmagórica no le resta interés al contenido que, como he mencionado, aporta un estudio exhaustivo de sus obras, les plantea cuestiones y establece similitudes y sinergias entre los personajes y las tramas. Un deleite para lectoras que, como yo, admiramos a Laforet, Martín Gaite, Matute y Regás, aunque confieso, tal como le apuntó el editor cuando la autora le presentó la obra, que no hemos leído obras del resto. Pero me gustan los libros que te llevan a otros libros y con la lectura de Una noche de Reyes ha crecido mi lista de "pendientes" : Viento del norte, Nosotros, los Rivero, Siempre en capilla... No sé si estarán descatalogados, es una pena como el mercado editorial se engulle a sí mismo. Empezaré por Primera memoria de Ana María Matute de la que sí he leído otras obras, entre las que destaco Olvidado Rey Gudú (Destino, 1996).
Tampoco había leído yo a Noemí Trujillo. Después de conocerla, ya tengo encargado en una de mis librerías favoritas su libro de poemas Este bosque inmenso (Olé libros, 2021) del que creo que leyó un fragmento ayer impregnando el Aula Magna del Paraninfo de la Universidad de Zaragoza de emoción y poesía.
Cuando la saludé para que firmase mi ejemplar de Una noche de Reyes le confesé que no había terminado su libro (lo devoré en dos días, pero me faltaban unas páginas). Quise decirle que desde el inicio de la lectura había sentido una conexión muy cercana con ella y con lo que narraba: compartimos muchas experiencias vitales. Era como si la conociese muy a fondo pues había muchas similitudes en nuestra trayectoria. Desde nuestra procedencia barcelonesa, la menos importante quizás, pero marcada por un exilio voluntario que nos obliga ahora a visitar nuestra ciudad como turistas («y eso duele», dijo), hasta la palabra más temida: cáncer. Con los años te acostumbras a que no asuste, pero al principio acojona. Ambas tenemos antecedentes familiares y cuando lo sufres en carne propia es invitable temer lo peor. Por otra parte, ambas hemos forjado nuestra creatividad literaria a fuerza de localizar y transformar la habitación propia una y otra vez, y así varias cuestiones más. No desvelo nada que ella no cuente en ese libro mágico y desgarrador al mismo tiempo. Los tumores que nos extirpan nos degarran, sí, nos alejan de la vida y el pensamiento, algunas nos quedamos vacías. Hasta que la herida cicatriza y con los años se desdibuja en la piel, diluida entre decenas de arrugas que el paso del tiempo nos regala. Es ese un obsequio maravilloso que constata que seguimos vivas, pasan los años y los días ven como la enfermedad se agazapa. Siempre persiste como una amenaza, claro que sí, pero cuanto más tiempo transcurre menos piensas en ello. Incluso te acostumbras a dar consejos a quien está todavía atrapado en la telaraña, le dices que podrá liberarse y al cabo de cinco años o diez o treinta será tan solo un recuerdo.
Algo parecido me ocurrió con Inés Martín Rodrigo (Madrid, 1983) y sus formas del querer. En ese libro la anorexia estaba escrita desde la sinceridad, como la supervivencia, la familia, la vida de nuestros abuelos, padres, el pueblo... ¡cuánto encontré en aquel libro que yo también había vivido! Y se lo dije, claro. Las formas del querer (Destino, 2022) también obtuvo el premio Nadal. Noemí dice que le gustaría ganarlo. A mí también. Ojalá algún día podamos celebrarlo las tres juntas, aunque seamos fantasmas.
Con todo esto llego a una conclusión. Cada uno creemos que lo que nos ocurre es excepcional, digno de ser escrito y contado, en forma de novela o autobiografía. Luego te das cuenta de que a muchas personas les ocurre lo mismo, sienten lo mismo, lo lees en libros de otros autores, te identificas con los personajes porque lo has vivido igual que ellos. No es exclusivo. Conclusión: no es tan importante lo que se narra, sino como se narra, pasar de lo particular a lo universal con la voz, el tono, la estructura y el ritmo que aporte al texto calidez literaria, conexión con el lector. Noemí Trujillo lo consigue en Una noche de Reyes.
Se pregunta la autora muchas cuestiones. incluso cuál es su discurso como escritora, si aporta algo o no. ¡Claro que sí! Es un libro valiente, que abre en canal su propia experiencia y la muestra al lector sin disimulo, que se enfrenta a los fantasmas de una niñez solitaria y que nos regala la magia de otros fantasmas, las escritoras admiradas, pensamientos shakesperianos y mucho amor. He encontrado mucho amor en este libro. Amor a la literatura, amor conyugal (Noemí escribe también sobre la relación con su marido, el escritor Lorenzo Silva (Madrid, 1966), con el que comparte no sólo la vida sino también algunos libros publicados a cuatro manos), amor a Barcelona, amor a sus hijas, amor a su abuela, a su padre. Y a su madre, a pesar de todo.
"¿Cómo se perdona a los muertos? ¿Como se cuida de un amor ideal para que no se quede nunca desatendido? ¿Cómo se consigue ser feliz aceptando lo que eres? ¿Cómo se mantiene a lo largo de los años el equilibrio entre tu malestar y tu bienestar?" Una noche de Reyes, página 250
No desvelo más. Es necesario que leáis este libro. Os va a encantar. Es un libro raro, quizás, como la chica rara Andrea, la protagonista de Nada (Carmen Laforet, 1945), que dejó la calle Aribau de Barcelona sin llevarse nada. «Al menos así creía yo entonces», dice Andrea. La importancia de la última frase, que inspiró a Noemí Trujillo, y que en Una noche de Reyes escribe como un poema de verso único. Belleza literaria de la que no quiero hacer espoiler. Leedlo y releedlo al acabar el libro.
Ayer tuve la suerte de hablar con Noemí un par de minutos mientras me dedicaba el libro. Siempre me parece que hay que callarse cuando el autor piensa las palabras y escribe en la página de cortesía. De hecho, cuando yo firmo en la feria o en las presentaciones, agradezco el silencio. Me hubiese quedado buen rato con ella charlando, intercambianddo impresiones literarias y compartiendo paralelismos vitales, pero tampoco quise copar el tiempo de las decenas de lectoras que hacían cola detrás de mi. No le pedí un selfie porque sé que no le gustan. En la dedicatoria que no transcribo completa, escribió "Para Aurora, mi gemela literaria". Un orgullo que me sobrepasa. No puede haber más belleza y más poesía. Gracias.
viernes, 23 de mayo de 2025
J. Lee Thompson y el realismo social
A John Lee Thompson (Reino Unido, 1914 - Canadá, 2002) se le recuerda casi siempre por su obra más conocida, Los cañones de Navarone (1961), con la que obtuvo dos Globos de Oro a mejor película y mejor banda original, el Oscar a Mejores Efectos especiales y otras seis nominaciones más, entre ellas la de mejor dirección, pero aquel año de 1962 arrasó el musical West Side Story (Robert Wise, Jerome Robbins, 1961) que se llevó nada más y nada menos que diez estatuillas.
Los premios son un reconocimiento siempre anhelado y siempre bienvenido, pero factores como la suerte, la oportunidad, el interés comercial y otros muchos intervienen tanto o más que la calidad de la obra en sí misma. Escribo esta afirmación no pensando precisamente en el musical que merecidamente ganó diez oscars sino en otras muchas obras relegadas, olvidadas e incluso desconocidas que bien merecerían un premio por muchas de sus características.
Y vuelvo ahora J. Lee Thompson. Su obra, antes de esos cañones expectaculares que lo lanzaron al estrellato, se nutre de una serie de producciones previas en blanco y negro en las que experimentó su habilidad detrás de la cámara y que habría que rescatar para nuestra memoria en blanco y negro. He visto esta semana tres de esas películas (se encuentran en la plataforma Netflix) y he quedado absorta por mi desconocimiento y por la escasa difusión que tienen, más allá de los círculos cinéfilos. Por ello hoy vengo a escribir sobre ellas: Yield to the Night (1956), traducida como Mientras espera la noche, que tiene los tres primeros minutos para ver una y otra vez en bucle (trailer al final de este post), Woman in a Dressing Gown (1957) no hay versión en castellano pero sería algo así como Mujer en bata de estar por casa y No Trees in the Street (1959), tampoco existe versión en castellano, yo la traduciría como Sin árboles en la calle.
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| Yvonne Mitchell en Woman in a Dressing Gown |
jueves, 9 de enero de 2025
Parthenope, cine y belleza
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| Sorolla |
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| Monet |
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jueves, 21 de noviembre de 2024
Cientos de ojos extrañados
Agustín Fernández Mallo estuvo en Zaragoza el 29 de octubre presentando su último libro, Madre de corazón atómico (Seix Barral, 2024), cuya sinopsis determina como "una apasionante novela biográfica que recorre todo un siglo a partir de la memoria familiar". El autor explicó en esa presentación desde el porqué del título —secuencia muy entrañable junto a su padre que aparece en la narración y que me regala además la melodía de un disco de Pink Floyd que hacía mucho tiempo que no escuchaba— a muchas otras secuencias que discurren con él, su padre, un hombre de ciencia, veterinario de profesión que le enseñó a vivir con extrañamiento. Esa enseñanza de ver la vida y las cosas asombrándonos de la realidad al colocar a ésta en otro punto de vista, más original, menos cómodo, más allá de lo habitual, más desautomatizado, la aplica el autor en esta narración, como propuso Víctor Shklovski, sin metáforas irreales, desde una/otra realidad sin moralinas y sin nostalgia. Con mucho amor. Desde el extrañamiento, Fernández Mallo manifiesta el amor hacia su padre.
Esa misma tarde, mientras me firmaba el ejemplar, le dije a Agustín que éste es el primero de sus libros que iba a leer, tengo en mi lista de pendientes El libro de todos los amores (Seix Barral, 2022). Al hilo de esto, un inciso/apunte egocéntrico. Esta semana, a la entrada de la Biblioteca de Aragón, en la estantería de recomendaciones estaba mi novela Cuestairse muy cerca de ese libro de Fernández Mallo, «será una señal para que lo lea enseguida», pensé, pero por encima de todo me hizo una ilusión infinita ver mi primer libro publicado junto a otro de un autor al que ya admiro tras leer su Madre de corazón atómico. El día de la presentación le anuncié que escribiría una reseña en mi blog si el libro me gustaba: «Para que gastar energía en dilapidar a quien ha puesto esfuerzo, tiempo y cariño en una obra, si no me gusta, mejor me callo y ya está», creo que le dije. Por eso, en este espacio, casi todas las entradas son positivas, como me apuntan algunos de los lectores.
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| Agustín Fernández Mallo en Zaragoza 29 octubre 2024 |
Pues aquí estoy, después de leer Madre de corazón atómico y disfrutar no solo de la lectura, sino
del extrañamiento que contagia, una novela que basa su narrativa en la realidad
que ha vivido el autor frente a la muerte de su padre: “la muerte es el único
acontecimiento humano que, por muy repetido que sea, por mucho que de antemano
sepamos que ocurrirá, siempre es totalmente nuevo” (página 48) “cuando llega
nos da un colosal susto; no la entendemos”, añade páginas después.
El hijo, se posiciona ante esa muerte, la de su padre, con
extrañamiento, y aunque gire alrededor de ella, no es un libro nostálgico
y triste, el autor escribe lejos del drama una narración de vida y amor. “La muerte no existe,
el amor sí”, dijo el día de la presentación. También nos habló del tiempo que tuvo
que transcurrir desde que comenzó a pensar esta obra y la escribió hasta su
publicación, doce años. De ello también escribe en esa metaliteratura que recorre fluidamente la narración: “Escribir ficciones y morir son cosas contrapuestas (…) sólo
podemos narrar aquello que vemos tan lejano que para nosotros está muerto, y
allí donde acontece una muerte con total seguridad tarde o temprano aparecerá
una ficción (página 51).
El autor describe algunas de las vivencias con su padre,
desde su propia memoria, y otras que ocurrieron antes de nacer él, a través de
un viaje por América que intenta rehacer o por los espacios, objetos y fotografías que le rodean, e incluso a
través de la mirada vacía de su padre cuando comienza su deterioro cognitivo. Siempre desde el alejamiento necesario en el tiempo y en el propio extramiento. “Comencé
a verle desde fuera, con menor implicación afectiva, distancia emocional que,
por paradoja, me llevaba a implicarme incluso más en lo que habían sido su
pasado y sus motivaciones vitales, hasta entonces ajenas a mis intereses”
(página 127)
Desde una economía en el lenguaje, una corrección poética y
una narración ágil y amena, Fernández Mallo abre la mente y el corazón del
lector al misterio de la existencia. Es la narración de las anécdotas y los hechos
lo que muestra esa filosofía vital y esa esencia de las cosas desde el extrañamiento que su padre le mostró; las cosas son siempre mucho más bellas y complejas de lo que
percibimos a simple vista, y el Fernández Mallo lo muestra a través de una fórmula matemática escrita en un papel o una fotografía de dos personas lavando un coche en 1957.
Distingue el autor entre ficción y fantasía, “las buenas narraciones
cuentan una verdad y media”, hay que educar el ojo para ver esa parte irreal
sin caer en la ñoñería o la personificación de le mentira. Si nos extrañamos
ante la verdad para descubrir ese otro punto de vista, no estamos inventando
fantasía, sino que estamos viendo otra realidad que también es.
Los objetos, por ejemplo, de un muerto, aunque a veces
inservibles, son la presencia (y la ausencia) de ese ser querido. “El muerto
reaparecerá, se hará presente en tu vida muchas veces y de mil formas distintas”.
Para el autor, la muerte no es el final, es un punto de partida. Por mi
experiencia (y por mi edad), he visto morir a muchos de mis seres queridos, año
tras año, funeral tras funeral, he vaciado sus habitaciones y vivido muy de
cerca lo que el autor narra. Los muertos nos acompañan en cada objeto, en cada
espacio, en cada fotografía, y siguen a nuestro lado. Yo siempre repito que “nadie
muere mientras vive en la memoria de alguien, mientras sea recordado”. En este
caso, el padre de Agustín, vive en este libro y vivirá eternamente en tanto en cuanto la química mantenga el papel en anaqueles de bibliotecas y la física o la biología permita que nuevas retinas discurran por las letras escritas, cientos de ojos extrañados que leerán una y otra vez esta obra. Hay
mucho amor en el libro que se propaga en cada palabra y cada página, surge de cada
reflexión y cada anécdota, bien de un viaje en busca de unas vacas y de cientos
de ojos que miran a través de un pasto en Iowa, sean luego vacas o cerdos, o
del niño que arrastra un cerdo durante la Guerra Civil a través de los montes de León y se hace hombre al final de la travesía. “A posteriori las cosas
cobran el sentido que queramos darles. La memoria es literatura o no es”
(página 22)
Y en este extrañamiento frente a la muerte de su padre, en esa búsqueda de la realidad, Agustín Fernández Mallo nos conduce también a encontrarnos un poco más a nosotros mismos. Libro muy inteligente, tierno y enriquecedor. Madre de corazón atómico (Seix barral, 2024)
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| Presentación en Zaragoza Madre de corazón atómico |
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| El libro de todos los amores y Cuestairse en la Biblioteca de Aragón |
lunes, 21 de octubre de 2024
Por encima de todo, cine
domingo, 6 de octubre de 2024
Luz que traspasa
Miércoles 2 de octubre. No conocía al autor, Juan Trejo (Barcelona, 1970), aunque obtuvo el Premio Tusquets de novela en 2014 por La máquina del porvenir. Presentaba su nuevo libro en Zaragoza de la mano de María Angulo, a quien sigo y admiro, profesora de Periodismo e investigadora en el proyecto Transficción, en el que se enmarcaba el evento. Sólo por eso ya aportaba un sello de garantía y decidí acudir a la presentación de Nela 1979 (Tusquets, 2024). Llovía a chuzos, el autobús se demoraba más de veinte minutos y no había ningún taxi a la vista, así que fui caminando, llegué tarde y empapada, y me perdí la intervención de María. Pero escuché con atención al autor que, vehemente y emocionado, fue desgranando algunos aspectos de su novela. No había ido con intención de comprarla pero me convenció y así se lo dije mientras me la firmaba con una preciosa dedicatoria, un "gesto de amor".
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| Juan Trejo con María Angulo en la presentación. Fotografía de Laureano Debat |
Tenía yo otras lecturas pendientes y planificadas pero, no sé si por su exposición o por que la historia se localiza en la Barcelona de los setenta que yo conocí o por el título del primer capítulo, Donde habita el olvido (el mismo de este blog), o por la foto de la cubierta, comencé a leerla el viernes.
Viernes 4 de octubre. Miro esa foto de la cubierta una y otra vez, durante la lectura, me detengo, vuelvo a las páginas, regreso a la foto y siento que he encontrado una nueva amiga, Nela.
Dos días, los mismos que ella estuvo en el hospital
hasta que murió, me ha llevado leer el libro que ha escrito su hermano, Juan
Trejo. Tan solo dos días y ya la conozco un poco, es mi nueva amiga, me ha traspasado su luz, como desearía el autor.
Nela 1979 (Tusquets, 2024) es la historia de su revelación, como escribe Trejo, no para desenterrarla, sino para poner nombre en su tumba, para otorgarle la dignidad que le robó el silencio y el olvido.
"Tengo claro lo que deseo, más que desenterrar a Nela es darle la sepultura que merece, no dejarla tirada, apartada en un rincón de la historia, sino precisamente cerrar su tumba y colocar encima una lápida en la que pueda leerse su verdadero nombre y el año de su muerte. Quiero que se sepa que existió, que vivió en un momento y en un lugar concretos, y que compartió su suerte, o su infortunio con un motón de jóvenes que, al igual que le ocurrió a ella, han sido borrados injustamente de la versión oficial, pero merecen ocupar su propio lugar en el pasado" (página 200)
Domingo 6 de octubre. Después de leer el libro siento a Nela muy cerca, quizás porque yo también vivía en Barcelona en aquellos años, aunque no me embarqué en la contracultura ni estuve en las jornadas libertarias del Parc Güell, ni fui de la plaza San Felip Neri. Pero reconozco algunas de sus picardías que yo también hice, como ir andando al instituto y guardar las monedas del autobús para con ellas comprar tabaco. O irse de casa: "una hija que quería irse de casa en esa época tenía que hacerlo a las bravas, cerrando la puerta al salir" (pág. 160". Yo tengo tres años menos, soy de la primera generación del BUP, como su hermana Carmen, y aunque recuerdo bajar a las Ramblas y correr delante de "los grises" en más de una ocasión huyendo de sus porras o bailar sardanas en la Plaza de la Catedral, mi inocencia se movía por encima de la Diagonal, en Sant Gervasi y la Bonanova. "En esa época, Barcelona era varias ciudades en una, tenía diferentes capas de realidad en las que desarrollarse" (pág. 167). Y se percibían las diferencias de clase que menciona el autor, aunque se disfrazaran en una igualdad descafeinada. Como he dicho, yo vivía en la parte alta de la ciudad, en un barrio pijo y curse los dos últimos años de BUP en el colegio más pijo de Barcelona, pero ni mi familia ni yo podíamos aspirar, ni yo lo quise nunca, pertenecer a esa clase: mis padres no eran ni burgueses ni nacidos en Barcelona, ella de un pueblo aragonés y él de L´Hospitalet, así que algunas veces noté un poco lo que un maleducado le respondió a Juan cuando le preguntó si recordaba a su hermana, la indiferencia.
Me ha traspasado la lectura, no solo por los espacios (mi primera comunión se celebró en un restaurante de la República Argentina y mi mejor amiga vive, todavía hoy, al otro lado del Puente de Vallcarca que cruzo a menudo cuando visito Barcelona), sino por el acercamiento a la personalidad de la protagonista y la narrativa sincera del autor. Siento que Nela y yo tuvimos en común algo más que los espacios, una época que pasaba del gris al color, un afán de libertad y de conocimiento, una rebeldía contra las reglas y contra el mundo preestablecido que queríamos cambiar.
No me gustan las fajas de los libros (aunque, como vivo en una eterna paradoja, las guardo
todas y las vuelvo a colocar cuando los he leído), me parecen un signo
pretencioso y publicitario, que lo son a partes iguales, lo primero por parte del autor y
lo segundo por parte de la editorial, pero en este caso contienen frases de dos de mis
autores preferidos: Manuel Vilas y Sergio del Molino, y de Agustín Fernández Mallo, del que tengo pendiente Madre
de corazón atómico (Seix Barral, 2024). Los tres elogios que figuran en la faja
son en este caso muy certeros, no son hipérboles ni aderezos superfluos, sino
que aportan aspectos y puntos de vista, positivos de la novela: relato
hipnótico, historia de amor, proeza íntima y generosa, contado con precisión y
emocionalidad, llena de ternura, que nos interpela a todos. He mezclado las
frases y los adjetivos de los tres autores y suscribo todo; en este caso, la
faja no oprime.
Juan Trejo comienza la narración en primera persona y ya en el planteamiento el lector (o por lo menos a mí me ha ocurrido) empatiza con él, quiere continuar leyendo y acompañarle en esa búsqueda para conocer a Nela, su hermana muerta cuando él era un niño, una chica de 21 años cuyo nombre y recuerdo fueron silenciados en la familia, tanto para olvidar el dolor como la escasa y corta vida de Nela, su rebeldía y su búsqueda de libertad.
El libro arranca y discurre trepidantemente pero paso a paso, sin tregua ni concesiones que permitan al lector abandonar la lectura. De prosa ágil, reflexiones ubicadas con tanto acierto que la trama no se interrumpe, personajes que van apareciendo y se van describiendo en la propia acción. El narrador, en presente, nada a veces en la metaliteratura y cuestiona el sentido de la propia obra. Como una crónica Juan comparte cada paso que le acerca a su hermana, cada pista y cada desánimo, colorea esa tristura que le va tiñendo, pero también el amor que crece a medida que conoce un poco más a esa hermana mayor que vivió y murió demasiado deprisa. Trejo va trazando el proceso de construcción narrativo y el descubrimiento del personaje. Una narrativa literaria que traspasa la realidad para llevarla a la ficción con elegancia y sutileza. De nuevo y siempre, ficción y realidad entrelazados en la vida y en los libros.
¡Qué descubrimiento, la libertad en mayúsculas, eso quería Nela! El hedonismo sin reglas establecidas, la rebelión contra el mundo que por herencia le esperaba: convertirse en una mujer que entonces todavía pasaba de la tutela del padre a la de un marido, eso no quería ella que se fijó una visión más abierta de la existencia. Pero la vida alternativa que eligió le presentó nuevos protagonistas, entre ellos, la heroína.
De todas maneras, Nela 1979 no va de drogas. El libro va de la joven Nela, soñadora, alegre, rebelde e ingenua, y de una época y una sociedad que perseguía abrir nuevas formas de vida, más en común y con menos normas, de la contracultura barcelonesa en la segunda mitad de los años setenta, con Franco agonizante y muerto pero no enterrado del todo. En esa época, esos cinco años, que se recogen en el documental Barcelona era una fiesta (Vila San Juan, 2010), Nela fue víctima de ese "exceso de inocencia y exceso de transgresión" que Pep Bernardas describe al autor en una entrevista que el autor menciona en la página 179.
En esos tres años de diferencia que me llevo con Nela quizás ya el miedo hacia la droga estaba más extendido, digamos que no fui de las pioneras, había un poco más de información, aunque intuyo que algunas de mis compañeras de colegio caerían también en la trampa de la heroína. Siempre tuve mucho miedo, no sé si por el libro que leí con 15 o 16 años, Pregúntale a Alicia publicado en 1970 como anónimo, el diario de una chica que se va de casa y es adicta al LSD, o por la cantinela constante en casa y en el colegio. Los porros circulaban, sí, pero los alejé de mi.
El autor dosifica muy bien la información así como la estructura del relato de manera que el interés en la lectura va in crescendo. Sabemos el final desde el principio, pero queremos conocer a Nela. El libro es la declaración de amor de un hermano que desnuda parte de su vida familiar y, sobre todo, muestra una verdad muy sincera. Es un atrevimiento arriesgado.
Hay sonrisas y lágrimas en el libro, hay un cine que yo frecuentaba, el Atenas, hay un primer capítulo que se llama como este blog. Todo me atrajo desde el principio y ahora que he llegado al final no puedo más que recomendar su lectura, por la forma, por el contenido y, sobre todo, por la verdad y la emoción que el autor nos obsequia. Una historia marcada "en un principio por el dolor y la tristeza, también por la incomprensión y la nostalgia, pero teñido ahora por la serena alegría y la consciente satisfacción que ofrece el haber optado por el recuerdo para honrar unas vidas que, sin duda, acabaron demasiado pronto" (pág.313). La de Nela y la de muchas y muchos jóvenes de su generación.
Por ello quiero mostrar públicamente mi agradecimiento por presentarme una nueva amiga, su hermana Nela, que veo una y otra vez en esa foto de la cubierta y contracubierta, con toda su luz y su alegría.
Me queda pendiente ver la película Sonrisas y lágrimas, y quizás también llorar sin saber muy bien por qué. Tal vez porque sí.
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| Para Nela, de mi rosal, que todavía florece en este otoño cálido |
lunes, 30 de septiembre de 2024
Vayan al cine en el 47
El cine, además de arte, es un medio de comunicación que permite transmitir emociones contando historias reales, como la literatura, o denunciar hechos que el paso del tiempo ha arrinconado, o todo lo contrario, inventar mundos diferentes en los que volcar nuestros sueños. Construir ficción, con lo real con lo inventado, lo ocurrido y lo recreado, lo que no ha existido jamás y lo que sí, fantasía versus realidad.
Hubo una época en que las películas que denunciaban o contaban historias de injusticias o hechos ocurridos en la realidad mostrando la parte desfavorecida se denominó cine social. Tiene muchos detractores, los que opinan que el cine, como arte, es algo que va más allá, o los que defienden la postura que el cine es un espectáculo y como tal está destinado a entretener, divertir.
La cartelera ofrece en las pantallas estos días una película que cumple todas esas premisas: podría ser cine social, podría ser una obra de arte, podría ser una pieza que entretiene y divierte, y además, y sobre todo emociona. El 47.
Vayan a verla. La trama desarrolla una episodio que ocurrió en Barcelona en los años 70, en el barrio de Torre Baró, una zona de infraviviendas que los inmigrantes (extremeños y andaluces sobre todo) construyeron con sus propias manos. NO quiero desvelar mucho, porque cada una de las secuencias ofrece muchas capas de lectura, pero el guion está muy bien estructurado y narra desde la llegada de esos trabajadores a la ciudad condal, a finales de los 50, hasta la reivindicación de mejoras básicas (agua, luz, y transporte urbano). Así, Manolo Vital, un conductor de autobús que vivía en el barrio, cansado de recorrer oficinas y despachos con solicitudes y demandas, opta por secuestrar un autobús de la línea 47, algo tan sorprendente como arriesgado.
La magnífica interpretación de Eduard Fernández llena la sala de cine de veracidad y emoción, y la planificación del director, Marcel Barrena, ofrecen al espectador la impresión de que aquello que ve en pantalla es real, trasladándole a la Barcelona de los años 70. Yo, que entonces vivía allí, reconozco la ciudad en esas imágenes documentales que salpican la historia y en cada detalle que una magnífica dirección de arte ofrece,
El 47. Emoción con elegancia y sencillez, una narración honesta de la realidad pero con esas dosis de ficción que atrapan al espectador. De lo mejor que ha hecho hasta ahora Marcel Barrena. Y yo, sin necesidad de ver ninguna otra película, le daría el Goya a mejor actor a Eduard Fernández.
domingo, 29 de septiembre de 2024
Viaje a la ficción en el hemisferio sur (IX)
Termino con este post la serie de crónicas viajeras al hemisferio sur.
3 febrero San Blas. Vamos en el bondi (autobús en porteño) hasta el centro y callejeamos a pesar de la ola de calor. Sigo encontrando tiendas decadentes por todas partes, galerías oscuras con garitos que podrían ofrecer cualquier cosa. Y muchos vagabundos, miseria. Es sábado y hay menos actividad en la ciudad. En el centro huele a orines y a tristeza. Hay grafitis en todas las puertas. Muchas cerradas. Muchos candados y rejas. Y sin embargo sentimos la inseguridad de sentirnos observados por el caco, el carterista, el atracador que roba para cenar esa noche o para pagarse la dosis de droga. Mi imaginario de la Barcelona de cuando era niña, en los setenta establece una comparación inevitable.
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