martes, 31 de enero de 2023

Enero

Está siendo frío este enero. Ayer domingo, cuando salí por la mañana el sol descongelaba los carámbanos de la Fuente de los Calderos. Antes de llegar, en la alzada que rodea los jardincillos, me llamó la atención un libro que dormía sobre la piedra. Seguí caminando y al poco encontré otro. Pensé que alguien los había olvidado pero a los diez metros había otro, y otro. Quien fuere que los dejó, lo había hecho a propósito: estaban allí para que otra persona los leyera. Pero ninguno de los títulos me interesaba. Eran novelas de aventuras, de terror y misterio, de autores extranjeros que no conocía. Probablemente serían entretenidas pero no es el tipo de libros que suelo leer. Y de pronto, como quien va con el detector de metales y escucha el pitido, encontré dos pequeñas joyas (para mí, claro, otros podrían pensar lo mismo que yo respecto a las novelas anteriores), dos ediciones minúsculas, de 350 pesetas cada una (edición de 1998) con poemas de mis dos poetas de cabecera. Y entonces mi corazón helado comenzó a bullir de emoción. “Seguramente tengo esos versos, pero me los llevo para ojearlos”, pensé.

Desde aquí agradezco al anónimo regalador que me ha contagiado las ganas de continuar con la iniciativa. Es fácil: el domingo que viene llevaré yo otros dos libros y los dejaré sobre la piedra soleada. Eso sí, hay que asegurarse que no hay previsión de lluvia. Por cierto, cuando regresé a mediodía ninguno de los libros estaba ya allí. Este intercambio anónimo de letras y cultura caldea la ciudad y hace que el invierno sea más llevadero. #librosenlacalle

 

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