Miguel Mena (Madrid, 1959) cuyo segundo apellido es Hierro, como el puente que da nombre a su novela Puente de Hierro (Pregunta, 2022), nos lleva a través de las palabras por un recorrido que va mucho más allá de cruzar el río Ebro.
Los puentes son lugares de
tránsito y en este libro el autor nos brinda idas y venidas por el tiempo,
los espacios y los hechos.
Con tintes de crónica literaria y de la mano de una protagonista testigo, Maricarmen, he vuelto a vivir en dos tardes los hechos más significativos del último cuarto de siglo XX y principios del XXI. Condensado, sí, pero destacando lo que marcó a esa sociedad de clase trabajadora, mujeres y hombres que lucharon por mejorar las condiciones de vida de sus hijos, en un tiempo en que el miedo y el color gris tendieron sus propios puentes de supervivencia. Quizás porque nací el mismo año que Maricarmen he devorado cada uno de los capítulos avanzando en el tiempo y en su propia madurez.
Lenguaje cercano, ritmo ágil y
estructura natural al tempo de la novela, invitan a una lectura que se disfruta
en cada página, sin estridencias ni gongorismos, con dosis precisas de
emociones que animan a descubrir el capítulo siguiente. Como una crónica, Miguel Mena narra los hechos reales, con rigor periodístico, en el orden cronológico que la Historia marca; los encaja entonces en la ficción que recrea la mirada literaria otorgando categoría de novela al relato en tono realista.
Cuestión que me ha entusiasmado:
la posibilidad de ver (reseño el verbo, ver)
a través de descripciones escuetas pero justas los cambios de la ciudad de
Zaragoza en sus calles, plazas, edificios y barrios. Todo aquello que me
llegaba por la televisión a la Barcelona donde crecí y al pueblo donde vivía luego (el incendio, el
atentado, el otro incendio, el descubrimiento de ruinas romanas) he podido ahora
verlo de cerca, narrado por Maricarmen, que sí vivió en la ciudad del
cierzo y que lo escribe en primera persona, en un pasado directo que es todavía
presente en la memoria de muchos zaragozanos.
Ahora que resido a menudo en esta ciudad,
recomiendo la lectura de Puente de Hierro a los jóvenes que no vivieron el fin de
siglo; conocerán los cimientos y entenderán mejor la estructura actual (no solo
urbanística sino también emocional) de su entorno. Y además enriquecerán mejor la base
histórica reciente, la que se escribe en minúscula y no aparece en los libros
de texto, la que conforman nuestros padres y abuelos, los que con su esfuerzo y
silencio en un tiempo gris y oscuro, sentaron lo que ahora somos. Pero
recomiendo también la novela a los que nacieron, como yo, en el siglo pasado porque
la lectura se convertirá en una ruta a través de la memoria, emociones, semejanzas
familiares, hechos compartidos y lugares comunes.
Puente de Hierro no es sólo Zaragoza. Logroño, Madrid, Bilbao y
Barcelona dibujan en el libro una red que teje la vida de los personajes, que
son también nuestros primos, tíos y abuelos, hilos de lana y seda que la
emigración tendió en busca de trabajo y mejores oportunidades. El lector verá
(insisto en el verbo ver) fotografías
de barrios periféricos y edificios solitarios en medio de solares despoblados,
sea en el Carabanchel madrileño o en el Actur zaragozano. Por eso, Puente de Hierro es un puente hacia el
pasado reciente de la España de la transición y el asentamiento de la
democracia. Y sobre todo, de los sentimientos que experimentaron los que
vivieron los hechos. Una crónica desde dentro, sin sensiblerías ni nostalgia,
con rigor literario y periodístico.
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