Ayer vi Quo Vadis, Aída? (Jasmila Zbanic, 2020). Antes de escribir mis impresiones sobre la película quisiera considerar algunos prolegómenos anticipando, eso sí, que es un film rebosante de humanidad y que recomiendo ver. Y aunque lo parezca por el título, no es una peli de romanos. Se ubica en Srebrenica (Bosnia-Herzegovina) en 1995 los días que desencadenaron el genocidio en forma de masacre étnica que nos esconde en la vergüenza de la raza humana y nos plantea otros interrogantes.
Quo Vadis en latín es una pregunta: ¿a dónde vas? Nos traslada al Imperio Romano que llegó a abarcar tanta extensión y tanta multiculturalidad que hubo que partirlo en dos: Oriente y Occidente. Diocleciano entendió que así se gobernaría mejor. Esa línea divisoria imaginaria quedó justo sobre la península balcánica dejando en el lado occidental, el de Hispania y la Galia, lo que ahora correspondería a Croacia y una zona de Bosnia Herzegovina y el resto en la parte oriental, que miraba hacia Asia. En el año 395 d.C Teodosio repartió el imperio entre sus dos hijos: Occidente para Honorio y Oriente para Arcadio. Dos emperadores que tuvieron que bregar también contra la expansión del cristianismo, otro de los factores que llevó al declive del Imperio Romano, además de las guerras civiles, la peste, los Germanos y Sajones, los Godos, los Hunos y los otros. Guerras, enfrentamientos, luchas por la independencia, por la tierra y por el poder.
Dos mil años después seguimos
igual. Aunque la ciencia, la filosofía y la cultura otorgan al género humano una mayor capacidad de pensamiento
y desarrollo, sigue habiendo guerras y luchas por las fronteras, por el poder o
por diferencia en las creencias. Por detrás siempre se extiende un
enriquecimiento de otros, a simple vista neutrales, que negocian con armas y
otras asistencias bélicas, o simplemente aportaciones monetarias que verán
luego aumentadas en otros intereses económicos de inversión. Los damnificados
siempre son los mismos: la población civil que sufre las consecuencias, no sólo
la muerte, sino el exilio, la pobreza, la violación y la pérdida de su
dignidad.
La caída del Imperio Romano se
hizo efectiva primero en occidente. La parte oriental se concentró en una
Constantinopla que derivó en otro imperio, el Bizantino, durante siglos. La línea
divisoria seguía estando en tierras de Los Balcanes. Luego, en la Edad
Media, fue el Imperio Serbio quien dominó la zona,
mas tarde llegó la invasión Otomana y siglos después diferentes luchas reclamaban territorios y naciones,
independencias e identidades, desde Bulgaria hasta Grecia, pasando por Albania,
Serbia o Bosnia. Ya en el siglo XX, los historiadores coinciden en situar la
Guerra de los Balcanes como la desestabilización que encendió la I Guerra
Mundial. Finalizada la contienda de nuevo las fronteras se movían de un lado a
otro. Y lo mismo ocurrió tras la II Guerra Mundial: Dalmacia, Montenegro, Herzegovina,
Macedonia, Eslovenia, Croacia, Bosnia, Serbia, Kosovo… todo se fusionó en
Yugoslavia, que es lo que yo tenía en los mapas de mis libros de geografía
cuando estudiaba. El baile de fronteras parecía haber finalizado.
En esa época en la federación socialista de Yugoslavia Tito había sido elegido presidente por sexta vez y en mi colegio pusieron Quo Vadis (Mervyn LeRoy,1951) una película que mostraba la persecución de los cristianos en el año 64 d.C bajo el dominio del emperador Nerón. Cuenta la tradición que el Apóstol Pedro salía de Roma con intención de esconderse en plena persecución de los cristianos y divisó un resplandor (que los creyentes identifican con la figura de Jesús). Entonces le preguntó: “¿Quo Vadis, Dómine?” (¿A dónde vas, Señor? La voz le respondió: “Voy a Roma para que me crucifiquen de nuevo pues si abandonas a tus ovejas yo estaré allí con ellos”. San Pedro, avergonzado, regresó de nuevo a Roma y cumplió con la misión que le había encomendado su señor Dios. No mucho después fue apresado y crucificado.
Ahora, esa misma pregunta en latín da título a otra película donde no aparece San Pedro, ni la figura resplandeciente de Jesús, ni tampoco los cristianos perseguidos. En este caso son musulmanes bosnios que huyen del asedio serbio y del odio étnico.
Quo Vadis, Aída? (Jasmila Zbanic, 2020) encierra una reflexión en sí misma que lleva al espectador, incluido el título, a esos preámbulos: persecución, fronteras, siglos de historia y una pregunta que cuestiona mucho más de lo que interroga. Quo Vadis, Aída? se sitúa en 1995, en Potocari – Srebrenica (Bosnia Herzegovina). Es una película magníficamente rodada e interpretada por su protagonista Jasna Djuricic y por todo el elenco que la acompaña. En el inicio, la fuerza de las miradas de los actores y la excelente dirección hablan tanto o más que el larguísimo preámbulo de esta entrada.
La realidad que muestra la cinta parece estar ocurriendo frente a la pantalla como si de un documental se tratase; la puesta en escena es impecable y el realismo aleja en todo momento al espectador de que se trate de una obra de ficción. Pero lo que quiero destacar por encima de todo es esa realidad ficcionada que la obra narra, una guerra incomprensible (como la mayoría de ellas) que la comunidad internacional no supo (o no quiso) parar y se prolongó durante cuatro años en tierras balcánicas, dando lugar a otro genocidio, como si no hubiésemos aprendido nada después de los horrores de la II Guerra Mundial. En este caso, la película muestra la masacre que el ejército serbio llevó a cabo sobre la población civil de etnia bosnio musulmana, bajo las órdenes del general Mladic. Amigos, vecinos, compañeros de trabajo que meses antes compartían el autobús, las aulas, las calles y los comercios eran ahora los asesinos que disparaban sus fusiles. Lo más desconcertante es que todo ocurrió bajo la mirada de las Naciones Unidas, que tenían la zona bajo su protección. En la película queda latente la incompetencia y pasmo de los cascos azules, pero también de toda la comunidad internacional.
La trama se personifica en una maestra que la ONU contrata como intérprete. Desde esa posición privilegiada, Aída intenta salvar a su esposo y sus dos hijos. Corre de un lado a otro en medio del caos en busca de soluciones para evitar a su familia lo que inevitablemente ocurriría con los 25.000 refugiados allí reunidos: hombres y mujeres separados en camiones y autobuses con una ruta hacia ninguna parte. Todos conocemos el resultado pero ninguno de nosotros estuvo allí. No obstante, la muerte y el horror tienen un tratamiento elegante (por decirlo de alguna manera) en la cinta, mediante la elipsis; así el espectador puede continuar mirando la pantalla.
Quo Vadis, Aída? puede considerarse como "fuente y elemento didáctico para transmitir y conocer los hechos que narra", es decir, responde a las dos preguntas que en su momento planteé en mi TFG sobre si "las películas de ficción deberían considerarse una fuente para la Historia y, por otra parte, hasta que punto esas películas son una herramienta didáctica para la transmisión de hechos históricos a un público no especializado". Otro ejemplo para mi colección.
Sin hacer espoilers, al final queda constancia de que los que sobrevivieron a las matanzas y violaciones todavía buscan respuestas y se arriman a la vida como mejor pueden.
Una película imprescindible que estuvo nominada en los Oscar, Bafta y Gaudí entre otros y obtuvo el reconocimiento como mejor película, dirección y actriz en los Premios de Cine Europeo 2021.
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