En mayo del 2014 escribí un texto que ahora recupero (y reproduzco íntegro al final de estas líneas pues me parece interesante ver como ha evolucionado el conflicto y las amenazas de Putin se van llevando a cabo). En él, Natalia, una vecina rusa opinaba sobre Rusia y Ucrania. Hoy no puedo saber si piensa lo mismo pues ya no está aquí (no sé si regresó a su país), pero me pregunto qué diría viendo lo que está ocurriendo ocho años después. La información propagandística con la que Putin envenena a sus compatriotas le sirve para tener seguidores como autómatas irracionales. Pero también sé que muchos ciudadanos se están manifestando en Moscú, San Petesburgo y otras ciudades rusas en contra de esta invasión de Ucrania y están siendo detenidos para acallar su voz. No todos los rusos son Putin. Ahí radica una esperanza pues deben ser ellos mismos, los rusos, quienes le obliguen a retroceder, sobre todo los que le sostienen con su apoyo económico (junto a las medidas, sanciones y el aislamiento internacional).
Después de leerlo, lamentablemente, concluyo que Putin no quedó satisfecho con la anexión de Crimea y lo que entonces fue una amenaza, ahora se ha convertido en bombardeos sobre ciudades ucranianas, cientos de civiles fallecidos, miles de familias desmembradas, mujeres y niños huyendo del país, hombres arriesgando la vida para defender lo que por derecho les pertenece, una tierra, un hogar, una soberanía democrática.
Se me rompe el alma viendo las imágenes que nos llegan desde Kiev, Jarkov o la frontera con Polonia. Miradas perdidas, lágrimas que se hielan en el frío, oscuridad en refugios improvisados, largas filas de pequeños gorritos y mochilas de colores cubiertas de tristeza. No puedo evitarlo y me parece una frivolidad distraer mi tiempo en otras cuestiones. Siento desasosiego al pensar que otra vez hay guerra, desplazados, muertos, hambre, otra vez, como si los humanos no fuésemos capaces de aprender de los errores, otra vez, cuando parecía que ya lo teníamos claro, queremos paz, Naciones Unidas, Unión Europea, otra vez, el egoísmo de alguien sin escrúpulos, otra vez estamos viendo y no sabemos que hacer, otra vez nos preguntamos como parar esto. Votamos a hombres y mujeres para que nos representen, gobiernen nuestras sociedades, administren los bienes comunes y velen por una convivencia en Paz. Ahora el miedo paraliza las decisiones. Por qué el riesgo es demasiado. Analistas políticos, historiadores y diplomáticos no se atreven a afirmar que no existe la posibilidad de que la amenaza nuclear que llega desde Rusia pueda ocurrir. Prudencia. En las acciones y en las declaraciones. Mientras tanto, Ucrania se enfrenta con valor y valentía encomiable a una superioridad militar indiscutible. El presidente Zelenski ha cambiado su traje y su corbata por el uniforme y el casco y ha rechazado el asilo que Biden le ofreció en EE.UU. Mi admiración por ese hombre, que era un cómico antes de ser presidente de Ucrania y que ha demostrado una coherencia y una categoría política que muchos deberían imitar. Sus discursos ante la televisión y ante el Parlamento Europeo quedarán para la historia y espero que sus peticiones sean atendidas rápidamente.
Si el dictador Putin quiere recuperar algo que existió en el pasado, debería comprender (sé que es prácticamente imposible para un tirano) que la historia evoluciona, la humanidad avanza y las fronteras no son las de hace quinientos años. Es como si ahora algún mandatario español quisiera recuperar el imperio de Carlos V del siglo XVI. Es bueno saber de dónde venimos para saber quien somos, pero hay que vivir en la evolución y adaptarse a los tiempos. Y aprender de los errores. No hemos de lamentarnos, sino actuar con firmeza y prudencia ponderados. No a la guerra. Sí a la Paz.
Mayo de 2014
"A finales de los setenta,
cuando yo estudiaba BUP, Ucrania no existía en los libros de texto. Ni
Moldavia, Letonia o Lituania. Aunque sí Rusia, como parte de la URSS. Incluso,
coloquialmente, se identificaba a la
URSS (Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas) como Rusia, denominando al
todo por la parte. Tengo una vecina que es rusa. El otro día le pregunté por el
conflicto de Ucrania. Me contestó que Kiev, la capital, es el núcleo primigenio
de Rusia, y me habló del Rus de Kiev,
el estado ruso antiguo de los eslavos orientales en el siglo XI. “Rusia nació
en Kiev”, aseveró. Y luego añadió:
“Ucrania no existe, es una creación posterior. Sólo existe la Rusia”. Le
puso a su país el artículo femenino determinado, como si el subconsciente le dictase
delimitar la Rusia, la que ella conoció, la Rusia de la URSS, la de
la guerra fría, la que denominaba al todo por la parte. Luego continuó diciendo
que ahora “todo el mundo mete las
narices por sus propios intereses”, refiriéndose a EE. UU y la UE. Justifica así las amenazas de Putin.
Lo cierto es que los enfrentamientos que comenzaron como algo local y de índole interna se han convertido en una batalla internacional, diplomática y política que algunos califican ya como los preliminares de la III Guerra Mundial. Lejos de conceptualizaciones apocalípticas, la realidad mediática que nos llega es de imágenes prebélicas, hombres armados en la calle y decenas de víctimas civiles.
Ucrania fue, junto a Bielorrusia y Transcaucasia, uno de los primeros territorios que en 1922 constituyeron la URSS. Esas nacionalidades tenían derecho de autodeterminación, tal como Lenin proclamó, y se constituían en una federación de repúblicas autónomas. Hasta 1991 formó parte de la URSS.
Durante siglos Ucrania ha estado vinculada a Rusia, desde que en 1478 Iván III comenzó la expansión del ducado de Moscú al asumir el título de Zar de Rusia. Según Natalia , mi vecina rusa, muchos ucranianos hablan el ruso y se consideran rusos.
Los habitantes de Crimea, donde el conflicto se hizo patente en marzo, no se consideran ucranianos, dice Natalia, sino rusos. Lo cierto es que la península fue anexionada a Ucrania en 1954 cuando Kruschev conmemoró el 300 aniversario de unión entre rusos y ucranianos. En los noventa, tras la caída del muro de Berlín, ya supuso un foco de tensión étnica y en 1992 se declaró ilegal la anexión de 1954. Paradójicamente, lo que Kruschev ejecutó como un signo de unión es todavía hoy motivo de enfrentamiento.
Pero en este conflicto actual se adivinan otros intereses. Crimea, tiene una ubicación estratégica: el estrecho de Kerch es la única salida marítima de Rusia por el sur. Ucrania es además el país por donde discurren las tuberías que abastecen a Europa del gas ruso. En “la crisis del gas” el suministro se paralizó durante 15 días y Europa estuvo a punto de congelarse. En el Donbass, el otro punto de tensión, se encuentran los principales yacimientos de carbón de Europa, además de hierro, mercurio y uranio. Esa parte oriental del país, cuyos habitantes hablan ruso, mira hacia Rusia, mientras que la parte occidental, donde está la capital Kiev, mira hacia Europa. Ucrania, en el idioma eslavo, significa “tierra de frontera”, aunque en ucraniano moderno se traduce como “país”.
Otro detalle a tener en cuenta en este conflicto es que muchos ucranianos todavía tienen en su memoria la gran hambruna y los millones de muertos de los años treinta, como consecuencia de las políticas de Stalin, que abandonó al campesinado a una escasez de suministros. El odio hacia la Rusia germinó en la población rural que es en la actualidad de mayoría ucranio-parlante.
El hecho es que en 1991 los habitantes de Ucrania votaron su independencia y se constituyó lo que hoy es un país independiente, con parlamento democrático y bandera amarilla y azul. ¿Por qué ahora surge el conflicto? Además de los anteriores precedentes históricos, hay que considerar otros aspectos más recientes. Cuando Yanukóvich, primer ministro ucraniano, ganó las elecciones en 2004 con el apoyo de la Rusia de Putin, el candidato de la oposición, Yúshchenko, fue envenado con dioxinas (posteriormente se atribuyó el hecho a los servicios secretos que querían dejar el paso libre a Yanukóvich). Hubo una protesta pública enfrentando al pueblo ucraniano y los ruso-parlantes del este amenazaron con seccionarse imponiendo un estado autónomo.
A finales de 2013 miles de ucranianos se manifestaron en la plaza Independencia de Kiev para rechazar las políticas rusas del presidente Yanukóvich. Tras una fuerte represión policial, la destrucción del monumento a Lenin por parte de los europeístas y 98 muertos, el Euromaidán (es así como se denominó a las protestas) finalizó con la destitución de Yanukóvich que se exilió a Rusia. Se formó un gobierno provisional claramente europeísta pero en las regiones pro-rusas, como Crimea o Donetsk comenzaron las protestas ciudadanas.
En marzo, el Consejo Superior de la República de Crimea (un estado no reconocido pero amparado en la declaración unilateral de independencia) votó a favor de anexarse a Rusia, la que mi vecina Natalia denomina la Rusia, y un referéndum popular lo avaló por el 95,7%. La comunidad internacional no reconoce el referéndum y acusa a Rusia de “aprovecharse de la situación”. En Donetsk, también se ha celebrado esta semana un referéndum (no reconocido tampoco internacionalmente y con escasas garantías de transparencia democrática) para la creación de una república independiente. El resultado mayoritario ha sido a favor del retorno a la antigua Novarusia zarista.
Lo cierto es que los enfrentamientos que comenzaron como algo local y de índole interna se han convertido en una batalla internacional, diplomática y política que algunos califican ya como los preliminares de la III Guerra Mundial. Lejos de conceptualizaciones apocalípticas, la realidad mediática que nos llega es de imágenes prebélicas, hombres armados en la calle y decenas de víctimas civiles.
Ucrania fue, junto a Bielorrusia y Transcaucasia, uno de los primeros territorios que en 1922 constituyeron la URSS. Esas nacionalidades tenían derecho de autodeterminación, tal como Lenin proclamó, y se constituían en una federación de repúblicas autónomas. Hasta 1991 formó parte de la URSS.
Durante siglos Ucrania ha estado vinculada a Rusia, desde que en 1478 Iván III comenzó la expansión del ducado de Moscú al asumir el título de Zar de Rusia. Según Natalia , mi vecina rusa, muchos ucranianos hablan el ruso y se consideran rusos.
Los habitantes de Crimea, donde el conflicto se hizo patente en marzo, no se consideran ucranianos, dice Natalia, sino rusos. Lo cierto es que la península fue anexionada a Ucrania en 1954 cuando Kruschev conmemoró el 300 aniversario de unión entre rusos y ucranianos. En los noventa, tras la caída del muro de Berlín, ya supuso un foco de tensión étnica y en 1992 se declaró ilegal la anexión de 1954. Paradójicamente, lo que Kruschev ejecutó como un signo de unión es todavía hoy motivo de enfrentamiento.
Pero en este conflicto actual se adivinan otros intereses. Crimea, tiene una ubicación estratégica: el estrecho de Kerch es la única salida marítima de Rusia por el sur. Ucrania es además el país por donde discurren las tuberías que abastecen a Europa del gas ruso. En “la crisis del gas” el suministro se paralizó durante 15 días y Europa estuvo a punto de congelarse. En el Donbass, el otro punto de tensión, se encuentran los principales yacimientos de carbón de Europa, además de hierro, mercurio y uranio. Esa parte oriental del país, cuyos habitantes hablan ruso, mira hacia Rusia, mientras que la parte occidental, donde está la capital Kiev, mira hacia Europa. Ucrania, en el idioma eslavo, significa “tierra de frontera”, aunque en ucraniano moderno se traduce como “país”.
Otro detalle a tener en cuenta en este conflicto es que muchos ucranianos todavía tienen en su memoria la gran hambruna y los millones de muertos de los años treinta, como consecuencia de las políticas de Stalin, que abandonó al campesinado a una escasez de suministros. El odio hacia la Rusia germinó en la población rural que es en la actualidad de mayoría ucranio-parlante.
El hecho es que en 1991 los habitantes de Ucrania votaron su independencia y se constituyó lo que hoy es un país independiente, con parlamento democrático y bandera amarilla y azul. ¿Por qué ahora surge el conflicto? Además de los anteriores precedentes históricos, hay que considerar otros aspectos más recientes. Cuando Yanukóvich, primer ministro ucraniano, ganó las elecciones en 2004 con el apoyo de la Rusia de Putin, el candidato de la oposición, Yúshchenko, fue envenado con dioxinas (posteriormente se atribuyó el hecho a los servicios secretos que querían dejar el paso libre a Yanukóvich). Hubo una protesta pública enfrentando al pueblo ucraniano y los ruso-parlantes del este amenazaron con seccionarse imponiendo un estado autónomo.
A finales de 2013 miles de ucranianos se manifestaron en la plaza Independencia de Kiev para rechazar las políticas rusas del presidente Yanukóvich. Tras una fuerte represión policial, la destrucción del monumento a Lenin por parte de los europeístas y 98 muertos, el Euromaidán (es así como se denominó a las protestas) finalizó con la destitución de Yanukóvich que se exilió a Rusia. Se formó un gobierno provisional claramente europeísta pero en las regiones pro-rusas, como Crimea o Donetsk comenzaron las protestas ciudadanas.
En marzo, el Consejo Superior de la República de Crimea (un estado no reconocido pero amparado en la declaración unilateral de independencia) votó a favor de anexarse a Rusia, la que mi vecina Natalia denomina la Rusia, y un referéndum popular lo avaló por el 95,7%. La comunidad internacional no reconoce el referéndum y acusa a Rusia de “aprovecharse de la situación”. En Donetsk, también se ha celebrado esta semana un referéndum (no reconocido tampoco internacionalmente y con escasas garantías de transparencia democrática) para la creación de una república independiente. El resultado mayoritario ha sido a favor del retorno a la antigua Novarusia zarista.
Putin partidario de la “reunificación rusa”, juega
con sus declaraciones afirmando y contradiciendo, mientras Obama, presidente
norteamericano, desconfía, como en los años sesenta hiciese Kennedy o en los
setenta Nixon, de todo lo que viene de Rusia.
Cuando ya creíamos que la Guerra Fría estaba totalmente congelada, se
están calentando los motores de los tanques y los aviones, y la mecha de la
bomba está casi encendida. Evitar que explote es lo que la diplomacia y la
política intentan. Pero los intereses geopolíticos y económicos amenazan ubicando estratégicamente
más bombas. Vuelvo al inicio de esta reflexión. Durante la Guerra Fría Ucrania
no existía, pero sí Rusia. Ahora parece que Ucrania puede dejar de existir como estado soberano pero no Rusia. Ucrania es terreno fronterizo. Su propio nombre lo indica. Las
fronteras se mueven delimitando territorios y cercando libertades. Lo que puede
ocurrir en el proceso es que se lleve por delante cientos, miles o millones de
muertos, militares y civiles. Esa temida guerra que no debe estallar jamás".
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