Calendario en mi cocina, con números muy grandes y el santo del día.
Comienza el mes de junio. En lunes, así que también
comienza una nueva semana. Atrás queda mayo. Y abril, y marzo. Contar los días.
Las semanas. Los meses. Setenta y nueve días llevamos hoy en estado
de alarma. Poco más de tres meses desde que comenzaron a conocerse los
primeros casos de coronavirus en España. Cuatro semanas desde que pasé por el
quirófano en pleno confinamiento. Siete meses y medio desde que pasé por el
quirófano antes de la pandemia. Contar los días que faltan para volver a revisión
médica. A una y a otra. El calendario se ha convertido en una sucesión de
recordatorios de visitas médicas, renovación o cambios de tratamientos,
confirmación del parte de baja… También para contar los 68 días hasta que pisé
la calle. O los diez días oscuros y boca abajo. O por el contrario para contar
los paseos, luminosos y coloridos, que ya son ocho. Vida de nuevo.
Los calendarios sirven para recordarnos en que día vivimos. Tenía una
tía que lo miraba todas las mañanas para saber cuál es el santo del día. Ahora ya hay
pocos calendarios con el santo, a casi nadie le importa. Yo conozco las fechas
de los santos de mi familia, aunque no lo celebramos. Calendarios y santos
siempre han estado presente en mi vida, de una manera u otra. Por tradición y
por costumbre los segundos. Por devoción a la vida los primeros.
Quiero asociar el calendario de
hoy a la vida. Como si de un nuevo inicio se tratase. No solo del mes o de la
semana. Quiero dejar de contar los días de confinamiento, de estado de alarma,
de reposo absoluto, de rehabilitaciones, de días oscuros y con el mundo al
revés. Y además, como si de una atracción positiva se tratase, conozco a estas horas de la tarde un
dato esperanzador. Hoy es el primer día
en que los datos no muestran ningún fallecido en nuestro país con/por la
COVID-19. Después de tres meses de cifras necrológicas que arrojaban decenas, cientos
y miles de muertos hoy lunes 1 de junio, primer día de la semana y primer día
del mes, no hay ninguna persona en ese registro fúnebre.
Los actuales calendarios julianos
(se llaman así porque fue Julio Cesar quien lo estableció), que representan un
giro de la tierra completo alrededor del sol (365 días) se componen de números.
Y algunos todavía incluyen los santos. Los números sirven para contar, para
descontar, para acumular, para restar. El número
0 no existe en el calendario porque representa la nada y ningún día no
puede no existir. Pero hoy, el número 0 está presente en nuestro calendario
porque abre la hoja de la esperanza, de que vamos a salir de ésta. Y como mi
tía, miro hoy en el calendario que cuelga en mi cocina para ver que santo es. Vaya, no hay ningún santo
hoy. Es lunes de Pentecostés. Busco el significado en Google pues mi catecismo está ya muy olvidado. Para los cristianos
conmemora, cincuenta días después de la Pascua, la venida del Espíritu Santo
sobre los apóstoles. Sin Fe, resulta difícil de creer y de entender. Los que
tienen Fe, tienen esperanza, dicen. Mi fe consiste en tener esperanza para
quizás algún día poder creer.
Pero más allá del Pentecostés,
del calendario, de los números, de contar y descontar hoy es especial por el
cero. Ese número que hoy lunes 1 de junio no significa la nada, sino la vida. Y
por eso he aumentado los caracteres del ordenador y me he puesto a escribir
este pensamiento. Un recuerdo para todos los fallecidos (las cifras superan los 27.700 en España y los 300.000 en todo el mundo) que se han ido en
soledad y silencio. Un hálito de esperanza porqué a
partir de ahora todo va a ir mejor, seguro. Junio no comienza con el 1.
Comienza con el 0. Y no sé si es el Espíritu Santo o la propia vida, pero de
esta salimos seguro. Y un grito de alegría personal por la vida y por el tiempo, por los calendarios y por seguir contando los días que vendrán.
“Hay un hombre que mira el tiempo
mientras otro la eternidad.
Uno la vida, otro la muerte,
uno la guerra, otro la paz.
Miramos, sentimos y somos
algo que en nosotros no está:
El soplo mágico y ajeno
que los otros seres nos dan.
Cuando uno muere falta el otro
su hermosura y oscura mitad”.
Fragmento de La
pérdida, poema de José Hierro (Alegría,
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