Más de un mes. Cinco semanas
completas. Treinta y cinco días y treinta cinco noches. Yo llevo uno más pues
el confinamiento me pilló de baja y cuando me anularon las sesiones de
rehabilitación ya me encerré en casa, el viernes 13. Una fecha que en EE.UU
tiene connotaciones terroríficas y, por la globalización, se ha extendido al
resto del mundo. Igual que esta pandemia, con nombre del año pasado, COVID-19,
pero que está modificando totalmente nuestras vidas en este 2020. Desde China, y
en poco más de dos meses, el virus ha ido ocupando los territorios en los mapas, pintando de rojo los países y sumando
cifras de muertos e infectados que no dejan de aumentar día tras día.
Los ciudadanos que estamos en nuestras casas para evitar la propagación y que, como yo, no pisan la calle (las excepciones son para trabajar en actividades esenciales y permitidas o para ir a comprar medicamentos o productos alimenticios o pasear al perro o bajar la basura) somos muchos. Ni en las peores distopías del cine o la literatura podíamos creer que la realidad dejaría nuestras ciudades desiertas, las carreteras y autopistas sin tránsito o el aire sin contaminación (hay que buscar siempre la parte positiva). Ni siquiera cuando vimos la película Contagio (Steven Soderbergh, 2011) nos pareció que eso podría llegar a ocurrir y ahora el factor R0 o la búsqueda de la vacuna ideal o lo que la doctora Ally Hextal (Jennifer Ehle) explica en la ficción es lo que escuchamos cada día en nuestros informativos. Espero y deseo que El hoyo (Galder Gaztelu-Urrutia, 2019) no llegue a convertirse nunca en realidad y quede sólo en eso, una distopia de la que podamos aprender a través del cine.
A mí, como he dicho, este lío me pilló de baja, pero hay otros que han sufrido ERTE (Expediente de regulación temporal de empleo) , o que tienen la posibilidad de teletrabajar desde sus hogares (sé que esta posibilidad parece una gran solución pero presenta muchos problemas añadidos para los trabajadores como la “no desconexión” del trabajo), o que sencillamente ya estaban en el paro, o que son estudiantes, o amas de casa, o jubilados… En definitiva, que no salimos a la calle y estamos confinados para contribuir a ese “distanciamiento social” y evitar la propagación del virus. Y a casi todos nos ha dado tiempo de ordenar los cajones y armarios, hacer limpiezas extraordinarias, encontrar fotografías y cartas o escritos casi olvidados, ver documentales, ver cine, ver series, leer poesía, leer novelas, leer ensayos, leer la prensa digital (los que no bajan a por el ejemplar en papel, como yo, porqué aquí no hay kiosko), revisar una y otra vez el Facebook y el Twitter en busca de la #ÚltimaHora (sobre todo los primeros días, luego ya es casi siempre lo mismo), escuchar la radio, ver en televisión las innumerables e interminables ruedas de prensa (con una media de dos al día, pero en ocasiones ha habido hasta cuatro), ver los informativos del mediodía y de la noche, eliminar del móvil los cientos de memes y chorradas que llegan por guatsap, enviar a los más allegados mensajes de ánimo y preguntar por su estado, hacer videollamadas, comprar online ese libro que todavía no ha llegado porque el operador logístico considera “mercancía no autorizada”, hacer ejercicio (confieso que lo intento día sí y día no, pero aún no le he cogido el “tranquillo”)… Parece que es una obligación estar haciendo algo constantemente, recomendar lecturas, recomendar ejercicios, recomendar recetas de magdalenas y bizcochos, recomendar series, notificar que se ha leído, se ha visto, se ha hecho…Y me pregunto cuántos de nosotros hemos disfrutado del silencio, de “no hacer nada”, de sentarnos y cerrar los ojos y simplemente “pensar”. O incluso, “no pensar” para encontrarnos, profundizar en el vacío y ver hasta donde llegamos, quiénes somos, qué hacemos, cómo somos. Creo que es un ejercicio importante, sobre todo en estos tiempos, para poder encontrar aquello que podamos cambiar y cuando salgamos (que saldremos, aunque todavía no se sepa ni cómo ni cuándo) hayamos sido capaces de extraer algo bueno de esta situación. En El ángel exterminador, Don Luis Buñuel (me encanta cómo Miguel Ángel Tirado/Marianico el corto, le llama así, con el “Don” de respeto y admiración, en El último show, cada vez que se refiere a él), desde el surrealismo más crítico, el genio aragonés apuntó hacia una sociedad burguesa egoísta y putrefacta que en su encierro/confinamiento mostraba todas sus miserias y debilidades. Cuántos habrá entre nosotros como ellos, que pintan los coches de las enfermeras o ponen carteles en los ascensores con mensajes de odio.
Mientras tanto, hay miles de personas que se dejan la vida cada día para salvar vidas y para que todo esto nos afecte lo menos posible, desde todo el personal sanitario y de limpieza en los hospitales y centros de salud, hasta los conductores de transportes públicos o los funcionarios que siguen en sus puestos, los vendedores, cajeros y reponedores, los farmacéuticos, los basureros, las fuerzas de seguridad, los bomberos, los repartidores, los carteros y todos los que se han reincorporado a sus puestos de trabajo para que la economía no caiga en la mayor hecatombe de este siglo XXI. Los que estamos en nuestras junglas de cristal parece que no podamos hacer mucho más que aplaudir todos los días a las ocho de la tarde (yo también salgo aunque mi calle está desierta, pertenece a esa España Vacía que @Sergiodelmolino describe). Y ¡claro que podemos! Podemos contribuir con nuestra energía positiva que sacaremos de lo más profundo de nosotros, para salir de esta lo mejor que podamos.
Por eso lo del silencio, lo de pensar, lo de no hacer nada. Porqué en esa profundidad siempre encontramos algo bueno. Vivimos en un mundo globalizado y ocupado por las prisas, el ruido, la sobreinformación, la escalada constante. Ahora no dejan de hablarnos de “desescalada” cuando se refieren a las medidas que habrá que tomar para regresar y salir de este confinamiento. Me parece importante que hagamos, antes, nuestra individual “desescalada”. Bajemos un poco el ritmo. Espero que muchos de los que leáis esto me confirméis que en ese silencio habéis encontrado una pausa agradable. Cinco minutos al día para empezar. Luego pueden ser diez. Los más atrevidos pueden llegar a quince. Sin hacer nada. Hasta que os parezca aburrido. Os aseguro que no lo es. No hace falta que quememos nuestras casas como Andrei Tarkovsky sugiere en The Sacrifice para salvar a nuestras familias, pero si quizás quemar algunas de nuestras anteriores conductas.
Y por eso hoy quiero compartir estas líneas, que no dicen nada, que son también silencio y que no completo con ninguna imagen, solo van acompañadas de dos audios (al final del texto). Escuchadlos sobre todo si habéis llegado hasta aquí. Debéis poner el volumen al máximo y estar en un lugar totalmente silencioso para poder apreciarlo. ¡Bendito silencio! Son solo 2 minutos. ¿Qué es eso en medio de todas las horas libres que tenemos?
Eso es lo que yo escucho cada día cuando abro mi balcón. La circunstancia (mi estado de baja) ha hecho que este confinamiento lo pase en el pueblo. Y, en este caso, me siento afortunada por ello. Alguna ventaja tiene todavía esa España Vacía, que adivino que se volverá a llenar este verano ante la imposibilidad o no recomendación de realizar grandes viajes turísticos. Aquí la sensación de encierro no es tanta. Quién más quien menos tiene un corral o un patio o una gran terraza para salir a tomar el sol y estirar las piernas aunque no salgas a la calle. No se nota tampoco tanto la diferencia entre un día “normal” antes del confinamiento pues en las calles no hay “demasiado tránsito”. Y parece todo como si todo estuviese en su sitio, en un tiempo parado de cualquier día. Al abrir el balcón el silencio es aquí habitual pero ahora es todavía más acentuado. Y en ese silencio surge la vida. Escuchadla. Son las diez de la mañana de un nuevo día. Y vendrán muchos más en que podamos salir de nuevo, retomar nuestras vidas e incluso seamos un poco mejores, cada uno de nosotros.
Me ha encantado tu artículo, me he sentido identificada. En cuanto al silencio yo vivo en el centro de la ciudad y por la noche es increíble el silencio que hay, jamás lo había percibido, es impresionante
ResponderEliminarGracias, Carmen.
ResponderEliminar