El día 2 de enero, San Roquillo (San Roque pequeño para distinguirlo del que se celebra el 16 de Agosto), la tradición marcaba la
fiesta de una de las calles del municipio. Según contaban algunos lugareños, la fiesta conmemoraba el agradecimiento de la población por haber sobrevivido a la peste y el cólera del siglo XIX.
Todavía en los noventa del siglo XX, en la plazoleta presidida por una hornacina con el santo en la fachada de una de las casas, se hacía
una hoguera donde por la mañana se asaban longanizas y se tostaba pan para
almorzar. El fuego permanecía vivo todo el día mientras los vecinos de
esa calle comían juntos y celebraban la prolongación del Año Nuevo en
vecindad.
Ese mismo día el cura, acompañado
de todos los niños del pueblo que se apuntaban, visitaba casa por casa los
belenes que los pequeños y no tan pequeños habían montado. Y les daba a todos
un premio por su participación: un libro a veces o unos dulces otros años. Era
un día que solía ser muy frío, de niebla o viento, pero todos iban con sus
bufandas y sus gorros alegres e ilusionados. Siempre paraban en la hoguera de
San Roquillo a calentarse un poco y les invitaban también a algo.
Hoy, como entonces, es el segundo día del año, una fecha además bonita para los amantes de las combinaciones numéricas, 212020. No
hay hoguera ya desde hace un lustro por lo menos pues quedan pocos vecinos y hay muchas casas cerradas. Tampoco hay cura;
un sacerdote va una vez por semana a oficiar la misa para las diez o doce
mujeres mayores que se distribuyen entre cuatro o cinco bancos de la enorme
iglesia. Y tampoco hay niños suficientes para hacer un recorrido de belenes,
que probablemente alguno de ellos todavía hará.
Eso sí, sigue haciendo mucho frío, este 2 de
enero del 2020, con un niebla espesa húmeda, y hay que abrigarse con bufanda y
gorro. Imagino que San Roquillo estará helado allí en su hornacina.
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