Quince años han pasado desde la caída de las Torres Gemelas.
En su espacio hay ahora unas fuentes conmemorativas… del dolor. Unos agujeros engullen
el agua que se desliza por sus paredes, como si con ello se llenase el vacío
hacia un fondo oscuro, como si fuesen una fuente inagotable de lágrimas.
En las ocho paredes que no existen y que bordean invisiblemente esas dos torres, los nombres de los muertos grabados en piedra, y algunas rosas que les acompañan en silencio. Y miles de visitantes todos los días, la mayoría turistas, otros neoyorkinos.
Y es que la vida sigue en Wall Street. Quince años después
el trasiego por sus calles es acelerado. Los neoyorkinos caminan deprisa por esa zona, más que los londinenses en la City por ejemplo, o los
barceloneses por la Diagonal. Llevan, eso sí, igual que éstos, sus bolsas y maletines
negros en la mano o colgados al hombro, llenos de negocios, propuestas e ideas,
en portátiles o tablets, en sus miradas
que jamás miran hacia arriba para ver el final del rascacielos que les protege
del sol.
Por esas calles que hace quince años estaban cubiertas de ceniza y
polvo, desastre y desesperación, con rostros ensangrentados y pies descalzos,
los neoyorkinos caminan hoy hablando con
sus smartphones, aunque no llevan sus terminales pegados a la oreja sino que
conversan a través de los auriculares y el cable, de manera que parece que vayan hablando solos. Hace quince años también hablaban solos
mirando a ninguna parte, ausentes, huyendo del terror y el desastre… gritaban,
lloraban. Imágenes que en directo nos ofrecía la televisión y que han quedado
impregnadas en nuestra memoria.
Por eso el visitante compara cuando llega ahí. Y busca
respuestas. Y no las encuentra todavía. América se sintió vulnerable. Los
americanos también. Hoy se advierte mucha protección en las calles, vigilancia incluso a los que demostramos abiertamente que somos turistas,
visitantes curiosos simplemente. También observa el visitante que todavía hay
obras en las cercanías quince años después y que se ha construido una enorme torre nueva, el
edificio más alto de Nueva York, el nuevo World Trade Center, que está junto al espacio vacío que dejaron
las dos torres.
Para no sentirse vulnerable y no olvidar el espíritu americano,
esa bandera de la libertad y el progreso que les caracteriza.
Aunque sí observa como la frenética actividad que hay, quince años después, en Wall Street se detiene al llegar al espacio vacío de las torres. Allí los visitantes miran, callan, observan, caminan despacio…
Murieron cerca de 3.000 personas de 80 países. Lo
lamentable es que quince años después sigan muriendo cada día miles de personas
en Siria, Irak, Afganistán, Yemen o Burundi… o en el mar huyendo de la guerra y
el terror…o en Bruselas, París o Niza, Europa madre de la civilización y el progreso. Injusticia que sigue ocurriendo, después de quince años, hoy 11 de septiembre de 2016..
Recordar sí, claro, pero rectificar también. Al
comportamiento humano todavía le queda mucho por cambiar. Nos queda, porque
todos somos parte y causa. Nos lamentamos, nos quejamos y dejamos en manos de
nuestros representantes políticos la actuación; depositamos en ellos nuestra
confianza para que “esto se arregle”. Pero no termina de arreglarse.
No hay comentarios:
Publicar un comentario