Son poco más de las seis de una gélida tarde de principios
de marzo y al salir a la calle sólo escucho el eco de mis pasos y el silbido del viento verspertino. Al llegar a la Plaza Mayor encuentro la primera señal de que algo extraordinario va a
acontecer hoy en esta pequeña localidad de la provincia de Huesca. Un joven
apostado en el objetivo de una cámara de vídeo apunta hacia la calle San
Isidro mientras regula la altura del trípode. No se ve a nadie más en ninguna
de las cuatro perpendiculares calles que cruzan la plaza. No suele haber mucho tránsito de
personas, ni de coches, ni de bicicletas... ya no llegan a trescientas las
almas que duermen en el pueblo. A principios de siglo fueron casi mil pero la
escasez de recursos en una tierra árida, como la del Oeste americano,
provocó un éxodo rural, principalmente hacia Barcelona, en la mitad del siglo
XX.
Fotografías: Aurora Pinto |
Esta población, invisible en las calles de un sábado ventoso,
es la que va a disfrutar de una tarde especial. Y esta cronista inesperada que llegó desde Barcelona en el último tercio del siglo XX.
Saludo al joven de la cámara y enfilo la calle hacia el cine, sabedora que me está grabando mientras me alejo. A pesar de los pocos habitantes el cine se mantiene, no sólo como salón de actos, sino con una programación semanal todos los fines de semana. Todavía está la puerta cerrada cuando
llego y un joven me saluda a la entrada. Me invita a entrar y abre la puerta.
Ni el cámara que he saludado en la plaza ni este chico son del pueblo. Dos jóvenes más, uno grabando con otra cámara y el otro
sosteniendo una pértiga con un enorme micrófono al final me saludan en el
pasillo de acceso, en una penumbra inquietante. Tampoco son del pueblo.
La taquilla está cerrada. Hoy la sesión de cine es
gratis.
Las butacas rojas, de terciopelo, todavía vacías y el
diseño de las paredes como en los cines de los años 60, invitan a quedarse. En
las primeras filas unos carteles con nombres de personas del pueblo indican que
tienen reservado el asiento. Otro joven, forastero también, se ocupa de ir
acomodando a los que llegan, poco a poco.
Tímidamente en el cine se va
ambientando la tarde. Las mujeres ya han salido de misa y vienen casi todas,
llenando los espacios vacíos con sus voces, risas y algarabía.
La expectación se hace murmullo y poco a poco se convierte
en silencio. De pronto, un pistolero jubilado ataviado con un vistoso poncho
irrumpe por una de las cortinas laterales (lo que es la puerta de salida de emergencia), también de terciopelo rojo, como el telón que cubre la pantalla. Saluda al público, que le aplaude. Se presenta. Es Alberto Gadea, un actor especialista que intervino en la película que vamos a ver. Desde una fila detrás a la
que me encuentro, una voz atrevida le pregunta ¿No estará cargada?.
Alberto Gadea |
Aberto Gadea cuenta que esa pistola se la regaló el actor de El bueno, el feo y el malo, Eli Wallach, en uno de los rodajes en los que coincidieron. Narra también como se
lastimó la muñeca durante el rodaje de una de las escenas en estas tierras. Recuerda como le
llevaron al dispensario de Fraga... y confiesa que su hijo pequeño, que tiene
ahora más de cuarenta años, podría
decirse que es de este pueblo: ¡tengo buenos recuerdos de aquel rodaje!, añade en tono guasón. El
público se ríe y escucha atento, pero está impaciente, y especialmente
emocionado, por ver la película que
hace 50 años se rodó en Candasnos: Pistoleros de Arizona o El rancho de los implacables, que era el título provisional cuando se rodó y como la recuerdan por aquí. Pues varios de los presentes intervinieron de una manera u otra en la película; unos vigilando el set, otros como extras, otros preparando los bocadillos del catering, otros prestando sus almacenes como departamentos de producción y vestuario...
Cartel a la entrada del cine |
Y todos ellos intervendrán también en el documental que esos jóvenes, forasteros que llegaron a Candasnos desde Barcelona hace poco más de un año, están desarrollando: “Espulgas City, al Oeste de Barcelona” será el título.
Explica Pere
Marzo, el director (el joven que nos ha recibido a la entrada tímidamente), que todo comenzó cuando descubrió en internet que un
actor llamado George Martín, era en realidad Francisco Martínez, un gallego
emigrado a Barcelona que se había convertido en un héroe del spaghetti western,
y que sus películas se habían rodado en los estudios (hoy desaparecidos) de Espulgas de Llobregat donde se había construido un set de rodaje simulando un pueblo del
Oeste Americano. Comenzó a investigar y averiguó que entre 1964 y 1974, se rodaron casi cien películas coproducciones hispano-ítalo-germanas, casi todas de la mano de Balcazar Producciones Cinematográficas.
Muchas de ellas rodaban los exteriores en el desierto de Los Monegros (en
Candasnos se construyó incluso un rancho como set de rodaje), así como en el río Cinca en Fraga, las Ripas
de Alcolea o la ermita de Chalamera. El Oeste Americano estaba al
Oeste de Barcelona. Las persecuciones con caballos y diligencias, las peleas o
los disparos se reviven ahora en la pantalla. Pistoleros de Arizona fue la primera de todas ellas, en 1964.
Estos jóvenes cineastas llenos de ilusión y de energía, han estado grabando toda la semana en estas tierras monegrinas, antes secas y áridas, buscando en el lugar el recuerdo o el dato, la imagen y el sonido para su documental. Como si los emigrantes que la abandonaron en los años 50 y 60 del siglo pasado viajando hacia el este, les hubiesen inspirado a mirar hacia el Oeste de Barcelona.
Se apaga la luz y comienza la película. Un suave
foco ilumina tenuemente las butacas: hay una cámara grabando las
reacciones del público.
Se reconocen los lugares. La tierra seca, como la del
desierto de Arizona. Casi se percibe el aroma del polvo entre las butacas del
cine.
Imágenes tomadas durante la proyección. |
Poco importa si la película es más o menos buena, hoy no cabe la crítica cinematográfica. Todos están atentos a la pantalla. Siguen el argumento, pero además están muy pendientes de los detalles. Algunos se reconocen en una escena en la que aparecen varios
extras apagando un incendio. María y Josefa recuerdan que fueron por la noche a
ver como se rodaba esa escena. Pero todo eso, lo dejo para el documental, donde imagino que se cuentan esa y otras muchas anécdotas. Aún no han finalizado el rodaje; todavía tienen que ir a Italia, dice Raúl Martínez el joven cámara que me he encontrado en la Plaza (aunque me
confiesa que su labor es más de producción).
Cuando se estrene, dice Pere, vendrán a presentarlo también en el cine de Candasnos. El de los años 60. Les esperamos. Aquí, en
Kandas-City, que fue Arizona. Al Oeste de Barcelona.
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