Woody Allen y Nueva York son una pareja de enamorados que no
han firmado un contrato conyugal pero que jamás se separarán. Evolucionan
juntos con el paso de los años, la ciudad sigue creciendo, imparable, y el
cineasta, como cualquier humano, se va haciendo mayor. Aunque sigue haciendo
películas a sus 80 años, casi una por año. Varias de que ha rodado en el último tercio de su
carrera cinematográfica se han llevado el varapalo de la crítica y de los
espectadores; es como si el joven que sorprendió en los años 70 del siglo
pasado con su narrativa atrevida e innovadora se hubiese desvanecido; como si se hubiera convertido en una máquina para sacar película tras película.
Con Café Society, Woody Allen (New York, 1935) demuestra que
todavía está en plena forma y que es capaz de usar el lenguaje audiovisual con
una maestría singular, con ese estilo autoral que le distingue, convirtiendo el humor ácido en sarcasmo dulce y explorando los
sentimientos y las reacciones humanas, sobre todo en lo relacionado al mundo de
la pareja, tema de la mayoría de sus películas: las relaciones de pareja, el
amor. En Café Society hay un nuevo enamoramiento de Woody Allen, igual que en
la trama de la película de amor a tres bandas y, sin ser infiel a la ciudad de
Nueva York, aparece el Hollywood de los años 30 con todo su glamour (y una
crítica ácida a la falsedad y la hipocresía de las relaciones sociales
interesadas). No obstante, Nueva York aparece preciosa y delicadamente retratada, como es
habitual; es un personaje más de la historia si bien esta vez el director
diversifica las localizaciones con otras que representan Hollywood en sus
primeros años de esplendor.
No hay tanta dedicación al psicoanálisis o la reflexión
existencial de aquel Woody Allen que
buscaba la madurez a través de sus películas, ni tampoco a su preocupación por
el sexo en Café Society . La película es
reflejo de que Woody Allen se ha hecho mayor, que no viejo. El ritmo sigue ágil
en casi toda la película, más también que en sus primeras cintas, si bien el
diálogo es parte imprescindible. Unos diálogos chispeantes como sólo él sabe
construir, que no resultan empalagosos aunque el actor le confiese a su amada
que la quiere, explícitamente. Si de algún empalago peca Café Society es quizás
de una iluminación excesivamente romántica, atardeceres y tonos anaranjados que
alejan del aspecto más realista de la historia, situándola en un plano de ensoñación,
ficción recreada del Hollywood de los años 30 o del club lugar de reunión
nocturna del Hampa y la alta sociedad neoyorkina. Tal vez esa fuese la
intención del director de fotografía Vittorio Storao siguiendo las indicaciones de
Allen, claro está.
Hay que destacar por su interpretación a Jesse Eisenberg que recuerda al Woody Allen joven, sin gafas, eso sí, en sus reacciones y actuación. Empalaga quizás la de Kirsten Stewart, demasiado dulce, demasiado caprichosa, pero es su papel. Y admirable la de los actores que encarnan a la familia del protagonista, el padre, la madre, el cuñado y la hermana… buena representación de las costumbres y la vida de los neoyorkinos judíos no ortodoxos, no fanáticos, pero seguidores de su religión aún sin practicarla a rajatabla, como la mayoría, quizás.
Aunque el aspecto que diferencia esta última película de las
otras es lo que trasluce del propio autor a través de los diálogos y la
historia. Creo que Woody Allen ya ha madurado, se está haciendo mayor, por fin,
y plantea cuestiones más existenciales como el más allá o la vida.
También trasluce ese posicionamiento adulto hacia el conservadurismo, no atrevimiento ni ruptura, no
escándalo ni experimentación; el bien y el mal, lo correcto y lo incorrecto, la
renuncia que dignifica o la entrega que acomoda. Los personajes no se arriesgan, siguen la
línea de la tradición, no sorprenden por sus reacciones y la presión social
está presente. El mal se paga con la
muerte y el bien es recompensado con la vida.
La otra pasión de Woody Allen, el jazz, se convierte en el otro personaje de la película, que acompaña, y protagoniza en algunas secuencias, la propia historia. Eso sí, por favor, si todavía no la han visto (y por eso no aporto más datos sobre la historia y el maravilloso punto final) véanla en versión original; el doblaje al español es un enorme fracaso, anulando totalmente la actuación del actor Steve Carell al que le han adjudicado una entonación casi ridícula que no se corresponde con su actuación original.
Quisiera también dar también un voto favorable al fino trabajo realizado por la dirección de arte, vestuario, maquillaje y peluquería. Todo nos traslada a los años 30, los
decorados, los coches, la ambientación...en el Café Society.
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