No la recomiendo por ser una gran película, que no lo es, sino por su singularidad. Quien lea este post no se sentirá así engañado si finalmente se anima a ver Apartado de correos 1001 (Julio Salvador, 1950). Pero invito a verla por varias razones.
La primera, que llama la atención
antes de sentarse frente a la pantalla, es que se trata de una de las escasas
cintas de cine policíaco negro en la
filmografía española de aquellos años, una época de intento de apertura hacia
otros terrenos más allá del cine protegido por el aparato franquista para
resaltar el costumbrismo tradicional.
Pero en cuanto comienza el film, salta
a la vista el valor documental de la película que muestra al espectador la
Barcelona de los primeros años 50,
una ciudad en blanco y negro donde
las avenidas conviven con enormes solares en calles menos céntricas y los coches
que circulan serían ahora verdaderas piezas de museo. Se filmó en escenarios naturales y así Barcelona es una protagonista más: una
ciudad que se muestra bulliciosa, con tráfico intenso, autobuses de dos pisos
como los que identificamos ahora con Londres y tranvías de dos vagones repletos
de ciudadanos que suben y bajan afanados para llenar las aceras, ellas cogidas
del brazo, ellos con su pañuelo en el bolsillo de las americanas. La vida
urbana barcelonesa de los años 50 en su máximo esplendor, en directo. Es
destacable que la película no muestra las miserias que también existían en la
época, la escasez de alimentos, la inmigración creciente que se instalaba en
los extrarradios o las estrecheces de algunas calles que olían a orines y vino
barato de bodega. La película muestra una ciudad cosmopolita (a excepción del
descampado), eso sí, con la picaresca del engatusador que desea enriquecerse a
través de la pillería y el engaño.
Por otra parte, esta película
autoafirma mi defensa de que el cine es
reflejo de la realidad y se convierte en documento historiográfico y fuente para estudiar el pasado. Ver como se hablaba por teléfono a través de
centralitas, o como el correo postal escrito era el habitual modo de
comunicarse entre particulares y el diario impreso el medio de comunicación
principal para conocer lo que ocurría en el mundo, o como los taxis ya tenían
su cooperativa, es parte de la importancia documental. Incluso poder disfrutar
de planos en el interior de la rotativa de La Vanguardia o la clasificación manual
de correspondencia en el edificio de Correos. Y no digamos conocer lo que ahora es la
discoteca Apolo como frontón y
parque de atracciones que era en aquellos años, en la Avenida del Paralelo, el
Broadway barcelonés. Allí se grabó una de las secuencias más características,
cerrando una maravillosa puesta en escena que durante toda la película ofrece
planos estupendos.
Sin entrar en el guion que no voy
a desvelar, para esa secuencia en el interior del parque de atracciones no
sería aventurado decir que Julio Salvador se inspiró en el plano de los espejos
de La Dama de Shangai
(Orson Welles, 1947), rodada
tres años antes. La dificultad para situar la cámara y conseguir la coreografía actoral es, sin
embargo, mucho mayor en Apartado de Correos 1001. Diría yo,
que la copia, si lo es, es mejor incluso que el homenaje que W. Allen hizo a O. Welles
en Misterioso asesinato en
Manhattan (Woody Allen,
1993).
Como curiosidad me gustaría destacar que esta película estuvo muchos años olvidada y casi se perdió definitivamente. Habían desaparecido los negativos originales de grabación y quedaban solo dos copias en 16mm a partir de los cuales la Filmoteca de Cataluña pudo obtener la digitalización y sacó una copia en 35mm. A pesar del proceso de restauración, la calidad del sonido es bastante deficiente, algo que no deja de tener su encanto pues el espectador tiene en todo momento la sensación de que se traslada al pasado, y que se soluciona dándole más volumen al receptor. La dirección, la fotografía y la planificación son dignas de destacar en esta película que animo a descubrir.
Fotograma de Apartado de correos 1001 |
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