Ni tampoco en la ficción, que no deja de ser una mentira-verdad inventada, dicotomía entre realidad y ficción construida o ideada. Pero cuando en la pantalla se muestra una historia no real a
través de la verdad se convierte en cine y en belleza. Y así es Petra, la última película de Jaime Rosales (Barcelona, 1970). Pura belleza. Porque
irradia verdad.
“Si no hay verdad no hay belleza” es una de las frases que puede
pasar desapercibida para el espectador, pero que resume para mí muy bien Petra.
La dice uno de los personajes secundarios cuando están en una cena hablando
varios amigos sobre el low cost, el low price y la
moda o el arte. Desde el inicio de la película todo gira en torno a la búsqueda
de la verdad, pero se van destapando una mentira detrás de otra que
desencadenan tragedias casi increíbles si no estuviesen en la mano de un
director que las muestra desde el sosiego. Y que son verdad gracias también a
la credibilidad de los personajes, magníficamente interpretados por el elenco
de actores: Bárbara Lennie, Alex
Brendemühl, Marisa Paredes, Petra
Martínez. Caso aparte es el de Joan Botey, que no había actuado
nunca antes, y es el propietario de la finca donde se rodaron algunas
secuencias y al que Rosales propuso, cuando fue a localizar, hacer uno de los
papeles principales (el de un artista egoísta y sin escrúpulos).
En la historia, todo alrededor de la mentira es osco y despreciable.
Mentiras que van entrelazando la acción en una estructura no lineal que
desarrolla el guion. A la protagonista no le interesan los artistas que
mienten. Coincido con ella. El arte, la poesía, la literatura, el cine, si no
encierran verdad, no pueden ser bellos. Rosales utiliza el lenguaje
cinematográfico para mostrar belleza y verdad en cada plano y
el espectador no deja de mirar a la pantalla, entrando en la acción a través de
los movimientos de cámara que le introducen en el espacio donde se desarrolla
la acción. Y el fuera de campo toma protagonismo cuando el sonido sitúa al
espectador en el centro del escenario, como si estuviese allí sin estar. No hay
grandilocuencias ni exageración en la planificación, todo transcurre de manera
natural, como una verdad que ocurre y que nos muestra la cámara. No hay
plano-contraplano en las conversaciones, sino que la cámara se mueve
naturalmente entre los personajes, como el balanceo horizontal de una
conversación. Que se contrapone a esa disposición vertical de los espacios y la situación de los protagonistas, mostrando y revelando emociones por su posición de la pantalla. Y así, poco a poco, Rosales crea verdad en la ficción, como
si de un cine-ojo se tratase, creando en la pantalla espacios emocionales que
trascienden a los personajes.
Al final -sin hacer un espoiler- la belleza cierra la historia
en una puerta abierta al exterior. Y el espectador sale de la sala de cine
lleno de arte.
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