RETOMANDO EL
TEMA TRATADO ANTERIORMENTE, Lazarsfeld y Merton, afirman que “los medios de comunicación sirven para reafirmar normas sociales
denunciando a la vista del público las desviaciones respecto de dichas normas pero también opinan que habría que
estudiar si el interés de fondo es para aumentar el “prestigio y poder” del
propio medio, o para favorecer al gobierno, o para debilitar a la oposición…es
decir, no como función social normativa.
La tercera función la denominan disfunción narcotizante pues parten de la base de que a ninguna sociedad le interesaría tener “grandes masas de población políticamente apáticas e inherentes”. Para ello, los autores creen que el ciudadano medio recibe tanta información y profundiza tan poco en ella que le permite tener una visión global de lo que ocurre en el mundo, pero del mismo modo de una manera superficial.
Lipovetsky y Serroy, piensan que vivimos en una red que a través de internet “transforma
al individuo hipermoderno en Homo pantalicus”. El individuo accede a
la información de manera hiperindividualista, a través de la pantalla, en
cualquier momento y en cualquier lugar. Esa pantalla global se
adapta a las necesidades de cada uno acrecentando la bipolaridad entre red
global e individualismo. Afirman que no por ello el individuo está más
aislado, sino por el contrario, está interconectado. Una red que permite grabar y colgar en internet videos
íntimos o creaciones artísticas, o informaciones varias. Esto provoca que,
además, exista una cantidad de información no contrastada y de veracidad dudosa
que, lamentablemente, muchas veces se toma por certera. Y, como afirma Castells, surge la paradoja social que
vivimos, “nuestras sociedades se estructuran cada vez más en
torno a una oposición bipolar entre la red y el yo”. Ese bombardeo de información, según Lazarsfeld y Merton,
impide la capacidad crítica del individuo. Por ello, en esa preocupación por la
influencia de los medios en las masas, se destaca el descenso de la “facultad
crítica” y la caída libre hacia un “irreflexivo inconformismo”.
La tercera función la denominan disfunción narcotizante pues parten de la base de que a ninguna sociedad le interesaría tener “grandes masas de población políticamente apáticas e inherentes”. Para ello, los autores creen que el ciudadano medio recibe tanta información y profundiza tan poco en ella que le permite tener una visión global de lo que ocurre en el mundo, pero del mismo modo de una manera superficial.
Además
existe una línea vaga e indefinida entre REALIDAD Y FICCIÓN. A
ello contribuye no sólo los programas que confunden la vida real con la ficción
que se muestra en televisión y que ofrecen vidas reales a través de la pantalla
como si de una obra guionizada se tratase, y posicionando al espectador como un
“voyeur” tras el ojo del Gran Hermano que todo lo ve, sino también la
frecuencia con que el espectador se ha acostumbrado a ver en la pantalla
acontecimientos reales, llegando a quedar inmunizado contra el dolor para
visionar una y otra vez horrorosas imágenes de guerras, hambrunas o injusticias
sociales. Citando de nuevo al sociólogo
M. Castells, con el que estoy totalmente de acuerdo: “las imágenes atroces de la guerra pueden ser absorbidas como parte de las
películas de acción”, es
decir, realidad y ficción funden y nivelan los contenidos dentro del marco de
imágenes de cada persona. Esta sería también parte de esa función
narcotizante de la que hablan Lazarsfeld y Merton donde el
espectador ve en televisión imágenes de bombardeos, de cadáveres, de éxodos
masivos, de niños hambrientos… y no tiene la energía de “participación
activa”, sino que se limita a un “saber pasivo”: todos sabemos lo
que ocurre, pero pocos actúan en consecuencia para contribuir a que eso deje de
ocurrir.
Otra cuestión importante a comentar es LA PRESIÓN SOBRE LOS
MEDIOS. Es tan importante aquello que se dice como lo que no se dice. Enlazándolo
con esa función narcotizante, pero estrechamente ligada a la estructura empresarial, existen
intereses para no publicar determinadas informaciones, tal como Lazasferld y
Merton afirman: “los medios masivos de comunicación renuncian
invariablemente a los objetivos sociales cuando chocan con los beneficios
económicos”. Este silencio, disminuye la capacidad crítica del
ciudadano y aumenta ese conformismo, unas veces consciente y otras
veces inconsciente, de las masas. Unas
masas que, según los autores, tienen cada vez más fácil acceso a las artes y a
la cultura, pero que no cultivan sus gustos estéticos, tal y como en épocas
anteriores lo hacían los pocos privilegiados que tenían acceso. Es otra preocupación
por la función social de los medios de
comunicación que, según Lazarsfeld y
Merton, gira en torno a la influencia de
éstos en los gustos estéticos que,
se habrían vulgarizado como
consecuencia de la mayor accesibilidad para más público.
En este
sentido, difiero de los autores en varios aspectos. En primer lugar, no creo
que la cultura esté al acceso de las masas sociales, sino que todavía forma
parte de una “élite”, en este caso no aristocrática, sino bien posicionada
económicamente. En una sociedad de consumo, donde todo cuesta dinero, también
el arte se ha convertido en un objeto de transacciones económicas que se compra
y se vende. Por ejemplo, ir al cine en España cuesta 7 euros de media la
entrada. ¿Qué trabajador puede permitirse, por ejemplo, ir al cine un par de
veces por semana, e incluso una? Y no digamos del teatro, que cuesta una media
de 25 euros. Si además, quiere escuchar música en su casa, cada CD cuesta una
media de 15 euros. Un concierto de música clásica no baja de los 60 euros y un
abono de temporada supera los 350 euros. Los libros, el gran pilar de la
cultura, cuestan una media de 15 euros si son edición bolsillo, y a partir de
25 si son de tapa dura. Para visitar los museos hay que pagar… Algunos contrarrestarán
esta opinión personal alegando que existen las bibliotecas públicas, la radio
que emite música… pero el gran inconveniente que además aleja de la cultura a la clase trabajadora, además
del imperativo económico, es el tiempo. Un obrero que trabaja ocho horas
diarias y emplea otra hora en su desplazamiento, y no tiene servicio doméstico,
por lo que debe además, comprar, limpiar y cocinar… y trabaja algunos fines de
semana también…¿tiene mucho tiempo para acceder a la cultura?. Pero los intelectuales,
la élite social cultural, que leen, escriben, piensan y disfrutan del arte, todas las horas que gusten, los que pueden
cultivar ese gusto estético del que hablan Lazarsfeld y Merton, son todavía
hoy, en el siglo XXI, personas de clase alta (o media alta) con solidez
económica y que no están sujetos a horarios rígidos y extenuantes de
trabajo…Por tanto, no existe tanto una brecha entre instrucción y comprensión,
sino una brecha cultural, social, económica sobre todo, que
separa cada vez más la clase obrera, las clases bajas, de la élite acomodada
económicamente, las clases altas. Mientras tanto, la clase media surgida del estado de bienestar
lucha por sobrevivir, quizás en un aletargamiento cultural impuesto por una
economía globalizante de la sociedad de consumo. Por lo tanto, no es sólo una
cuestión de refinamiento, o de que los medios hagan una vasta difusión popular
de las artes y por eso se haya denostado el gusto estético, tal como afirman
Lazarsfeld y Merton sino que hay una verdadera dificultad de acceso al arte y al refinamiento por parte de esa
clase media-baja. Aunque también es cierto, que los grandes medios de comunicación, como la
televisión, que está en todos los hogares, no
contribuyen a la difusión de las artes. En la programación de las cadenas generalistas
españolas rara vez se emite un concierto de música clásica, o un reportaje
sobre pintura o escultura; no existen tampoco debates ni programas dedicados a
la literatura; no se programan tampoco obras de teatro…que aunque no sea en
directo, siempre sería mejor que cualquier reality show. En fin, se puede
concluir que la televisión, como rey medio de comunicación de masas, no
contribuye al gusto estético por las artes; más bien, diría yo, contribuye a
cultivar el “mal gusto” y la idiotez generalizada.
Lazasferld y Merton distinguen tres
condiciones para que la propaganda de un objetivo social resulte eficaz.
La primera es la MONOPOLIZACIÓN que existe en la actualidad debido a la globalización de los medios. Este aspecto es más visible en países donde el sistema de gobierno es restrictivo o con falsas democracias, como
China o Cuba, donde la información ofrecida es sesgada y filtrada por el
gobierno. Pero, si examinamos nuestra prensa también podríamos afirmar que, con
disimulo y alevosía, la información que se ofrece a las masas es la que
“interesa” al poder dominante… pongamos por ejemplo las “marchas para la
dignidad” que desde varios puntos de España se llevaron a cabo en el mes de
febrero y marzo de 2014. Hasta que no confluyeron en Madrid, el día 22 de
marzo, tan apenas habían aparecido en
prensa. E incluso ese día, en algunos medios, no aparecieron en portada…donde
se daba cobertura a la “inminente muerte” de Adolfo Suarez: crónica de una muerte anunciada, que no
es la novela de Gabriel García Márquez, sino la noticia de un hecho que todavía
no había ocurrido…pero conseguía distraer la atención de las masas.
La segunda condición es la CANALIZACIÓN en la que los medios de comunicación cumplen una función canalizadora de costumbres, pero no las cambian. Desde 1977 en que se escribió el texto hasta nuestros días, esto ha evolucionado. Creo que es tal la influencia de la televisión y la “pantalla global” de la que hablan Lipovetsky y Serroy, que en el siglo XXI, la publicidad es además de canalizadora, modificadora de actitudes básicas. El uso del teléfono móvil es un claro ejemplo de cómo en tan sólo quince años se ha convertido en un objeto necesario e indispensable. Esto es un cambio de actitud.
La COMPLEMENTACIÓN es la tercera condición. Los medios de comunicación masivos alcanzan mayor éxito de propaganda si existe un contacto directo organizado. Por ejemplo, un político que proyecte su discurso sobre una masa generalista no obtendrá el mismo resultado que si lo proyecta sobre un público afín a su ideología o que se encuentre en un momento de duda intermedia.
La conclusión de Lazarsfeld y Merton de que “la función social de los medios masivos se limita en gran medida a preocupaciones sociales periféricas y, por ende, no exhiben el grado de podría social que se les atribuye habitualmente”, creo que no puede ser aceptada en todos sus términos, tal y como he argumentado, pasados ya cuarenta años desde que se escribió el texto. En este tiempo, no sólo ha entrado un nuevo siglo en la historia, sino que los medios de comunicación se han estructurado en grandes lobbies de poder empresarial, afianzando su posición en una sociedad de consumo donde el principal interés es el beneficio económico. Como consecuencia, la influencia en las masas es directa, pues lo que se pretende es una influencia consumista.
Estamos
inmersos en un mundo en el que la comunicación audiovisual ha invadido todos
los ámbitos. Una sociedad globalizada en
la que historiadores asignan a medios
técnicos, como la fotografía o el cine, una importancia que marca el desarrollo
de las comunicaciones acompasando la historia de la civilización a un único
reloj (Fuentes, Juan Francisco; La Parra López,Emilio, 2001). Todos a un tiempo
sincronizamos la información que obtenemos a través de las imágenes.
Hay
pantallas publicitarias por la calle, pantallas de todo tipo en los hogares
(ordenadores, televisores, etc.),
pantallas en los trenes y autobuses, pantallas en los aeropuertos y
estaciones, e incluso pantallas que llevamos encima los ciudadanos (teléfono
móvil, tabletas), pantallas en los bares donde la música es imagen… pantalla
global. Una pantalla que también nos vigila para obtener una seguridad
ciudadana como si de un ejercicio casi orwelliano se tratase. Una pantalla que
es cada vez más grande para llegar a ser Omnimax, superior al campo visual del ojo
humano. Cualquier ser humano que viva en el primer mundo ve, utiliza y convive todos los días con multitud de pantallas que proyectan
formatos audiovisuales. Existe además una paradoja entre una sociedad
globalizada, interconectada y un individualismo narcisista que persigue una
continua búsqueda de su identidad y cierto hedonismo en medio de la sociedad.
La imagen proyectada en todos los formatos y pantallas es parte de esa búsqueda
y es, al mismo tiempo, una paradoja global e individual.
Foto: https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgRSduKZ_RbJnsEw4AJPmnMC-9YFAQFgeYxqxdGCNkBHbKn1LWopkjwIVT7LhguTyRfkW6_BMCUmnsv2P8epXGcsQF2ii8d9P7Rdpvq-ghtqyVofxbH6rnFmSMpluf2s_dCrXSmp2Lq6ZTz/s1600/ojo.jpg
No
obstante, en cuanto a la información, existe esa disfunción narcotizante y esa carencia de espíritu crítico, no de
la masa, sino del individuo. Un individuo que vive en una sociedad red,
globalizada, cada vez más pendiente de la imagen y de una pantalla global. Una
pantalla que nos traslada al imaginario de 1984 (Orwell, G. 1959), donde le individuo no es más que una marioneta del gran
hermano. Aunque ahora, como consecuencia de los medios de comunicación y su
influencia en la sociedad, si alguien habla de Gran Hermano en España, piensa
en un programa de televisión… Por lo tanto ¿Qué función tiene el medio en la
sociedad? ¿Es realmente un medio de equilibrio
para mantener el sistema? El sistema capitalista, la sociedad de
consumo, las masas deben comprar, tirar, comprar… y pensar poco. Aunque parezca
demagogia simple, por la observación de los medios y las consecuencias directas
en las masas, eso es lo que se aprecia. Lamentablemente. La labor de los periodistas
debe ser informar, con veracidad, independencia y criterio objetivo, sin
ataduras empresariales… y eso es también una quimera, porqué ¿dónde está ese
medio independiente, cuyo objetivo sea trasladar al individuo (no a la masa)
una información inteligente y veraz, no comprometida con ninguna causa más que
con el compromiso de informar? Seguiremos buscando.
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