Camino de Sirga (Moncada, 2007), publicada por Editorial Anagrama, es una novela que podríamos clasificar
casi como de género periodístico. A
pesar de que el autor afirma que los personajes no se corresponden con
identidades reales, toda la novela rezuma veracidad, y es fiel testigo de la
historia de Mequinenza, pueblo del Bajo Cinca donde se sitúa la novela y alma
que le da vida. Los perfiles de los personajes se corresponden, a buen seguro,
con habitantes de Mequinenza que Jesús Moncada conoció. Plasma en ellos la
vida del pueblo, sus costumbres, sus modos de comunicarse, sus anhelos y sus
pasiones. Y como fondo, la tragedia de la destrucción del pueblo; la pérdida de
la identidad, de los espacios reconocidos; la muerte de un lugar habitado.
La novela comienza precisamente
con un funeral, como metáfora de esa muerte del pueblo. Jesús Moncada juega con
los tiempos cronológicos saltando entre décadas para mostrarnos la historia del
pueblo en distintas épocas; pero siempre vuelve al nexo que les une, el
presente en la novela, que es la época de la destrucción del pueblo, los años
70. Todavía gana más fuerza así el contraste entre vida y muerte. Actividad, angustia, conformidad, incredulidad,
cotidianidad, son fórmulas que el autor utiliza para mover los personajes de
aquí para allá, siempre con ironía y con un humor fresco, mostrando sus modos de vida, al lado del Ebro. El río
es otra de las sirgas que tiran de la novela como testigo y protagonista
también de la historia.
Foto: http://crearbiblioteca.blogspot.com.es/2012/06/cami-de-sirga-de-jesus-moncada.html
A principios de siglo XX, Mequinenza
vivía del Ebro y de la minería; era un pueblo rico en trabajo, con un puerto
donde descansaban los barcos transportadores de carbón y suministros. Estos
laúdes, cuando regresaban río arriba, iban arrastrados por unas sirgas (al
principio por los mismos navegantes y luego por mulas) que junto al río
formaban el camí de sirga. Ese es el título del libro, también como
metáfora de un camino a “contracorriente” y sin vuelta atrás, en que la
destrucción de un pueblo sirve como punto de partida para entramar una novela.
En Mequinenza nació Jesús Moncada
y es allí donde pasa horas en las
tertulias para documentarse y empaparse de todo lo que pueda dar vida a sus
personajes. La novela tiene pues una base de creación periodística en cuanto se
basa en hechos reales y el autor
realiza una documentación previa en
horas y horas de conversación con sus habitantes. Algunos de los hechos
relatados (el paseo en globo por el Ebro) son reales y Jesús les añade el toque
fantástico (no es cierto la proclamación de la república se notificase en ese
momento). Incluso algunos personajes, como Madamfransua, existieron en la
realidad. Otros, como Nelson, o Carlota de Torres, o Aleix Segarra, a buen
seguro son fiel reflejo de los habitantes de Mequinenza.
Foto: http://bajoelsignodelibra.blogspot.com.es/2014/04/mequinensa-un-mon-condemnat-fotografies.html |
Se entrevé, además, en toda la
obra el amor por la pintura de Jesús Moncada ya que Camino de Sirga es una novela plástica, casi una obra
pictórica. Los cuadros forman parte de la trama y son protagonistas, dando
incluso nombre a algunos escenarios (salón de las Vírgenes Mártires, en
relación a un cuadro que había colgado en él). Incluso, a través de la pintura,
el autor es capaz de enfrentar la dicotomía presente en toda la obra entre
muerte y vida. Por ejemplo, los frescos del convento, murales pintados y
sobrepintados por el personaje Aleix de Segarra, nos narran las evocaciones de
una época idílica y la llegada posterior de la amenaza de la guerra de 1936. Vida
y muerte se sobreponen y se entrelazan, y las imágenes se convierten en
palabras de mano de Jesús Moncada.
Las descripciones son detalladas, tanto en relación a los lugares como
a los personajes, pero sobre todo lo que trasciende es el ambiente. Moncada
consigue que el lector sea un personaje más en cada secuencia, en cada época,
introduciéndolo en un realismo fantástico salpicado de trazos coloristas en
cada una de las descripciones. El rojo, el amarillo, el negro, el azul, el
gris... todos los colores están presentes en las descripciones de los objetos,
los ambientes, los personajes, pero siempre son mucho más que un mero adjetivo
semánticamente colorista, convirtiéndose en metáfora transmisora de un significado
enriquecedor para el texto.
La novela está estructurada en cuatro tiempos
históricos con un presente como guía común y estructura también así sus
capítulos. Reflejo de la historia del siglo XX, es testigo de la evolución y el
progreso, de la guerra civil y de la posguerra. No obstante, los saltos en el tiempo son constantes, aunque
el autor siempre sitúa previamente al lector, bien a través de los personajes o
bien a través de un objeto. Los objetos son protagonistas también, tanto como
los personajes que los poseen. El autor introduce el salto en el tiempo narrativo a través de un los objetos, por ejemplo cuando Atanasi Costa aparece con el ataúd
lleno de cebollas y nos traslada a la historia que le dio el nombre de Atanasi
Resurrecció, mientras el lector viaja en el tiempo y se sitúa en la nueva época
sin una ruptura narrativa traumática.
Hay un pasaje magistral, con toques surrealistas que transportan al
lector y sugieren al Gaudí barcelonés y a los mosaicos modernistas y
coloridos. En esta secuencia, a través de la rotura de un espejo, el autor
narra una historia completa. La inserta en el libro como un secreto nunca
conocido que sólo el espejo había visualizado, siendo éste testigo de los
hechos; un personaje presencia la rotura del espejo en el desalojo de la casa
que lo alberga y, a través de todos los añicos, visualiza las historias
desconocidas, hasta el punto de enloquecer. La ironía, también magistral del autor, resuelve la enajenación con un
“encantamiento” y traspaso de locura a un perro, que se tira al Ebro totalmente
ido. Así pone punto final a esa secuencia, quedando por lo tanto, la historia
de nuevo en secreto: el espejo lo supo, el espejo se rompió y lo desveló a un
testigo, el testigo enloqueció y le traspasó la locura a un perro que se
suicidó: y nunca más se supo lo que hasta entonces no se había sabido. Pero a
pesar de eso, el narrador ha sido capaz de compartir ese “secreto” con el
lector. Un narrador omnisciente, tan respetuoso con la historia como para no
desvelarla en voz de un objeto incapaz de hablar. Un espejo nos cuenta una
historia completa.
Los personajes son estereotipos de las clases sociales y los oficios, reflejo de una sociedad rural: el
terrateniente o, en este caso, dueño de la flota naviera, burgués bien
posicionado, en los personajes de Carlota y la viuda Salleras; las sirvientas,
y sus hijas, que también fueron sirvientas, Honorat del Café, el boticario, el
navegante, Nelson, el peón…Todos son ficticios, pero tan reales como cualquier
habitante de la Mequinenza del siglo XX que los habitantes de Mequinenza intentaban reconocerse en la novela.
En el libro abundan las anécdotas y momentos
que por sí solos ya son una historia; algunas de estas historias parten tan
solo de un objeto, y poco a poco el autor entreteje el tiempo y los personajes,
sus familiares, sus legados, construyendo un entramado de idas y venidas. El
resultado, una novela periodística, donde ficción
y realidad se confunden con el arte de escribir. Hay quien la ha comparado
con Cien años de soledad (García Márquez, 1967), y a Mequinenza con Macondo. Yo no encuentro a
Alejandro Buendía en Mequinenza pero sí que existe algo común: mostrar la vida a través de la literatura.
Con la construcción de las dos presas, una junto al pueblo y otra
más abajo del río Ebro, Mequinenza
sufrió un lento abandono. Desde 1957, los habitantes veían como los técnicos
entraban en sus fincas sin permiso, los camiones invadían el terreno y el
paisaje poco a poco iba cambiando. El río dejó de ser navegable ya que la presa
impedía bajar hasta Tortosa. Los laúdes dejaban de ser útiles. El pueblo de Mequinenza
se fue muriendo poco a poco y cuando trece años después, en 1971, comenzaron
las demoliciones de las casas, ya muchos las habían abandonado o las tenían en
malas condiciones a la espera del traslado. No obstante, siempre hubo
detractores y gente a favor de las
presas. Los unos, estaban seguros de que en el pueblo nuevo la vida sería más
agradable y fácil, con las modernidades propias de los tiempos; los otros defendían
la identidad y la memoria del pueblo.
La realidad es que Mequinenza
desapareció y todos los edificios fueron derruidos; como escribe Jesús Moncada en
Camino de Sirga: “nubes de polvo acre lo invadían todo”. Todo había sido
destruido en el pueblo viejo. Y eso es precisamente lo que Moncada quiso salvar
con la escritura de esta novela: la memoria de las referencias; ese mundo
perdido que no se puede recuperar porque ya no existe... más que en la memoria
de los que aún viven o en las páginas de una novela como Camí de Sirga.
Foto: http://bajoelsignodelibra.blogspot.com.es/2014/04/mequinensa-un-mon-condemnat-fotografies.html |
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