El viernes estuve en el estreno de la última película de Alejandro Amenábar, Ágora. La sala de cine no estaba llena, pero tampoco me extrañó ya que era el primer día de las fiestas del Pilar, la entrada para Interpeñas era gratuita (con la actuación de Boney M.) y la crítica no había dado buenas expectativas que animasen a ir a verla.
No estoy de acuerdo muchas veces con las críticas que se publican en los medios, pues la mayoría de ellas obedecen a intereses comerciales o estrategias empresariales, pero en este caso he de reconocer que tenían razón.
En mi modesta opinión, Amenábar no ha sabido transmitir la emoción que nos llegó con sus anteriores películas: Los Otros, Mar adentro o Tesis.
Ágora es una película correcta, con unos decorados y una puesta en escena espectacular, una dirección artística impecable, una magnífica interpretación de los actores, pero…
La historia no avanza y van pasando los minutos de proyección sin que “pase nada nuevo”, pues todo el tiempo tuve la sensación de que “era lo mismo”. Y eso que, como mujer, me motivaba mucho el personaje de Hipatia, una “feminista” encubierta en el siglo IV, entregada en cuerpo y alma a la cultura, la ciencia, la investigación y la enseñanza. De vez en cuando, una escena de mucha acción despierta al espectador adormecido, pero también le aleja de la posible emoción que pueda comenzar a sentir por el fondo de la historia. Hay una historia de amor, hay una lucha entre cristianos y no cristianos, hay una lucha por salvar la independencia y la tolerancia, hay una historia de filosofía y ciencia… y entre todas ninguna consiguió emocionarme excepto la escena previa al asalto a la biblioteca (no desvelo nada que no esté en la sinopsis) y el intento de salvar unos pergaminos que encerraban la historia de la humanidad hasta aquel momento y los avances que el ser humano había conseguido en su evolución y en su estudio.
Quizás porqué hay una excesiva utilización de planos cenitales y ese abuso resta valor a los que pudieran tenerlo desde el punto de vista narrativo. También hay demasiados planos “universales” como si el director fuese un ser divino y omnipotente, un narrador omnisciente que nos acerca como la herramienta de Google Earth al escenario de la acción. Me gustaría saber que pensaría Terenci Moix, un enamorado de Alejandría (y del cine) si viese la película. Seguro que “fliparía en colores” al poder ver esos maravillosos decorados y el ingente faro erguido junto a la costa. Bien es cierto que hay algunos planos donde la “genialidad” de Amenábar se luce, pero salvar a una película de dos horas por esos planos no me parece justo. Creo que se ha cegado por la grandilocuencia. Está bien hecha, claro, y es un orgullo para todos los españoles poder mostrar una superproducción al más puro estilo americano, pero a mi me gusta más el Amenábar español-español, con historias que me hagan llorar, reír, me asusten o me intriguen. Ver una película muy bonita y muy bien hecha que no me emocione, me deja fría y no me aporta nada más que un espectáculo para el sentido de la vista. Y yo siempre he creído que el cine es algo más.
De todas formas, id a verla porqué esto es sólo una opinión, claro, y ya me contaréis. Por cierto, vi dos guiños a Buñuel (que no voy a nombrar para no desvelar) que me gustaría que me confirmarais si alguno de vosotros también cree que es así o es una pura casualidad.
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