Recuerdo que cuando era pequeña mi madre siempre me reñía porqué a menudo me caía:
-¡Es que no miras por dónde vas!
Y mis rodillas eran un collagge de mercromina y costras agranatadas de otras antiguas caidas.
Con el tiempo aprendí a no caerme. Supongo que al crecer, uno puede controlar mejor el espacio, o el equilibrio, porqué lo cierto es que no he dejado de mirar hacia arriba cuando paseo.
Me gusta ver el cielo y los contrastes que uno se va encontrando en los balcones, en las azoteas...
Madrid es una ciudad para mirar hacia arriba.
Los famosos caballos alados que hay sobre los edificios de la calle Alcalá, o sobre el Ministerio de Agricultura en Atocha... impresiona su tamaño y una se pregunta ¿cómo los subieron allí?. Si todavía fuera tan igénua como cuando mis rodillas iban pintadas de mercromina seguro que pensaría "habrán subido volando, como tienen alas"
El anuncio de Schwepps, en la Gran Vía que nos recuerda la peli de Alex de la Iglesia; el anuncio añejo de Tio Pepe en la Puerta del Sol; el reloj en el edificio de Telefónica, etc, etc.
Esta tarde, sobre un edificio de la calle Mayor, poco antes de llegar a la Plaza de la Villa, he visto una figura que me inquieta. No sé lo qué es. No sé tampoco como ha llegado allí.
Miradlo.
A mi me parece un hombre con alas. Boca abajo. Sus brazos abiertos y sus piernas en posición de haber caído cuando volaba desorientado.
Quedó allí, petrificado, con su cabeza incustrada en el edificio.
Lo he visto, no me he caido. Ya no llevo las rodillas pintadas con mercromina ni restos de otras costras. Pero, en mi ingenuidad adulta, creo que es un ángel.
Pues a mí, de repente, me ha parecido un murciélago.
ResponderEliminarSin profundizar.
Dicen que hay que dejarse guiar por las intuiciones.
Aunque no tengan nada de real
Besos casi primaverales.
O una mariposa, o un caballo volador.
ResponderEliminarComo tú, infancia somos.