lunes, 2 de mayo de 2022

El lugar a dónde volver siempre

Leer a Antonio Muñoz Molina es como asistir a una representación clásica donde uno disfruta no sólo del contenido sino de la elegancia armoniosa del texto, un lugar al que por mucho tiempo que pase no caduca jamás. Un lugar a dónde siempre se quiere volver.

Precisamente esa es la cuestión que titula la obra Volver a dónde (Seix Barral 2021). Sin interrogante; más que una pregunta es una afirmación, un planteamiento desde la duda que el propio autor plantea (y se plantea) para llegar a conclusiones que son lecciones de vida y en las que nos reconocemos todos: el recuerdo, la memoria, lo íntimo, lo preciso, lo cercano. “Quería fijarme en lo específico en este tiempo nuevo, lo concreto, lo que se olvida porque nadie le da importancia, lo que no aparece en los libros de historia, lo que no puede recordar más que quien lo ha vivido”, expone el autor.

Antonio Muñoz Molina escribe un diario durante la pandemia Covid-19. Parte de un confinamiento para adentrarse en reflexiones que probablemente todos nos hicimos en ese momento, y deja constancia de los hechos que sacudieron la cotidianidad de nuestras vidas. A partir de ahí, exhibe los recuerdos que van apareciendo en esa situación extrema e inusual. Establece, a veces, paralelismos entre el presente y el pasado, que nada tienen que ver, lugares y situaciones a los que la memoria regresa y abre su pensamiento a la proyección que concibe este libro.

Y lo muestra sin excesos en el sentimiento pero con la suficiente nostalgia para emocionar, con la dulzura precisa pero sin empalago, con el drama necesario pero sin caer en la tragedia gratuita. Por otra parte, obsequia al lector con una narración de extrema belleza.

Escribe sobre la vida y la muerte, sobre la enfermedad, sobre la vejez, sobre el trabajo, sobre la familia, sobre esas preguntas vitales que muchas veces no tienen respuesta; incluso hay cierta crítica, no en términos ideológicos sino en lo pragmático hacia esa clase política que “se rebela como una turba parásita que no se ocupa de arreglar los problemas verdaderos que existen”. 

Escribir con pluma estilográfica otorga al autor la pausa y la destreza para elegir cada una de las palabras que describen la huerta, la labranza, la matanza del marrano, la aspereza que hacía a los hombres “tener sangre” y a las mujeres tener aguante. Ese vocabulario tan bien cuidado es deleite para el lector que visualiza, a través de las palabras, cada secuencia como si estuviese frente a la pantalla de cine y permite incluso percibir olores y aromas en cada uno de los ambientes. Leer a Antonio Muñoz Molina se convierte en una experiencia sensorial más allá del goce intelectual. 

Hay una filosofía de vida sin estridencias, adaptando la condición de vida a la libertad individual, pero también a la responsabilidad colectiva estableciendo un compromiso hacia la condición humana que debemos entre todos mejorar. La pandemia es el hilo conductor, la excusa, pero la familia es la protagonista y guía. Muñoz Molina combina la visión de dos épocas, de dos generaciones, formas de vidas diferentes, lo rural y lo urbano, la modernidad y la tradición. Hay un homenaje a los ancianos, a la agricultura, a la usanza del esfuerzo, a la costumbre con solera y elegancia. 

Los nombres y el día de los santos que los conmemoran fijan la realidad en una ficción donde la fecha del nacimiento no se celebra, un espacio donde la importancia de los detalles traslada al lector a un lugar dónde siempre se puede volver.

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