martes, 6 de noviembre de 2018

Si no hay verdad no hay belleza


Ni tampoco en la ficción, que no deja de ser una mentira-verdad inventada, dicotomía entre realidad y ficción construida o ideada. Pero cuando en la pantalla se muestra una historia no real a través de la verdad se convierte en cine y en belleza. Y así es Petra, la última película de Jaime Rosales (Barcelona, 1970). Pura belleza. Porque irradia verdad.


Si no hay verdad no hay belleza” es una de las frases que puede pasar desapercibida para el espectador, pero que resume para mí muy bien Petra. La dice uno de los personajes secundarios cuando están en una cena hablando varios amigos sobre el low cost, el low price y la moda o el arte. Desde el inicio de la película todo gira en torno a la búsqueda de la verdad, pero se van destapando una mentira detrás de otra que desencadenan tragedias casi increíbles si no estuviesen en la mano de un director que las muestra desde el sosiego. Y que son verdad gracias también a la credibilidad de los personajes, magníficamente interpretados por el elenco de actores: Bárbara LennieAlex BrendemühlMarisa ParedesPetra Martínez. Caso aparte es el de Joan Botey, que no había actuado nunca antes, y es el propietario de la finca donde se rodaron algunas secuencias y al que Rosales propuso, cuando fue a localizar, hacer uno de los papeles principales (el de un artista egoísta y sin escrúpulos).


En la historia, todo alrededor de la mentira es osco y despreciable. Mentiras que van entrelazando la acción en una estructura no lineal que desarrolla el guion. A la protagonista no le interesan los artistas que mienten. Coincido con ella. El arte, la poesía, la literatura, el cine, si no encierran verdad, no pueden ser bellos. Rosales utiliza el lenguaje cinematográfico para mostrar belleza y verdad en cada plano y el espectador no deja de mirar a la pantalla, entrando en la acción a través de los movimientos de cámara que le introducen en el espacio donde se desarrolla la acción. Y el fuera de campo toma protagonismo cuando el sonido sitúa al espectador en el centro del escenario, como si estuviese allí sin estar. No hay grandilocuencias ni exageración en la planificación, todo transcurre de manera natural, como una verdad que ocurre y que nos muestra la cámara. No hay plano-contraplano en las conversaciones, sino que la cámara se mueve naturalmente entre los personajes, como el balanceo horizontal de una conversación. Que se contrapone a esa disposición vertical de los espacios y la situación de los protagonistas, mostrando y revelando emociones por su posición de la pantalla. Y así, poco a poco, Rosales crea verdad en la ficción, como si de un cine-ojo se tratase, creando en la pantalla espacios emocionales que trascienden a los personajes. 

Al final -sin hacer un espoiler-  la belleza cierra la historia en una puerta abierta al exterior. Y el espectador sale de la sala de cine lleno de arte. 




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