domingo, 30 de diciembre de 2018

Cuando el destino roba*


No sé si podrás recordarme, Michel,  ni tan siquiera leerme o te llegarán ecos de estas palabras allá donde estés. Nos conocimos en una de esas comidas con los compañeros de El Periódico. El destino (o la suerte) hizo que pudiera sentarme a tu lado. Fue un placer compartir conversación. Hablamos de Barcelona, de donde procedo yo y lugar en el que tú habías estudiado Periodismo. Hablamos del Periodismo, como no, de las vocaciones innatas, de los estudios tardíos y de “la de vueltas que da la vida”. Pero sobre todo hablamos del cáncer. Tú estabas en fase de recuperación en ese momento tras un tratamiento de quimio  que había hecho retroceder el tumor; estabas a la espera de más pruebas y un nuevo tratamiento y te preocupaba llegar bien a la boda de tu hermano. Yo ya había vencido mi cáncer del todo pues hace ya más de veinticinco años y es solo un recuerdo anual en los análisis de marcadores tumorales. En este punto también estuvimos de acuerdo. Contra el cáncer no se lucha. Se cura o no, pero no depende de uno mismo. Lo escribiste en una de tus magníficas columnas: "No soy ningún luchador, ni un guerrero, ni nada por el estilo. Me he puesto en manos de la maravillosa sanidad pública".  
Es cierto. Es más bien cuestión del destino (o de suerte) el hecho de que “se pille a tiempo” o “no afecte a órganos no operables” o… la realidad es que no deja de ser una enfermedad que ojalá que algún día pueda vencerse. Sólo hay que invertir mucho más de lo que se hace en estos momentos en investigación, en estudios,  en programas piloto y en todo lo que pueda contribuir al avance farmacéutico y médico contra el cáncer. Como reconocías, “tuve la oportunidad de entrar en un tratamiento experimental"

Después de comer, regresé a  mi puesto de trabajo en ese momento, que en realidad era el tuyo. Yo ocupaba desde septiembre tu silla, tu mesa, escribía en tu teclado y me reflejaba en la pantalla de tu ordenador, rodeada de todas tus cosas: una pila de folios con multitud de notas de anteriores artículos, libros de contenido legislativo, una cajita con acreditaciones, algún pendrive. No me atreví a tocar nada pues yo no dejaba de ser una intrusa en ese puesto. Pero sobre todo, no me atreví a tocar nada porqué allí estabas tú, el Periodista en mayúsculas. Y en el fondo, porqué en todo momento no perdimos la esperanza (sobre todo tus compañeros desde hacía una década) de que volverías y así lo encontrarías todo igual que lo dejaste.  Y así te lo había dicho aquel día al despedirnos en la calle después de la comida: “Michel, estoy sentada en tu sitio pero no toco nada para que lo encuentres todo igual que lo dejaste cuando vuelvas, que yo voy a estar solo unos pocos meses”.

El destino (en este caso no es cuestión de suerte o mala suerte) ha querido que injustamente no puedas regresar a tu mesa. El dolor es enorme entre los compañeros de profesión, tus amigos, tu familia y una Estrella que te acompañó y a la que también tengo la suerte de conocer. Todos te lloran y te despiden hoy. Ayer fuiste trending topic en twitter. Los medios de comunicación aragoneses y algunos nacionales se dieron eco de tu marcha. Seguro que con tu humor se te ocurriría alguna frase lapidaria y me permito sonreír pensando en ello.

Pero más allá de ese puesto vacío, dejas una impronta en todos los que te conocimos, a través de tus gestos, de tus palabras, de tu dignidad y  sobre todo de tu valentía (aunque tú no lo reconocieras) para enfrentarte a ese cáncer. Porque lo que sí depende es la actitud que uno adopta frente a él. Y la tuya fue ejemplar. “El cáncer te roba la normalidad”, escribías.
La Estrella que aquí se queda seguro que sigue brillando por ella misma pero sobre todo con tu recuerdo. El que dejas en tus textos, a través de los que podremos seguir saboreando tus pensamientos en palabras hiladas de sensatez y sinceridad. Por mi parte, no puedo dejar de sentirme culpable, sin serlo, por haber estado (que no ocupado) tu espacio; la injusticia se me presenta a través de un cáncer que te arrancó de ese puesto, te ha privado de disfrutar de las estrellas y te ha alejado de la vida demasiado pronto. Tus palabras, sabias, que escribiste en enero de este año que ahora acaba, hablaban de ese tiempo que el destino (y no la suerte, sino el cáncer) te han robado: “No soy dueño del tiempo. Pero decido su contenido y su valor. Decido el ahora. Aunque sé que el cáncer tiene la última palabra”.
Y la tuvo. Descansa, Michel. Gracias por todo.  

Marte en el exilio  (Aquí tenéis todos los artículos de Michel Vallés, excelente periodista, analista político y columnista). 

*Escribo esta entrada en mi blog a título personal, como humilde homenaje y despedida al periodista que llamaba a las cosas por su nombre y al hombre al que el destino le ha robado la vida demasiado pronto. 

martes, 6 de noviembre de 2018

Si no hay verdad no hay belleza


Ni tampoco en la ficción, que no deja de ser una mentira-verdad inventada, dicotomía entre realidad y ficción construida o ideada. Pero cuando en la pantalla se muestra una historia no real a través de la verdad se convierte en cine y en belleza. Y así es Petra, la última película de Jaime Rosales (Barcelona, 1970). Pura belleza. Porque irradia verdad.


Si no hay verdad no hay belleza” es una de las frases que puede pasar desapercibida para el espectador, pero que resume para mí muy bien Petra. La dice uno de los personajes secundarios cuando están en una cena hablando varios amigos sobre el low cost, el low price y la moda o el arte. Desde el inicio de la película todo gira en torno a la búsqueda de la verdad, pero se van destapando una mentira detrás de otra que desencadenan tragedias casi increíbles si no estuviesen en la mano de un director que las muestra desde el sosiego. Y que son verdad gracias también a la credibilidad de los personajes, magníficamente interpretados por el elenco de actores: Bárbara LennieAlex BrendemühlMarisa ParedesPetra Martínez. Caso aparte es el de Joan Botey, que no había actuado nunca antes, y es el propietario de la finca donde se rodaron algunas secuencias y al que Rosales propuso, cuando fue a localizar, hacer uno de los papeles principales (el de un artista egoísta y sin escrúpulos).


En la historia, todo alrededor de la mentira es osco y despreciable. Mentiras que van entrelazando la acción en una estructura no lineal que desarrolla el guion. A la protagonista no le interesan los artistas que mienten. Coincido con ella. El arte, la poesía, la literatura, el cine, si no encierran verdad, no pueden ser bellos. Rosales utiliza el lenguaje cinematográfico para mostrar belleza y verdad en cada plano y el espectador no deja de mirar a la pantalla, entrando en la acción a través de los movimientos de cámara que le introducen en el espacio donde se desarrolla la acción. Y el fuera de campo toma protagonismo cuando el sonido sitúa al espectador en el centro del escenario, como si estuviese allí sin estar. No hay grandilocuencias ni exageración en la planificación, todo transcurre de manera natural, como una verdad que ocurre y que nos muestra la cámara. No hay plano-contraplano en las conversaciones, sino que la cámara se mueve naturalmente entre los personajes, como el balanceo horizontal de una conversación. Que se contrapone a esa disposición vertical de los espacios y la situación de los protagonistas, mostrando y revelando emociones por su posición de la pantalla. Y así, poco a poco, Rosales crea verdad en la ficción, como si de un cine-ojo se tratase, creando en la pantalla espacios emocionales que trascienden a los personajes. 

Al final -sin hacer un espoiler-  la belleza cierra la historia en una puerta abierta al exterior. Y el espectador sale de la sala de cine lleno de arte. 




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