miércoles, 11 de noviembre de 2015

Manuel Arcón. Moldeando la vida

Se expone en el Museo Pablo Gargallo de Zaragoza una retrospectiva de la obra de Manuel Arcón (Barasona (Huesca), 1928). Una escultura de inclinación humanista, con predilección por los aspectos esenciales del volumen, según la define Rafael Ordóñez Fernández. Se distribuyen en tres salas más de cuarenta piezas tanto figurativas como otras de tendencia constructivista, así como maquetas y representaciones de obras de carácter público y monumental. 



Hace dos años realicé una entrevista a Manuel Arcón con motivo de un trabajo académico. Aunque es un hombre de pocas palabras que se expresa mejor a través de sus obras, hablamos durante unas horas de lo terreno y lo divino, de sus obras y su trayectoria creativa, de su vida, en definitiva, con la sencillez que le caracteriza. Tengo un grato recuerdo de aquel día. Cuando llegué, Manuel me trataba de usted, con esa exquisita educación muestra de respeto del siglo pasado. Al finalizar la entrevista me regaló un catálogo de una de sus exposiciones con una dedicatoria que comenzaba: "A mi amiga....". A continuación publicaré parte de esa entrevista reeditada en la que se nombran muchas de las obras que forman parte de la exposición. Esta es la manera de reconocer públicamente mi agradecimiento por su generosidad y por su arte. No sin antes recomendar a los zaragozanos o aquellos que visiten la ciudad hasta el 24 de enero, que disfruten de la exposición “Las formas de la vida”. La entrada es gratuita.


Manuel Arcón nació en Barasona/Graus hace 87 años. Es uno de los escultores más prolíficos de Aragón. Sus manos han esculpido obras en madera, piedra, mármol y bronce. Imágenes figurativas, sensuales, elegantes y otras abstractas, ingeniosas y sugerentes que en diversas localidades, son testigo de su sensibilidad y destreza.  Pero él, con virtuosa sencillez, advierte al abrirme la puerta: “si yo no soy nadie importante”. Al entrar en el pequeño piso donde reside desde hace más de cincuenta años el aire pesa más que afuera. Vive sólo pues es viudo desde hace seis años. El techo de su salita está empapelado con hojas de revistas en las que aparecen obras de Picasso y otros artistas. Predomina el cubismo. Se sienta en un viejo sofá y se tapa con el faldón de una mesa camilla que tiene un brasero eléctrico encendido. Me invita también a taparme.

P: Dicen que los artistas tienen un genio “especial” o extraño, pero yo le veo muy normal…
R: Yo que sé. A lo mejor ni soy artista…
P: ¿No se considera usted un artista?
R: Yo me considero una persona normal, sin excentricidades.

Le pregunto sobre el lugar de su nacimiento, Barasona, de sí su familia era de allí. Explica que su padre era perito industrial y estaba trabajando en el pantano. En los años duros de la posguerra era difícil sobrevivir y más aún sería dedicarse al arte. Pero a Manuel le gustaba mucho dibujar y sus padres tuvieron que aceptar su ingreso en la Escuela de Artes y Oficios de Zaragoza: “No veían con buenos ojos que me dedicara a esto pero yo era muy tozudo”.

P: Y ¿cómo surgió en usted la vocación artística por la escultura?
R: Estando en la Escuela de Artes me enteré de que uno de los profesores, el escultor Félix Burriel, necesitaba un ayudante. Se lo propuse y me dijo que sí. Estuve con él, en su taller, cinco años. También estuve luego un año en Barcelona, con Enric Monjó.

Pero en su afable sencillez, Manuel no explica que en 1950 obtuvo una mención honorífica en el VIII Salón de artistas aragoneses que organizaba el Ayuntamiento de Zaragoza  y que luego ganó por oposición una beca de escultura convocada también por el Ayuntamiento, de un año de duración, que le permitía solucionar la precariedad económica del momento. Confiesa también que después de un tiempo en Barcelona, cuando volvió a Zaragoza,  ésta le resultaba casi desconocida. 
-      Es que cambio mucho la ciudad-  le digo.
-      No, no es que cambiase… a lo mejor el que había cambiado era yo - Y sonríe.   

P: ¿Recuerda usted su primer sueldo o la primera vez que le remuneraron por una de sus obras?
R: (Se ríe) Yo nunca he buscado ganar dinero. Siempre he pretendido, lo digo con sinceridad, aprender, solamente.  Cuando me trasladé a Barcelona, no fue por ganar  dinero. Monjó era un escultor muy prolífico, trabajaba mucho y nunca le pedí jornal… me conformaba con lo que él me quiso dar.
P:   Pero  luego usted tuvo su propio taller
R: Sí, en la calle Monzón. Ahora ya no lo tengo. 

Manuel cerró su taller en el año 2014, después de más de 50 años. Y aunque le sugiero que un artista no se jubila nunca, contesta, apenado, que ya no tiene fuerzas. Pero muestra orgulloso una gran llave de hierro enmarcada, que le dieron los vecinos  cuando dejó el taller, con la inscripción “Asociación Torrero-Delicias. A Manuel Arcón Pérez. Llave de la república. 2014”.  Otras placas y reconocimientos llenan también el salón. Las va mostrando tímidamente. 

Los ciudadanos somos bastante desagradecidos con las esculturas urbanas. Pasamos por delante de ellas cientos de veces, las vemos, las observamos, incluso las admiramos… y qué pocas veces sabemos o nos preguntamos quién es el autor. En bronce, mármol o piedra, varias de las esculturas que animan la ciudad de Zaragoza y otros puntos de Aragón son obra de Manuel Arcón. 

Monumento al cofrade, en la plaza del Justicia. Zaragoza.
P:  Casi al final de la Avenida San José de Zaragoza está La lavandera¿Quién fue la modelo?

R: Nadie. Yo no he tenido modelos, solo he observado mucho el naturalMucho –insiste y afirma con un movimiento de cabeza-.  Me he fijado mucho en las personas, los miembros, la anatomía…y en la cuestión de paños… Pero nunca he tenido modelos. Cuando hice una escultura de Goya para la plaza de toros…
-    Sí, Goya en el tendido- apunto.
- Sí. Pues cuando se inauguró, los periodistas me preguntaban qué modelo había usado… pues ninguno, les decía yo; no he tenido modelo nunca. A lo mejor me hubiera ayudado, no lo sé. Pero ha sido todo a base de mucha preparación y observar mucho.
Pues en esa escultura hizo usted un Goya muy serio, casi malhumorado… ¿se documentó usted sobre el carácter del pintor?
-      Sí. Tomé mucha documentación sobre todo de la iconografía que ya existía.

P: ¿Y para la escultura de Eduardo Jimeno, en la Plaza Ariño?
R: Fui a Madrid  y pude ver incluso una de sus cámaras.
P: Por cierto, ¿le gusta el cine?
R: Pues  por ejemplo, Lo que el viento se llevó, que tuvo tanto éxito, a mi me parece un “rollo macabeo”. En cambio, en aquella época, había otra película, Las zapatillas rojas, que era la antítesis: la mirada europea frente a la mirada norteamericana. Yo creo que los europeos han hecho cosas muy interesantes en cine.

Manuel no sonríe demasiado, pero tiene el gesto amable. Su voz es débil aunque saca el genio cuando habla de algo que le indigna, como las injusticias sociales o la corrupción política. Confiesa que lee poco. Ha votado siempre en todas las elecciones desde que llegó la democracia. Durante el franquismo no se sintió censurado pues dice que no se “metía en nada”.
Pudo, sobre todo gracias a los encargos de obra pública, mantenerse económicamente y seguir desarrollando su inquietud artística, investigando las formas y las materias, las técnicas y los estilos. En los años sesenta dedicó buena parte de su tiempo a la imageniería religiosa, en el taller de los Hermanos Albareda: “Arte sacro, figuras para altares”, dice.

P:¿Es usted religioso?... varias de sus obras están en Iglesias, como el Apóstol Santiago en Huesca… o en la fachada de la Basílica del Pilar, los medallones de los Papas…

R: No. No soy religioso. A misa no voy nunca. Pero hice esos trabajos muy a gusto, gracias a un canónigo que conocí. Aunque no me atreví a cultivar la amistad con él porque lo consideraba superior a mí. 

P: Es usted muy humilde, Manuel… ¿Mantiene relación con otros artistas?  ¿Qué opina de la creación de tendencias?
R: Siempre he estado en mi estudio. Hubo unos cuantos artistas que crearon una sociedad y se integraron en el Antiguo Matadero. Alberto Gómez Ascaso, entre ellos, que es amigo mío, y en su biografía me pone a mí como su maestro… 


Escultura de Gómez Ascaso. Exposición Plaza España. 2013
Y suspira como negando la última frase. 
P: Pero usted le enseñó a él y a otros...
R: Yo no he enseñado nada- dice como si hablase para el mismo, mirando hacia el suelo  mientras  ladea la cabeza y encoge los hombros. 
Le insisto con un interrogante en mi mirada y mi silencio. Y añade: "Solamente aporté mi trabajo y mi presencia. Venían a ver como trabajaba yo… se fijaban y aprendieron mirándome".

Algunas de sus obras y maquetas todavía duermen en su casa cortejadas por dibujos, cuadros de otros artistas, y también de su esposa: “Milagros Martínez, era muy habilidosa, más artista que yo. Una mujer extraordinaria”, subraya. De de sus tres hijos, solo uno vive en Zaragoza.  Los otros dos están lejos: uno en Múnich y el otro en Azerbaiyán. 
P: Aunque rodeado de sus obras… ¿Se siente solo?
R: En algún momento sí, porque el día es muy largo. Las tardes son eternas. Menos mal que con el aparato este, ese trasto (señala la televisión)
 P: ¿Y cómo se las apaña, Manuel?
R: Pues como puedo. Viene una asistente social los lunes, dos horas; pero es sólo un día. El resto de días me tengo que apañar yo. Me fallan mucho las piernas y me cuesta mucho salir a la calle.
P: Cuando vivía su esposa ¿cocinaba usted?
R: No. He tenido que aprender (risas)

Manuel se resiste a perder su independencia. Aunque reconoce que ver a sus nietos le alegra y su hijo le visita semanalmente, no le seduce la idea de irse a vivir con ellos. Prefiere seguir en su casa donde hace lo que quiere, dice: “aunque a lo mejor algunos piensan que lo tengo todo como una merienda de negros, yo estoy a gusto”.
P: ¿Cómo aceptaría que le ingresasen en una residencia?
R: Yo mal, muy mal. No me gustan las residencias. Llevamos a mi madre a una residencia y es lo que más me duele… que no me porté bien con ella; estaba alejada del cariño de los hijos. Y cuando iba a verla me caían  las lágrimas.

P: ¿Piensa usted alguna vez en la muerte?
R: De vez en cuando uno piensa… ¿Qué hay detrás de esto? ¿Y si no hay nada? Eso que dicen del paraíso… ¡que paraíso ni leches! A lo mejor no hay nada, y aquí se ha acabado todo.

Manuel añade que la vida la considera ya un poco pesada y no le gustaría vivir muchos años. Nos quedamos en silencio. Me fijo en sus manos. Pienso en cuántas esculturas habrán moldeado. Le pregunto si las tiene contabilizadas: “Muchas, muchas”. Pero no sabe la cifra.

P: Volvamos a la escultura ¿con que se siente más cómodo: barro, yeso, bronce, piedra?
R: Cada materia tiene su encanto. El barro da libertad de creación, se puede hacer y deshacer pero no se mantiene, es una materia blanda y hay que conservarlo tierno a base de agua; como empiece a abrirse un poco y entre agua por la grieta, lo corta y lo deshace. La madera tiene su encanto pero también sus intríngulis. Hay que trabajar con materiales nobles, maderas buenas. La piedra hay que trabajarla de otra forma…

P: Algunas de sus obras son abstractas, pero otras siguen una estructura cubista, como la fuente de la Plaza Sas o El Esfuerzo, en la calle Duquesa Villahermosa.
R: El esfuerzo representa un hombre musculoso y yo quería llamarle El esclavo, pero vino un político que estaba entonces en la alcaldía y dijo: “aquí, hoy en día, no hay esclavos”… “¡el esfuerzo!”, dijo. Y El esfuerzo se llamó.  La fuente de la Plaza Sas es una obra que gustó mucho y estoy muy orgulloso de ella. Tengo una réplica en el pasillo.

Señala con el dedo índice  hacia la puerta y me invita a acompañarle. Recorremos un pasillo repleto de obras, réplicas, cuadros, muebles… un museo exquisito de   piedra, madera, yeso...

También ha realizado algunos muebles, dice. Muestra orgulloso una escultura en piedra que confiesa que es una de sus obras favoritas: La familia. En la pared, llama la atención un crucifijo, con el Cristo tallado en madera. Cuando le pregunto por las obras que tiene fuera de Zaragoza va nombrando Huesca (Santiago Apóstol), Sabiñánigo (Baño de sol), Villanueva de Sigena (Miguel Servet), La Almunia de Doña Godina (San Cristóbal)... 

Señala también una réplica pequeña en madera de Canto a la vida, cuyo original está en Alcañiz . Es una obra de una enorme sensibilidad, donde el hombre eleva a la mujer, con  un toque casi divino, mirando al cielo…


P: ¿Qué opina de la emancipación de la mujer en el tiempo que usted ha vivido?
R: La mujer estaba desconsiderada pero vale tanto o más que el hombre. La mujer hay que tenerla en cuenta. Es muy inteligente.

P: ¿Cual de todas esas obras no vendería jamás?
R: Penélope…
P: ¿Cruz?
R: (Ríe). Ahora voy un poco apurado con el dinero, porque tengo una pensión miserable…y vender alguna pieza me aliviaría… pero el dinero no dura nada… y te quedas sin perras[1]  y sin obra, así que hay que ver bien las condiciones... según quien se lleva la obra puedes disponer luego de ella para una exposición…

Nos detenemos. Señala una cabeza femenina, en mármol blanco, que preside la entrada de la casa. Es Penélope, un retrato inspirado en su esposa cuando eran novios. 

P: ¿Por qué se llama Penélope?
R: Penélope fue la mujer de Ulises en la mitología griega. Él estuvo ausente durante muchos años… primero fue a la guerra de Troya y luego se perdió por el Mediterráneo…  Cuando hice esta escultura yo estaba en Barcelona y Milagros, mi mujer, aquí en Zaragoza. Por eso me inspiró...Era una mujer extraordinaria (se emociona).


P: Manuel, ¿le queda alguna asignatura pendiente que con el tiempo se esfumó?
R: ¡Uy!, tantas cosas… siempre se queda uno a medias.

En sus ojos brilla la generosidad y una extrema sencillez. Es tan modesto que le cuesta mirar a la cámara cuando le hago fotos. Posa su mano con ternura sobre Penélope y acaricia la ausencia como si estuviese moldeando el tiempo en forma de escultura invisible. Moldeando la vida.
Portada del catálogo de la exposición. 



[1] dinero en lenguaje coloquial aragonés

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