jueves, 8 de octubre de 2015

El baile del espectáculo

El modelo de las televisiones privadas que operan en nuestro país basa sus rendimientos mayoritariamente en los ingresos publicitarios que sostienen una programación cada vez más encaminada al espectáculo y menos a la información. Cuanto más espectáculo más espectadores y más ingresos por publicidad. Incluso en los programas informativos como los noticiarios o debates, se busca también una estructura que ofrezca al espectador espectáculo. Y es que la televisión, que se concibió como un medio de comunicación  dirigido a las masas, se ha convertido en el principal actor de una sociedad del espectáculo, donde se confunde información y entretenimiento cada vez más a menudo.

Mario Vargas Llosa, define a la civilización del espectáculo como aquella donde “el primer lugar en la tabla de valores lo ocupa el entretenimiento, y donde divertirse, escapar del aburrimiento, es la pasión universal” (La civilización del espectáculo, 2012). Y añade que las consecuencias, además de la “banalización de la cultura y la generalización de la frivolidad”, provocan en el campo de la información que “prolifere el periodismo irresponsable de la chismografía y el escándalo”.
Si por otra parte, consideramos que la política es aburrida (excepto para aquellos, cada vez menos,  que vocacionalmente la viven como una profesión al servicio de los ciudadanos) y que, como afirma Vargas Llosa ha sufrido también una “banalización supeditada al gesto y la forma en que los políticos adoptan para transmitir sus mensajes”, podemos entender porqué cada vez más los políticos utilizan sus apariciones en televisión para contactar con los ciudadanos de a pie. Y el discurso, revestido de espectáculo,  se convierte en diversión o entretenimiento para el espectador.

Las apariciones televisivas fueron al principio debates pre-electorales donde se constató el poder del  medio (recordemos que Nixon perdió su campaña frente a J.F. Kennedy en 1960 por un debate televisivo), pero que en nuestro país se han convertido en un rito aburrido y soporífero,  donde el bipartidismo utiliza el discurso del “y tú más” para echarse trapos sucios y demostrar que conocen muy bien los datos y las estadísticas del paro o la economía mientras proclaman promesas que nunca llegan.  Así, lo que en principio fue una ventana  para acercar el político al ciudadano medio, se ha convertido en un arma que provoca el efecto contrario y hace mella en la credibilidad de ese señor que siempre dice lo mismo sea del partido que sea.  En este punto,  habría que detenerse un instante (o una eternidad), para considerar que el desprestigio de la clase política no se ha instalado solamente por esa falta de credibilidad argumentada en promesas incumplidas y palabras carentes de signo, sino por una corrupción generalizada en casi todos los partidos que ha provocado un alejamiento radical entre los ciudadanos y los políticos y una desconfianza total  que verticalmente aumenta cuanto mayor es el grado del político y menor es el del ciudadano. Pero este sería objeto de otro post, que podríamos titular el espectáculo de la corrupción, y que lamentablemente es un espectáculo demasiado repugnante y siniestro.
Las clases sociales mayoritarias, las denominadas clases medias (mientras el estado de bienestar todavía se mantiene), adoptaron la televisión como medio de comunicación principal para obtener información. Y los políticos cuidan de manera especial el gesto y la forma (es sabido que en sus mítines preelectorales ofrecen frases resumen para que aparezcan en los informativos de televisión, y controlan en todo momento el instante en que se conecta en directo para decir aquello que conviene al espectador). Pero todo esto  ha fallado. Y lo saben.
Los nuevos partidos, conocedores y buenos estrategas de la comunicación, irrumpieron en el escenario político propulsados por sus apariciones en televisión. Así, los debates matinales  fueron el escaparate donde Pablo Iglesias llegó a los hogares de los españoles, con su coleta y su discurso esperanzador. No quiere decir esto que el televisor fuese su único mérito, pero sí el medio que utilizó para darse a conocer.
Los políticos ofrecen ahora entrevistas, apariciones en los programas de debates televisivos y  últimamente también, en programas de entretenimiento. El espectáculo está al servicio de la política también.  Esos señores y señoras que visten de traje en el Congreso de los Diputados  y se enfrentan verbalmente entre ellos, nombrando artículos y leyes incumplidas, datos económicos vertiginosos y proyectos de mejora imposibles, aparecen ahora sin corbata o con vaqueros y sandalias, respondiendo a las preguntas más comprometidas, e incluso bailando o afeitando globos si fuese necesario.
Así, tal como el periodismo se preocupa por entretener mientras informa, el político se sirve del entretenimiento y el espectáculo para acercarse al ciudadano y recuperar el espacio perdido y  la credibilidad. Bajo un formato de entrevista que se combina con información, lo que se ofrece es un espectáculo que llegue a la opinión pública mostrando a la clase política como personas “normales”, que hablan coloquialmente de manera cercana e incluso bailan… 

El pasado martes pudimos ver a Soraya Sáenz de Santamaría bailando en El Hormiguero (A3) rodeada del glamour más propio de una aspirante de estrella en un programa de cazatalentos musicales que de una Vicepresidenta del Gobierno. La misma señora que todos los viernes aparece en la pequeña pantalla en rueda de prensa como portavoz del gobierno que dirige nuestra nación. También Miquel  Iceta bailó en un acto de campaña en las elecciones catalanas. Y fue criticado (ridiculizado casi) por ello.  Igual que Pedro Sánchez cuando habló en un programa de entretenimiento de tarde en Telecinco. Parece que ahora ya no se critican entre ellos por eso y lo aceptan como algo habitual ¿Por qué? Quizás porque el espectáculo sea el único medio que les queda.



Entonces, me pregunto, ¿Cómo hemos evolucionado desde aquellos griegos y aquellos romanos que en la polis debatían inteligentemente sobre cómo mejorar nuestra sociedad? Política viene etimológicamente del latín politicus y del griego polis, relacionando lo relativo al orden de las ciudades y la participación ciudadana.  Ahora, en una sociedad del espectáculo que busca superficialmente el entretenimiento, ¿puede influir el uso de ese entretenimiento con fines políticos en nuestro sentido más crítico? Finalizo como he comenzado, con una cita de M. Vargas Llosa: “La necedad ha pasado a ser la reina y señora de la vida posmoderna y la política es una de sus principales víctimas”. No es el apocalipsis porque todavía somos capaces de ponerle solución; todavía mientras seamos capaces de discernir la información del espectáculo, la manipulación frente a la crítica racional e independiente.  Si la televisión banaliza la cultura y la política para convertirlos en espectáculo, y  la información escrita (en papel o en internet) de algunos medios de comunicación también, deberemos cultivar la capacidad crítica para dejar de ser espectadores y lectores pasivos y discernir QUÉ ES LO QUE NOS QUIEREN CONTAR y no ver sólo lo que nos cuentan.

Si ya Burke denominó en el siglo XVIII a la prensa como el cuarto poder, el espectáculo se podría convertir en el siglo XXI en el quinto poder.  Porque ya falta poco para la campaña de las próximas elecciones generales del 20 de diciembre y seguro que los políticos siguen bailando o incluso aparecen en televisión en delantal elaborando  turrones y dulces navideños y ofreciendo recetas caseras a cambio de votos.