domingo, 28 de diciembre de 2014

Camino de sirga, la memoria recuperada.


Camino de Sirga (Moncada, 2007), publicada por Editorial Anagrama,  es una novela que podríamos clasificar casi como de género periodístico. A pesar de que el autor afirma que los personajes no se corresponden con identidades reales, toda la novela rezuma veracidad, y es fiel testigo de la historia de Mequinenza, pueblo del Bajo Cinca donde se sitúa la novela y alma que le da vida. Los perfiles de los personajes se corresponden, a buen seguro, con habitantes de Mequinenza que Jesús Moncada conoció. Plasma en ellos la vida del pueblo, sus costumbres, sus modos de comunicarse, sus anhelos y sus pasiones. Y como fondo, la tragedia de la destrucción del pueblo; la pérdida de la identidad, de los espacios reconocidos; la muerte de un lugar habitado.

La novela comienza precisamente con un funeral, como metáfora de esa muerte del pueblo. Jesús Moncada juega con los tiempos cronológicos saltando entre décadas para mostrarnos la historia del pueblo en distintas épocas; pero siempre vuelve al nexo que les une, el presente en la novela, que es la época de la destrucción del pueblo, los años 70. Todavía gana más fuerza así el contraste entre vida y muerte. Actividad, angustia, conformidad, incredulidad, cotidianidad, son fórmulas que el autor utiliza para mover los personajes de aquí para allá, siempre con ironía y con un humor fresco, mostrando  sus modos de vida, al lado del Ebro. El río es otra de las sirgas que tiran de la novela como testigo y protagonista también de la historia.
Foto: http://crearbiblioteca.blogspot.com.es/2012/06/cami-de-sirga-de-jesus-moncada.html

A principios de siglo XX, Mequinenza vivía del Ebro y de la minería; era un pueblo rico en trabajo, con un puerto donde descansaban los barcos transportadores de carbón y suministros. Estos laúdes, cuando regresaban río arriba, iban arrastrados por unas sirgas (al principio por los mismos navegantes y luego por mulas) que junto al río formaban el camí de sirga. Ese es el título del libro, también como metáfora de un camino a “contracorriente” y sin vuelta atrás, en que la destrucción de un pueblo sirve como punto de partida para entramar una novela.

En Mequinenza nació Jesús Moncada  y es allí donde pasa horas en las tertulias para documentarse y empaparse de todo lo que pueda dar vida a sus personajes. La novela tiene pues una base de creación periodística en cuanto se basa en hechos reales y el autor realiza una documentación previa en horas y horas de conversación con sus habitantes. Algunos de los hechos relatados (el paseo en globo por el Ebro) son reales y Jesús les añade el toque fantástico (no es cierto la proclamación de la república se notificase en ese momento). Incluso algunos personajes, como Madamfransua, existieron en la realidad. Otros, como Nelson, o Carlota de Torres, o Aleix Segarra, a buen seguro son fiel reflejo de los habitantes de Mequinenza.
Foto: http://bajoelsignodelibra.blogspot.com.es/2014/04/mequinensa-un-mon-condemnat-fotografies.html

Se entrevé, además, en toda la obra el amor por la pintura de Jesús Moncada ya que Camino de Sirga es una novela plástica, casi una obra pictórica. Los cuadros forman parte de la trama y son protagonistas, dando incluso nombre a algunos escenarios (salón de las Vírgenes Mártires, en relación a un cuadro que había colgado en él). Incluso, a través de la pintura, el autor es capaz de enfrentar la dicotomía presente en toda la obra entre muerte y vida. Por ejemplo, los frescos del convento, murales pintados y sobrepintados por el personaje Aleix de Segarra, nos narran las evocaciones de una época idílica y la llegada posterior de la amenaza de la guerra de 1936. Vida y muerte se sobreponen y se entrelazan, y las imágenes se convierten en palabras de mano de Jesús Moncada.

Las descripciones son detalladas, tanto en relación a los lugares como a los personajes, pero sobre todo lo que trasciende es el ambiente. Moncada consigue que el lector sea un personaje más en cada secuencia, en cada época, introduciéndolo en un realismo fantástico salpicado de trazos coloristas en cada una de las descripciones. El rojo, el amarillo, el negro, el azul, el gris... todos los colores están presentes en las descripciones de los objetos, los ambientes, los personajes, pero siempre son mucho más que un mero adjetivo semánticamente colorista, convirtiéndose  en metáfora transmisora de un significado enriquecedor para el texto.

La novela está estructurada en cuatro tiempos históricos con un presente como guía común y estructura también así sus capítulos. Reflejo de la historia del siglo XX, es testigo de la evolución y el progreso, de la guerra civil y de la posguerra. No obstante, los saltos en el tiempo son constantes, aunque el autor siempre sitúa previamente al lector, bien a través de los personajes o bien a través de un objeto. Los objetos son protagonistas también, tanto como los personajes que los poseen. El autor introduce el  salto en el tiempo narrativo a través de un los objetos, por ejemplo  cuando Atanasi Costa aparece con el ataúd lleno de cebollas y nos traslada a la historia que le dio el nombre de Atanasi Resurrecció, mientras el lector viaja en el tiempo y se sitúa en la nueva época sin una ruptura narrativa traumática.




Hay un pasaje magistral,  con toques surrealistas que transportan al lector  y sugieren al Gaudí  barcelonés y a los mosaicos modernistas y coloridos. En esta secuencia, a través de la rotura de un espejo, el autor narra una historia completa. La inserta en el libro como un secreto nunca conocido que sólo el espejo había visualizado, siendo éste testigo de los hechos; un personaje presencia la rotura del espejo en el desalojo de la casa que lo alberga y, a través de todos los añicos, visualiza las historias desconocidas, hasta el punto de enloquecer. La ironía, también magistral del autor, resuelve la enajenación con un “encantamiento” y traspaso de locura a un perro, que se tira al Ebro totalmente ido. Así pone punto final a esa secuencia, quedando por lo tanto, la historia de nuevo en secreto: el espejo lo supo, el espejo se rompió y lo desveló a un testigo, el testigo enloqueció y le traspasó la locura a un perro que se suicidó: y nunca más se supo lo que hasta entonces no se había sabido. Pero a pesar de eso, el narrador ha sido capaz de compartir ese “secreto” con el lector. Un narrador omnisciente, tan respetuoso con la historia como para no desvelarla en voz de un objeto incapaz de hablar. Un espejo nos cuenta una historia completa.

Los personajes son estereotipos de las clases sociales y los oficios,  reflejo de una sociedad rural: el terrateniente o, en este caso, dueño de la flota naviera, burgués bien posicionado, en los personajes de Carlota y la viuda Salleras; las sirvientas, y sus hijas, que también fueron sirvientas, Honorat del Café, el boticario, el navegante, Nelson, el peón…Todos son ficticios, pero tan reales como cualquier habitante de la Mequinenza del siglo XX que los habitantes de Mequinenza intentaban reconocerse en la novela.

En el libro abundan las anécdotas y momentos que por sí solos ya son una historia; algunas de estas historias parten tan solo de un objeto, y poco a poco el autor entreteje el tiempo y los personajes, sus familiares, sus legados, construyendo un entramado de idas y venidas. El resultado, una novela periodística, donde ficción y realidad se confunden con el arte de escribir. Hay quien la ha comparado con Cien años de soledad (García Márquez, 1967), y a Mequinenza con Macondo. Yo no encuentro a Alejandro Buendía en Mequinenza pero sí que existe algo común: mostrar la vida a través de la literatura.

Con la construcción de las dos presas, una junto al pueblo y otra más abajo del río Ebro, Mequinenza sufrió un lento abandono. Desde 1957, los habitantes veían como los técnicos entraban en sus fincas sin permiso, los camiones invadían el terreno y el paisaje poco a poco iba cambiando. El río dejó de ser navegable ya que la presa impedía bajar hasta Tortosa. Los laúdes dejaban de ser útiles. El pueblo de Mequinenza se fue muriendo poco a poco y cuando trece años después, en 1971, comenzaron las demoliciones de las casas, ya muchos las habían abandonado o las tenían en malas condiciones a la espera del traslado. No obstante, siempre hubo detractores y gente a favor  de las presas. Los unos, estaban seguros de que en el pueblo nuevo la vida sería más agradable y fácil, con las modernidades propias de los tiempos; los otros defendían la identidad y la memoria del pueblo.
 
Foto:http://bajoelsignodelibra.blogspot.com.es/2014/04/mequinensa-un-mon-condemnat-fotografies.html
La realidad es que Mequinenza desapareció y todos los edificios fueron derruidos; como escribe Jesús Moncada en Camino de Sirga: “nubes de polvo acre lo invadían todo”. Todo había sido destruido en el pueblo viejo. Y eso es precisamente lo que Moncada quiso salvar con la escritura de esta novela: la memoria de las referencias; ese mundo perdido que no se puede recuperar porque ya no existe... más que en la memoria de los que aún viven o en las páginas de una novela como Camí de Sirga.

Foto: http://bajoelsignodelibra.blogspot.com.es/2014/04/mequinensa-un-mon-condemnat-fotografies.html

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