lunes, 23 de febrero de 2009

El escritor escrito

En la fría medianoche de un jueves a finales de enero era extraño encontrar a casi nadie en ninguna parte. Pero en aquel bar entró un pequeño y bullicioso grupo de gente sin cualquier escusa que les justificase salir otro jueves más. El camarero-dueño les invitó a roscón de San Valero y a cava después de que ya llevaban allí un buen rato tomando cervezas y cubatas. El camarero-dueño era un tío peculiar que les habló de que tenía una hija o una nieta en no sé que país del lejano oriente y se empeñó en que uno de ellos entrase en la barra para servir las copas de cava.
Y ahí estaba yo. No me corté ni un pelo, al contrario que todos mis compis, ¡cobardicas! y allá que fui. En el camino hacia la entrada de la barra me llamó la atención un hombre solitario en una mesa, mirándonos, observándonos...

Luego, a medida que la noche avanzaba, me llamó la atención su soledad, su triste vaso alargado casi vacío. Pensé que su melancolía podía ser consecuencia de un desengaño amoroso, de una soledad no deseada y sentí compasión por él. Nosotros estábamos allí charlando unos con otros, incansablemente, algunos jugaban en una diana que había al fondo del local, nuevos clientes ocupaban ahora otra mesa después de saludar al peculiar camarero-dueño (que parecía también un tipo feliz).

Y el hombre al que yo no podía dejar de mirar, disimuladamente, estaba allí solo... con su vaso casi vacío. Pensé que quizás su problema fuese el alcoholismo pero no parecía estar borracho; o quizás que le habían dado plantón pero no parecía esperar a nadie; o quizás que había discutido con su pareja; o quizás que estaba harto de su trabajo. Lo cierto es que iba bien arreglado, y su indumentaria no sugería la sensación de penuria económica.

Me intrigaba su solitaria presencia. Me subyugaba a la compasión. Había algo en su manera de mirar, de observar... que no era tristeza y me inquietaba. Mi curiosidad disimulaba cuando intuía que su mirada se iba a cruzar conmigo.

Nosotros reíamos, charlábamos, hacíamos ruido en medio de la música y nuestros vasos se encontraban una y otra vez.

El seguia allí, sólo. Nos fuimos ya entrada la madrugada. Hacía ya un poco que el hombre solitario se había levantado y se había ido. En silencio, sin mirar a nadie, sin despedirse de nadie. Yo no sabía porqué pero sentí lástima. Me pareció que arrastraba demasiado dolor con él.


El pequeño pero bullicioso grupo de gente se disolvió entre los taxis y los coches para regresar a sus respectivas casas. Atravesaron las calles mojadas dibujando un radial inconexo e irregular.

En alguna parte de la ciudad dormida un escritor llegaba a su casa y se disponía a robarle a la noche un poquito más de silencio e inspiración. Sacó de su bolsillo el bloc de notas y comenzó a leerlas :


"Grupo de gente variopinto. Hablan, ríen. Celebran algo. El camarero les invita a cava. Una mujer entra en la barra para servir las copas. La música suena demasiado alto. Otros juegan a la diana. La mujer que ha estado detrás de la barra me mira de vez en cuando.

Idea: el asesino es el camarero.

Nota: buscar motivo invitación cava que nos lleve al móvil del asesinato.

Víctima ????"


El escritor enciende la luz y balbucea algo mientras enciende un cigarrillo.

Mmmm. No, mejor que sea dueño en vez de camarero.


¡Ya lo tengo!- exclama de pronto.

Se sienta frente a la pantalla del ordenador y comienza a teclear con ímpetu.

El escritor escrito no imagina que alguien está escribiendo sobre él.

La víctima de una posible futura novela también desconoce su propia identidad macabra.

1 comentario:

  1. Aurora, me gustaría contactar contigo para preguntarte por el cortometraje Salomón. Me pasaron un mail en la Muestra de Cine y derechos humanos de Alicante pero se ve que es erróneo. ¿Puedes escribirme a javier(arroba)mainel.org? Gracias!

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