lunes, 8 de diciembre de 2008

¿Bajas en la próxima?

La tarde ya anochecida de diciembre nos regalaba una fina lluvia que convertía el asfalto de la ciudad en brillantes espejos de luces y colores. Subí al autobús y me lamó la atención un grupo de jóvenes (chicas casi todas) voceando. Vestidas casi todas con botas o pantalones blancos, resaltaban en la tarde gris y lluviosa no sólo por su indumentaria sino también por su poco discreta manera de hablar. ¡"Co", ¡que parada es la Plaza San Miguel?! le grita una de ellas desde la parte de atrás al conductor. Al final se levanta y va hacia delante para hablar con él.
Paralelamente, un hombre joven y bien parecido de unos treinta y tantos años, "medio discute" con ellas. Esa es la primera impresión que tuve, pues el joven les gritaba "habladora, habladora" a una y a otra. Pensé que les estaba diciendo que bajasen un poco el tono (aunque él también estaba vociferando). El resto de pasajeros del autobús, incluida yo misma, tomamos la actitud del "no veo, no oigo, no hago nada por evitar esto, no me meto en líos, no quiero saber nada aunque esté aquí". Todos mirábamos hacia otro lado, pero de vez en cuando de reojo queríamos también saber "la jugada" de lo que estaba pasando.

Sin entrar en la escasez de educación de la generación  "co", que se cree un poco protagonista de nada por "comerse el autobús" con sus gritos, los ocho o nueve jóvenes, comenzaron también a increpar al hombre bien vestido que les hablaba directamente. "¡Déjanos en paz! ¿Te hemos dicho nosotras algo? ¿Porqué nos dices todo el rato habladoras? Y otro decía:
¡"Co" dejalo tranquilo, "co" que se vaya a la mierda!
El hombre comenzó entonces a hablar sin mucho sentido repitiendo todo el rato "¡Habladora!. ¿Te he dicho yo algo?" y frases sin mucha conexión, en voz demasiado alta, y con poca vocalización.

Así que llegué a la conclusión de que estaba borracho o "pasado" de otras sustancias, o quizás "tocado" por la desesperación, o simplemente estaba tan sólo que se había vuelto "loco".

El escandaloso grupo de chicos y chicas bajó del autobús despidiéndose de manera poco galante de él, y se quedó balbuceando sólo en su asiento. Nadie le miró, nadie le dijo nada. El silencio volvió al autobús y él poco a poco fue bajando también la voz. De reojo o a través del reflejo en el cristal de la ventanilla se le veía gesticular. Buscaba entre los pasajeros alguien con quien continuar la conversación .Se había quedado sin interlocutores. Así que se levantó para apearse en la siguiente parada. Su gabán de piel negro, impecable y su pelo engominado le daban un aire elegante que no se correspondía ni mucho menos con el elevado tono de voz que segundos antes rompía en el autobús. Yo iba sentada junto a la puerta central y sentí un alivio, cuando vi en el reflejo del cristal que se iba hacia la puerta trasera. Y como yo, todos los pasajeros teníamos en nuestra mirada el alivio acelerado de que el hombre elegante iba a bajar de una vez y el viaje en bus se iba a convertir en un viaje normal, impersonal, donde nadie comparte nada con el silencio común excepto un "¿baja en la próxima?".

De pronto sentí una mano sobre mi hombro y sin levantar la cabeza pude sentir la mirada del hombre elegante en mis ojos, buscando conversación o no se qué. Nos acercábamos ya a la parada donde yo intuía que él se iba a apear y no pude levantar la vista del suelo: "no hacer aprecio es el mejor desprecio", así que vilmente quedé inmóvil para huir de aquella amenaza, de nada en concreto, que atemorizó por un momento toda mi persona. El hombre se sintió rechazado, claro, retiró la mano de mi hombro, con una ternura indescriptible y bajó las escaleras del autobús, eso sí, girando su cabeza para mirarme directamente a los ojos. NO lo vi, porqué seguí inmóvil hasta que la puerta del autobús se cerró y tuve la seguridad de que ya estaba en la calle, pero traspasó mis sentidos. Y cuando por fin le miré a la cara, me dio tanta lástima allí en la calle de nuevo en una parada de autobús, sólo entre decenas de personas bajo la lluvia fina de invierno... Se quedó allí, sentado, esperando otro autobús.

Mi desconocida compañera de asiento, que también llevaba un anorak blanco como las jovencitas que al principio del viaje vociferaban, me dijo en voz baja:
¡Menos mal que ha bajado!. ¡Viene ya desde que he subido y me ha empezado a decir cariño, mi vida, que guapa estás!. Debe ir borracho o vete a saber tú que se ha metido.
Sí- le contesté sin saber muy bien que decirle.

¿Bajas en la próxima?- me dijo mirándome a los ojos la señora del anorak blanco.
Sí- le contesté.

Miré por la ventanilla y afuera seguía lloviendo esa fina lluvia de invierno que cala sin mojar.


1 comentario:

  1. Me gustan las historias que se sumergen en nosotros en un momento.
    Un abrazo y enhorabuena (por Salomón, claro)
    m.j.lamora

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