sábado, 10 de mayo de 2008

Quinientos años

Parece que un 10 de mayo de hace 500 años, Michelangelo Buonarroti o más conocido como el artista Miguel Ángel, firmó el contrato para la decoración de la bóveda de la Capilla Sixtina. Y a pesar del centenario (quinientos años ya), ningún medio de comunicación (de los que yo he visto hoy) se ha hecho eco de la efemérides.

La bóveda de la Capilla Sixtina estuvo decorada con un cielo raso de estrellas doradas sobre un fondo azul desde su construcción en 1484 hasta la intervención de Miguel Ángel entre 1508 y 1512. El Papa Julio II que había cogido bajo su mecenazgo a Miguel Ángel, le había encargado el diseño y construcción de su mausoleo, obra a la que se había entregado en cuerpo y alma. Hasta que le obligó a abandonar dicho proyecto para que decorase al fresco la bóveda que cubría la capilla Sixtina. Miguel Ángel se enfrentó al papa por su negativa a realizar la pintura y éste le obligó a acometerla. La realizó prácticamente sólo y tardó unos 4 años en realizarla.

Quien haya estado en el Vaticano y haya visto “in situ” los frescos, estará de acuerdo conmigo en que el día de hoy merece una mención especial a Miguel Angel por el legado que nos dejó. Y como no, al Papa Julio II que “obligó” a Miguel Angel a realizar las pinturas de la bóveda, porqué de no haber sido así tal vez Miguel Angel de carácter duro, misántropo, trato difícil, fácilmente irritable, atormentado, con continuos altibajos emocionales, probablemente no hubiera pintado la Capilla Sixtina. De todas formas, su conciencia del deber y del perfeccionismo unidos a su genio como artista se combinaron con el concepto espiritual para desarrollar toda una configuración iconográfica basada en el Antiguo Testamento, desde la creación del hombre hasta antes de la llegada de Jesucristo. Dentro de las escenas centrales situadas en los rectángulos del bóveda, destaca "la creación de Adán", ultima escena que pintó. Una interpretación muy nueva y original de las escrituras del Génesis sobre la creación humana (muñeco de barro) que consigue dar una fuerza dramática jamás igualada al acto de la creación humana. Transmite toda una carga expresiva de espiritualidad cuando Dios va a transmitir la vida al hombre con sólo tocarlo.

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